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Autocuidado para navegar la carga mental de la maternidad

Ilustración por Rosa Colón

Por fin, mi hijo se quedó dormido. Cansada y aún con la ropa del trabajo puesta, experimento nuevamente una emoción que me ha acompañado con más frecuencia desde que comencé a maternar: la culpa. Tirada en el mueble y con hambre, alcanzo a quitarme los zapatos. Mi esposo me recuerda que debo terminar de cenar, y solo repaso en mi mente los sucesos y me siento mal porque perdí la paciencia (otra vez) y le alcé la voz a mi hijo.

“Esa no es la crianza que quieres llevar”.

“Eres la adulta, eres tú quien se tiene que regular”.

Eso es lo que me llega a la mente, y debo confesar que, a veces, se me hace difícil sacudirme de esos pensamientos porque en ellos hay una gran verdad, pero si no los detengo a tiempo, me torturan. A veces, no soy la madre que deseo ser y eso duele… Me ha pasado más de una vez e intento tener presente que debo ser más compasiva conmigo. Apegarme a mi próximo paso es pedirle perdón a mi hijo para reparar la relación.

Cuando practico la autocompasión puedo entender cómo mi rol de mamá a menudo me hace sentir abrumada por la carga mental que implica equilibrar las responsabilidades compartidas y no tan compartidas. Tengo muchos privilegios, mi maternidad fue planificada y cuento con un compañero consciente de su privilegio masculino que asume una paternidad activa y presente. Aun así, soy yo quien lleva la mayor parte del peso de las citas médicas, las terapias y los compromisos escolares. No es casualidad, socialmente es la mujer la persona que se encarga de los cuidados y coordinaciones, por ejemplo, en las oficinas médicas o en la escuela, nunca llaman a papá, siempre me llaman a mí.

La carga mental va desde coordinar y asistir a citas escolares y médicas, estar pendiente de los medicamentos, organizar eventos especiales, coordinar los regalos de cumpleaños o festividades, encargarme de todas las tareas del hogar, hasta la logística diaria de comidas y compras. Estas tareas, aunque cruciales, son “invisibles” porque rara vez se reconoce el trabajo que implican. La carga mental es el esfuerzo constante y la energía mental invertida en gestionar y organizar las responsabilidades diarias, una carga que se multiplica al asumir la maternidad.

Recuerdo una vez que mi hijo se levantó durante la noche más veces de las que pude contar, al otro día me levanté destruida. Una vez salió el sol, todas mis responsabilidades se hicieron presentes, las tangibles, así como todas las invisibles. En ese momento, tenía dos opciones, exigirme como si hubiera tenido unas buenas (y en peligro de extinción) ocho horas de sueño, o ser realista a lo que realmente podía hacer.

Escogí hacer “lo mínimo necesario” para satisfacer lo básico. Es que veo como algo violento exigirme al 100% cuando no estoy al 100%. Otra manera que me ayuda a “bajarle dos” a la exigencia es entender que mi 100% no siempre se ve igual, porque si un día solo tengo energía para un 20% y doy eso, lo di todo.

Otras estrategias que utilizo para manejar la carga mental son las siguientes:

  • No medir mi valor por el orden o la limpieza de mi hogar: Soltar a propósito la expectativa de una casa perfecta me ayuda a darle una prioridad razonable y no sentirme fracasada porque, por ejemplo, la cocina esté regada.

 

  • Promover la corresponsabilidad: Eso implica tener conversaciones difíciles con mi pareja, explicar y visibilizar la carga mental, pero, sobre todo, promover que él asuma parte de las tareas sin necesidad de seguimiento de mi parte.

 

  • Pedir ayuda:  Es tentador pensar que las otras personas saben nuestras necesidades porque pueden ser muy obvias, sin embargo, activar los recursos de apoyo puede hacer la diferencia en cómo manejamos todas las demandas que implica maternar. Esto aplica a amistades, familia y organizaciones, no solo a parejas.

 

  • Establecer límites para priorizarme: Hemos aprendido a poner en primer lugar a todas las personas antes que nosotras, aprender a decir que no y ponerme a mí en primer lugar ha sido clave en poder enfrentar los retos diarios desde un espacio un poco más balanceado.

 

La carga mental que enfrento como madre es un reflejo de desigualdades más amplias dentro de la sociedad y sé que no va a desaparecer por completo hasta que no tengamos un cambio social y político donde los cuidados tengan la importancia que merecen. Debemos seguir trabajando para lograr esos cambios, pero en lo que llegan, practicar el autocuidado y no permitir que la culpa se apodere, es un acto de resistencia feminista para ser la mamá que deseo ser y reivindicar mi (y nuestro) derecho a una vida plena y saludable.

 

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