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El 23 de enero de 2025 desde el atril del Foro Económico de Davos, en Suiza, el presidente de la Argentina Javier Mil4i emitió un discurso que agredió a poderosos inversionistas y a los pueblos del mundo. Sus palabras, necias y sobregiradas, consiguieron su objetivo e instalaron al mandatario antiderechos como un enemigo global.
Esa misma noche, desde la glorieta del Parque Lezama, en Buenos Aires, activistas de la comunidad LGBT+ realizaron un análisis colectivo del contexto y convocaron a una asamblea que, 48 horas después, reunió a más de 5 mil personas bajo la bandera antifascista. Allí decidieron la realización de la Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista LGBTIQNB+ el 1 de febrero en todo el país.
Le siguió la historia en acción: debate para la unidad política y organización territorial. Las asambleas feministas abrazaron las resoluciones de la comunidad y definieron en el país y en el exterior 200 convocatorias con la adhesión de 800 organizaciones. Un mapamundi de fueguitos encendidos donde antes hubo miedo o indignación.
Es que, como publicamos desde Marcha en “Un llamado a la desobediencia narrativa”, cuando el jefe de Estado con el monopolio del uso legítimo de la violencia incurre en discursos de odio, es una amenaza institucional que pone nuestras vidas en riesgo. Y ya aprendimos que ninguna agresión patriarcal debe quedar sin respuesta.
Porque a contramano del versito para redes sociales sobre el respeto irrestricto a la libertad, la opresión de quienes históricamente detentaron el poder y delinearon las instituciones recayó sobre las mismas: las olvidadas, las silenciadas, las clandestinas, las travas pobres, les no binaries. Para elles no hubo ministerios ni privilegios; solo una vida de lucha en el corazón de las calles y de los pueblos.
La amenaza fascista, la construcción de un “otro” y las ansias de destrucción de la comunidad –que son discurso y política económica de extermino de este gobierno–, se evidenciaban desde comienzos de 2023. El año electoral que construyó como opción popular a un panelista de TV ante la ausencia de candidaturas reales que representaran al pueblo organizado por parte de los partidos políticos tradicionales.
“Somos estéticamente superiores”, concluía una draga en la última asamblea LGBTIQNB+ en Parque Lezama. Había coordinado la comisión de performances rumbo a la marcha y micrófono en mano leía los acuerdos de la misma forma que organiza la supervivencia en el día a día.
¿Cómo fue posible tanta organización en tan poco tiempo? Es más simple de lo que parece: sabemos hacerlo desde hace tanto que sólo bastó una amenaza para activar todo eso que supimos conseguir y que no dudamos en defender.
Además, también somos políticamente mejores.
Sacudir la historia
Y es que nuestra historia está ahí. Nos late. La antigua, sí, pero también la reciente. En nuestro país hay una larga tradición de resistencias ante la ultraderecha y el terrorismo de Estado, pero la marcha del sábado inauguró un pacto colectivo al levantar por primera vez una declaración de orgullo antifascista, antirracista y LGTBIQNB+.
Detrás de esa bandera, una multitud marchó una tarde de sábado en pleno verano con una sensación térmica que, en la Ciudad de Buenos Aires, levantaba el calor del asfalto de la Avenida de Mayo pero también la cantidad de cuerpos que caminaban, bailaban, gritaban y cantaban.
Desde jubiladxs; trabajadorxs de la salud que fueron despedidxs del Hospital Bonaparte por el vaciamiento planificado por el gobierno; la bandera de Palestina en alto para denunciar y exigir el fin del genocidio; trabajadorxs y organismos de Derechos Humanos que luchan para impedir el cierre de los espacios de memoria; hasta aquellos gremios que nunca imaginamos que podrían acompañar una declaración de orgullo antifascista y antirracista impulsada por la comunidad LGTBIQNB+.
Esa mixtura de luchas que encontró su unión ante la amenaza real y la idea de la imposición de un nuevo desorden mundial tiene, también, sus orígenes ancestrales. Cuando hablamos de ancestralidad solemos pensar en antepasadas remotas, en comunidades antiguas. Son las que nos traen toda esa información que se nos despierta de golpe, que nos enciende la chispa. Pero también hay una un poco más cerca: somos las ancestras de las nuevas generaciones.
En este 2025 se cumplen 20 años de la creación de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, una consigna que empezó en susurro y terminó siendo ley y construyendo una popularidad de millones en las calles; se cumplen 10 años del primer Ni Una Menos que nos empujó a las calles y nos hizo plantar la palabra feminismo en cada pedacito de la tierra toda. En diciembre fueron 24 años de aquel estallido de 2001 donde las travas llegaron a Plaza de Mayo cargando toda la experiencia de la lucha contra los edictos policiales y esos abrazos eran retribuidos con el calor del pueblo. Son sólo algunos de los ejemplos de nuestra historia cercana, donde la defensa, en definitiva, es la misma: por el derecho a la decisión y la libertad de los cuerpos y sentires.
Antifascismo para vivir
Desde luego, no pensamos que el fascismo –como tampoco otro momento de la historia– puede repetirse como un calco. Sabemos que hay continuidades y adaptaciones de época de parte de un poder cuyo objetivo es acumular y concentrar riqueza aunque eso le valga la vida a la mayoría. Hoy el brutalismo neoliberal se expresa a escala global con estrategias ideológicas y económicas que disuelven cualquier análisis posible y cuentan con lo efímero de la comunicación para obviar justificaciones y bases que sustentan su accionar.
Así, el genocidio en Palestina, el plan de exterminio de quienes no entren en el modelo rancio de heteronormatividad, la violencia estigmatizante a quienes apuestan a migrar para sobrevivir, la aniquilación de los territorios y las comunidades indígenas, son algunas de las aberraciones hoy expuestas al mundo sin eufemismos.
En Argentina, el imitador del poder central resolvió las propias políticas de ajuste –es la economía, estúpidos– para financiar el recorte a costa de los haberes de las jubilaciones, pero también dejar sin protección a víctimas y sobrevivientes de femicidios, pretender sacar del Código Penal la figura de femicidio, terminar la Educación Sexual Integral, dejar a miles de personas sin acceso a medicación oncológica, vaciar la Dirección de Respuesta al VIH, Hepatitis y Tuberculosis al despedir al 40% del personal, entre otras medidas.
Frente a tantos ataques, el pueblo tomó un término que pocas veces se popularizó tan rápidamente: se trata de fascismo y, entonces, el tiempo es ahora para anteponer el cuidado de la vida que las políticas del gobierno están poniendo en riesgo.
Después de un 2024 donde las luchas parecían separadas porque una de las estrategias del gobierno nacional fue emitir una política de despidos o de represión fragmentada, podemos decir que un 25 de enero de 2025, desde la plaza rebautizada Néstor Perlongher, salió una proclama de orgullo antifascista, antirracista y LGBTIQ+ para Argentina y el mundo.
En una semana la señal de alerta se activó y volvimos a sentir aquello de lo que somos capaces cuando estamos juntxs, aun cuando el discurso hegemónico vende un mercado que no solo no es libre sino que no libera, por el contrario, oprime y reprime. Estas banderas se levantaron y ya no se pueden bajar. Caminarán hacia la organización del 7, 8 y 24 de marzo.
Será una bandera plena de colores y derechos. Pero no será ingenua: el baile, la música, los tambores, las plumas y los abanicos son elementos de resistencia, pero también de goce. Es ese tejido invisible (y no tanto) que nos lleva de generación en generación y de punto del mundo a otro a marcar los límites necesarios ante la sensación de peligro pero también, y siempre, a destellos del mejor de los disfrutes.