A pesar de entrar a una industria dominada por hombres, misógina y racista, seis mujeres negras asentaron sus carreras musicales al utilizar el discrimen por razón de raza y género que enfrentan como una razón para avanzar y evitar que futuras generaciones sufran lo que ellas han vivido, sobresalió en el conversatorio Ponte en mi piel: experiencias de mujeres negras en la música.
“El concepto de interseccionalidad es la clásica opresión en el mundo de la música, pues se entrelaza el racismo, el sexismo, la homofobia, la transfobia o la xenofobia. Todos esos prejuicios están basados, solamente, en una cosa: la intolerancia”, apuntó la cantautora de música tropical Choco Orta.
No obstante, la también productora coincidió con el resto de sus compañeras del panel, organizado por la Red Puertorriqueña de Mujeres en la Música, en que estas experiencias y sus luchas contra estos discrímenes serán relevantes para la nueva generación de artistas negras.
“Las que vamos un poquito más adelante en trayectoria y en edad hemos abierto camino, pero todavía la lucha es grande, y tenemos que seguir trabajando. Yo no puedo permitir, en mi ambiente de trabajo o en ambientes cercanos a mí, que alguien pase por lo que yo he pasado ni por mujer ni por negra”, sostuvo la directora musical, actriz y cantante Aida Encarnación.
Orta y Encarnación, quienes tienen más de 30 años de trayectoria, puntualizaron que para sostener sus carreras musicales han tenido que abrir espacios de autogestión, pero, primordialmente, se han encargado de que los integrantes de la industria las respeten.
“Yo me di la tarea, en este mundo duro de la música, de que tú me ibas a respetar no solamente por mujer o por negra. Tú me vas a respetar porque mi trabajo está al nivel del que tú haces seas del color que seas”, afirmó Encarnación.
Enfrentan primeros discrímenes por raza y género en la profesionalización
A pesar de que la mayoría de las mujeres que participaron de este conversatorio descubrieron desde muy temprana edad su pasión por la música, los primeros rechazos por raza y género los vivieron cuando se profesionalizaron.
“Audicioné para varias orquestas principales, y me preparaba como se prepara cualquier artista para su trabajo y su audición. Cuando llegaba cantaba, y me decían directamente: ‘Pues mira, sí, tu trabajo es bueno. Tienes muy buena voz, pero tu físico no cuadra con lo que estamos buscando’”, recordó Encarnación, quien se ha destacado como actriz de teatro musical.
“Llegué a ir a audiciones en las que me dijeron: ‘Tú fuiste la mejor audición, pero, en realidad, es que por tu tipo’. No es que eres mujer o eres negra, sino es por tu tipo. ¿Cuál es el tipo que debo tener para que alguien me respete como cantante? ¿Cuál es ese tipo que yo debo tener más allá de tener una buena voz o de cumplir con el trabajo que se me está pidiendo?”, añadió.
Por su parte, la compositora de música clásica Johanny Navarro, además de cuestionarse desde el inicio de su carrera por qué había pocas mujeres en su especialización, fue en un aula de clase mientras realizaba su maestría en la Universidad Católica de América en la capital de Estados Unidos, donde asegura que sintió, por primera vez, que su raza determinaría lo que el resto pensara sobre ella.
Discutían una pieza del compositor y violinista cubano Amadeo Roldán y Gardes cuando Navarro resaltó el uso del batá en la obra musical, un tambor usado para propósitos religiosos. Entonces, el profesor le pidió a la graduada del Conservatorio de Música de Puerto Rico que explicara qué era el vudú. Como Navarro no halló la relación entre el pedido del académico y su aporte a la clase, decidió no responder a la petición.
La escasa representación de personas negras en la música clásica también fue resaltada por la violinista Liliana Marrero, quien considera que muchas de las oportunidades que le han brindado, especialmente en la academia, se debe al requisito que las instituciones se han autoimpuesto de tener, entre su matrícula, estudiantes de grupos diversos.
Según la artista de música clásica, tiene mayor probabilidad de ser seleccionada por las universidades que una mujer blanca, debido a que son menos las personas negras que solicitan entrar a estos espacios y las instituciones deben escoger una representación de cada sector social. Sin embargo, Marrero destacó que estas oportunidades no significan que no haya sido discriminada.
“He recibido, frecuentemente, microagresiones. Me dicen cosas como: ‘Liliana, que hermosa te veías en la tarima, pero, la próxima vez, considera maquillarte la nariz para que se vea un poco más pequeña’ o ‘Liliana, me encanta tu pelo rizo y me encanta tu pelo lacio también, pero con el pelo lacio te ves más madura’”, apuntó Marrero.
“¿Qué yo debo interpretar con eso? ¿Que con el pelo lacio me veo más elegante y me veo más capaz de hacer mi trabajo? ¿Por qué con el pelo rizo no me puedo ver madura, elegante y capaz? Esta suma de microagresiones merman la expresión africana en el escenario”, agregó.
Asimismo, subrayó que la mayoría de las audiciones a nivel universitario y profesional se hacen tras una cortina para que quienes evalúan sean imparciales, mas en las orquestas pequeñas o estudiantiles no suelen ejecutar esta modalidad.
De acuerdo con Marrero, el problema radica en que, a pesar de que a nivel profesional se tome en cuenta la discriminación, hay artistas que no alcanzan estos espacios porque fueron marginados en las etapas en las que se prefería escoger niños y jóvenes blancos para que formaran parte de una agrupación estudiantil.
Por otro lado, la cantautora Patricia Lewis, quien ha trabajado con artistas como Pedro Capó y el grupo Cultura Profética, puntualizó que, como hija de un afroamericano y una riopedrense, siempre tuvo presente el racismo social imperante, especialmente en el archipiélago. Sin embargo, cuando estudió en la Escuela de Música de Berklee en Boston, se sintió rechazada por la comunidad negra estadounidense.
“Cuando estudié en Berklee, recibí un trato bien diferente: yo era negra, pero no era tan negra… ”, contó Lewis, quien dijo que ahí conoció lo que era el colorismo.
Señaló que, además, fue acosada sexualmente en la industria musical.
La artista, quien actualmente reside en Los Ángeles, California, destacó que en ese momento en el que se sintió rechazada, se aferró a la cultura local, descubrió los estilos musicales tradicionales del país y comenzó a sentirse “bien orgullosa de ser negra, puertorriqueña y de la belleza de sus raíces”.
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Apertura a la comunidad negra de espacios que les han negado
La más joven del panel, la violinista loiceña Chelmarie Díaz, apuesta a la educación como herramienta para que más personas negras puedan acceder a espacios que le han negado a su comunidad.
Díaz, quien aspira a fundar la primera academia de música en Loíza, expuso que, desde que comenzó a tocar el violín a sus 10 años, ha enfrentado múltiples discriminaciones, pues le cuestionan cómo no prefiere la bomba por encima de la música clásica.
Para la estudiante del Conservatorio de Música de Puerto Rico, este estigma se debe a que el género que practica está identificado con un sector de la sociedad que no es negro ni vive en su municipio.
“Me encanta ir a mis conciertos con mi pelo suelto y rizo, que se me vea que soy negra, y que vean que los negros también tocamos violín y también somos educados”, sostuvo Díaz, quien aseguró que combina lo clásico con la música tradicional de su pueblo.
Al igual que el resto de las ponentes, la loiceña señaló que cada vez se abren más espacios para personas negras en la industria musical y que encontrarse con estas personas le provoca esperanza.
“Cuando veo participación negra en el escenario o cuando hay un solista negro que toca junto a la orquesta, en esos momentos, siento una emoción y un orgullo tan grande”, comentó Marrero, quien ve esperanza en esos encuentros.
“Para los que nunca han pasado por una experiencia de discrimen racial, no entienden el dolor. Duele en la piel y mueve a las lágrimas, pero son el tipo de lágrimas que nos mueven, pues son el motor”, concluyó la moderadora del conversatorio, Nelie Lebrón Robles.