“Había casas en las que eran 10 muchachos y todos los partos eran pasados por mis manos”
Celia Toledo, comadrona
Muchas mujeres de nuestra generación han escuchado las narraciones de los dolorosos partos de sus abuelas.
Anecdóticamente, mi bisabuela materna me contó de sus 13 partos en su hogar, de pie y agarrada de una soga, dirigida por otra mujer.
En el Puerto Rico de hace un siglo, las mujeres recibían el cuidado prenatal y posnatal mediante otras mujeres, cuya labor le confería dos nombres: primero, parteras y luego, comadronas.
Este oficio ancestral era aprendido en la práctica y muchas veces realizado sin retribución monetaria alguna, siendo uno de los trabajo no asalariado que las mujeres han realizado a través de la historia.
Pero sin ellas, muchas generaciones de boricuas no existiríamos. Y muchas mujeres tampoco, debido al peligro que suponía parir en áreas sin asistencia médica cercana o accesible.
Para rescatar el valor de las comadronas puertorriqueñas, le dedicamos las próximas líneas a los testimonios expertos de tres de ellas, en sus propias palabras.
Cándida Carrillo sobre el origen de la profesión
Cándida Carillo, dirigente del programa Comadronas Auxiliares en 1931:
“Desde que el mundo es mundo, han habido comadronas. Ellas hacían los partos en Puerto Rico porque los médicos no se dedicaban a la partería como hoy día. Hubo muchas, porque ellas heredaron ese trabajo, esa profesión, de sus antepasados. Todos los que hemos nacido en este siglo y el pasado, hasta hace poco, hemos nacido de comadronas”.
“Las primeras comadronas que estudiaron nos contaron que llevaban una zaya desplegada con un bolsillo y ahí llevaban una tijera (para cortar el cordón umbilical); en el otro lado llevaban la ‘mascaura’ porque ellas masticaban tabaco”.
“Desde los años 1930 al 1940, las comadronas en Puerto Rico hicieron el 80% de los partos. Y el otro 20% fue por comadronas graduadas y médicos”.
Celia Toledo y el proceso de parto
Celia Toledo, comadrona de Lares:
“Mi mamá era comadrona, pero yo no tuve instrucciones de ella. Después de yo casada fue que me inicié. Fue la vecina. Me mandó a buscar para prestarle una ayuda. Cuando llegué, le dije, ‘aquí estoy, ¿para qué me quiere?’; ‘Para que me des una ayuda y me la cortes la tripa (cordón umbilical) a ese muchacho que está ahí en el piso’. Daban a luz en el piso. Se tendía algo, una manta. En otro tiempo era el ‘petate’ (paja en el suelo y una soga amarrada al techo).
Todo el trabajo más importante es separar el niño del cordón umbilical, de la placenta. Pues entonces, yo dije, ‘pero si yo no sé, Dios mío’… pero dije: ‘búscame una tijera, pero que esté con agua hervida y un cordón y un poco de algodón’. Cogí el muchacho y lo bañé. Después, se le ponía aceite de oliva. Amarré y le corté (el cordón) y le puse un poco de algodón ahí en el ombligo. Se le pone ropa (faja) y gorro, que se amarra de la faja al frente para que no se vaya para atrás la cabeza ni se ahogue con las secreciones. Se envuelve en la sabanita y se pone.
En aquel tiempo se nombraba ‘segundo parto’ a la placenta. Se le ponía la mano (a la madre), se le hacía presión arriba y se movía, se movía y salía. Le recetábamos caldo de gallina; después iba comiendo más.
Después se iba a visitarla porque había que ver en qué estado estaban la madre y el hijo”.
Juan Ambrosia Cruz y el sentido de comunidad
Juan Ambrosia Cruz, comadrona de Toa Baja:
“Habían nodrizas: mujeres que amamantaban los hijos de otra. Yo amamanté a uno. Cuando la vecina se iba, la otra que tenía su muchachito, le daba el pecho en lo que ella llegaba. Así lo hacíamos”.
“Antes no se cobraba: las mujeres te decían ‘comay’ y los muchachos ‘madrina’ y ya está. Después te daban de acuerdo a la situación porque todo el mundo era pobre. Alguno siempre guardaba sus dos o tres pesitos y después la gallinita, el racimo de plátano y se emparejaba la cosa. A veces era yo la que tenía que llevarle cosas a la casa de ellas, chocolates y esas cosas”.
El país y la sociedad contemporánea presentan otras realidades a las que las comadronas respondieron con tanta valentía.
Las condiciones en las que trabajaron eran insalubres para la madre y su cría porque así era la cotidianidad del hogar de las mayorías empobrecidas. Eventualmente, se requirieron entrenamientos y equipos para bajar las tasas de enfermedades y mortalidad.
Lamentablemente, la labor de las comadronas fue eclipsada por un modelo de salud dictado por la ganancia.
Aún así, es esencial recordar que la sororidad ha sustentado a la maternidad en todas las épocas de la historia nacional y humana.
Esto se hace evidente en el interés actual por redescubrir el acompañamiento del embarazo, tal como lo realizan las doulas.
¡Gracias eternas a las parteras, a las comadronas, a las doulas, a las mujeres!
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Referencia:
Las comadronas (parteras) en Puerto Rico (1978). Archivo Medios Audiovisuales, Facultad de Comunicación e Información de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.