Hace apenas unos días, el presidente de los Estados Unidos firmó una orden ejecutiva que restringe el uso de fondos federales para iniciativas relacionadas con la Diversidad, la Equidad y la Inclusión (DEI). Lo que para algunos sectores políticos representa un “recorte ideológico”, para mí, como comunicadora y ser humano, es un atentado directo contra nuestra humanidad compartida.
Este ataque disfrazado de política pública nos afecta a todas. Y cuando digo todas, me refiero a las mujeres negras, a las personas trans, a quienes viven con discapacidades, a los jóvenes de comunidades empobrecidas, a los migrantes, a los hombres que han decidido desmontar el machismo, a quienes aman diferente, a quienes han sido históricamente silenciadas. Nos afecta también a ti, lector o lectora, aunque creas que no. Porque cuando se limita el acceso a la inclusión, lo que se fortalece es la exclusión. Y no hay libertad posible cuando algunas vidas valen menos.
Desde el neuromarketing, sabemos que las emociones mueven el comportamiento humano más que cualquier dato. Y sí, hay muchos datos que podrían justificar la necesidad del DEI: menor rotación laboral, mejor rendimiento académico, mayor innovación en las empresas. Pero hoy no vengo a convencerte con cifras. Vengo a recordarte lo que sentimos cuando nos ignoran, cuando no nos nombran, cuando nos quitan el lugar que tanto nos ha costado conquistar.
Esta medida presidencial no es solo una jugada política. Es una forma de decirnos que no importamos. Es borrar décadas de lucha, activismo, amor y esperanza. Es intentar convencernos de que la diversidad es una amenaza y no un regalo. Y yo me niego a aceptarlo.
Puerto Rico, con su mezcla de culturas, colores, géneros y acentos, no puede darse el lujo de imitar esta política del miedo. Nuestra historia está llena de resistencias: al colonialismo, al racismo, al sexismo. ¿Vamos ahora a quedarnos calladas mientras intentan silenciar nuestras identidades?
Como estratega de comunicaciones, tengo claro que el mensaje que repitamos con más fuerza es el que ganará. Por eso, desde hoy, debemos gritar sin miedo: la diversidad no es una moda; es nuestra esencia. La equidad no es un privilegio; es un derecho. La inclusión no es una amenaza; es una promesa de justicia.
Invito a cada comunidad, empresa, medio de comunicación, escuela, iglesia, colectivo, a no dejarse arrastrar por la narrativa del retroceso. Este es el momento de mirar al futuro con valentía, de defender la diversidad, la equidad y la inclusión como quien defiende el hogar que habita. Porque eso es: nuestra casa común, donde quepamos todas.
La pregunta no es si esta medida nos afectará. Ya lo está haciendo. La verdadera pregunta es: ¿vamos a permitirlo?
Yo digo que no.
¿Y tú?