(Foto: Taller Salud)
Lo más difícil de hacerse mujer es precisamente dejar de serlo. O lo que es lo mismo, romper con el molde de lo que debe ser una mujer y reescribir esa definición desde una apropiación absoluta de nuestros cuerpos y nuestras vidas. Esta es la lección más clara que queda al investigar y explorar a fondo la historia de Taller Salud, la organización feminista puertorriqueña —en funciones ininterrumpidas— más antigua del país.
Este próximo 6 de diciembre de 2019 la organización celebrará su 40 aniversario y como parte de la serie de proyectos conmemorativos que se han realizado a lo largo de este año, su directora ejecutiva Tania Rosario, me comisionó la escritura de un libro acerca de la historia de la institución. El libro se presentará al público en esa misma fecha —6 de diciembre— en una gala destinada a recaudar fondos para continuar la obra de Taller Salud.
Titulado Un cuerpo propio, el libro narra la historia de la organización, a través de los relatos de vida de más de una veintena de mujeres, así como del análisis de material documental y de archivo. Son historias de vidas, en toda su contradicción, conflicto, crudeza y belleza. Es una mirada al feminismo puertorriqueño contemporáneo, a través del filtro de la experiencia de Taller Salud.
Conocía de la organización hace años, particularmente de su proyecto Acuerdos de Paz, que ha probado ser verdaderamente efectivo para disminuir la violencia en Loíza, y conocía de su compromiso con la salud sexual y reproductiva de las mujeres de Puerto Rico. Sin embargo, no tenía idea de las raíces políticas, el impacto internacional y el carácter pionero de esta organización que nació en el 1979, gracias a la urgencia de un grupo de mujeres que estaban cansadas de esperar que algún movimiento político le diera paso a sus reclamos. Si nadie les daba luz verde, la luz sería púrpura profundo.
Entrevisté en más de una ocasión a más de veinte mujeres cuyas vidas han estado vinculadas a Taller Salud. Comencé por Carmita Guzmán y Eugenia Acuña, quienes soñaron con una colectiva de mujeres que se educara en el tema de la salud, como un acto profundamente político. Ellas, junto a Nirvana González, lideraron aquellas primeras reuniones que operaban más bien como grupos de estudio, a través de los cuales fueron educándose en el tema y diseñando un modelo de activismo feminista netamente puertorriqueño.
La Colectiva de Taller Salud se nutrió de lo mejor y más útil del feminismo estadounidense, particularmente, del contenido del libro de la Colectiva de Mujeres de Boston, Our Bodies, Ourselves, y descartaron aquello que no les era útil al contexto puertorriqueño.
Generaron espacios diversos e interseccionales, como se conocen hoy día, y mantuvieron un diálogo, contacto y tránsito constante con el feminismo latinoamericano. Viajaron el mundo en los 80 y en los 90, desde Holanda, a China, pasando por Colombia, Argentina y Estados Unidos, entre otros destinos. Inspiraron la creación de organizaciones feministas en países hermanos como es el caso de la República Dominicana, y se convirtieron en un referente local en la lucha por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres puertorriqueñas. Formaron parte de los grupos feministas que se organizaron para exigir legislación de vanguardia como la Ley 54, que este año conmemoró su 30 aniversario, y no abandonaron nunca su raíz más primaria, el contacto directo con mujeres de todos los trasfondos y el activismo a favor del revolucionario ejercicio de apropiarse del cuerpo para ser por fin, dueñas de la propia vida.
De Colectiva, pasaron a organización sin fines de lucro y sufrieron los dolores de parirse a sí mismas como un organismo distinto, con nuevas estructuras y reglas. Se rompieron en el proceso y rompieron algunas de sus ideas preconcebidas. Las primeras generaciones supieron pasar el batón, a pesar de no siempre entender la visión de las mujeres a quienes lo estaban entregando. Se repensaron y pensaron su feminismo, y de ahí sin duda, emana la fuerza de esa raíz tan sólida que las ha hecho permanecer hasta hoy y tener una visión de futuro realista.
En el proceso entendí y descubrí muchísimas cosas y surgieron nuevos cuestionamientos. Por ejemplo, al ver que la mayoría de las fundadoras de Taller Salud llegaron al feminismo como parte de un despertar político independentista, me pregunto: ¿Dónde estarían las organizaciones de izquierda del país si no le hubiesen dado la espalda a la lucha de las mujeres como lo hicieron reiteradamente? También, el proceso me llevó a cuestionarme: ¿La única forma de trascender los condicionamientos sociales en torno al género es a través de la dolorosa ruptura con todo aquello que representa nuestro mundo conocido? ¿Qué hacemos con la costumbre y los afectos en ese proceso? ¿Es posible una conciliación? ¿Se podrá crecer sin tanto dolor? ¿Trascender el paso del tiempo, permanecer, solo es posible si nos desprendemos del tiempo mismo y entregamos las riendas a tiempo?
El aniversario de Taller Salud es una oportunidad para mirar con lupa la historia reciente del feminismo del país, sus cruces con el feminismo mundial y su lugar de liderato en las luchas que corresponden a las nuevas generaciones. Esta historia es la punta de un iceberg que hay que seguir revelando, analizando y entendiendo en su complejidad. Todas estamos en esta historia, a todas nos cruza la fuerza política de la salud, a todas nos ha tocado hacernos mujeres y a todas pertenece este esfuerzo.