Foto suministrada
“Sentía que vivía en un país donde no podías decir lo que pensabas sin consecuencias”, recuerda Céline Mekhoukhe sentada en un autobús en marcha en las calles de Riad, la capital de Arabia Saudita.
Tiene 24 años y una historia que podría parecerse a la de muchas otras jóvenes de Argelia. Nació en Bijaya, una ciudad ubicada en la región de Cabilia, al norte del país del norte de África, en una de las zonas más tradicionales y políticamente activas. Desde pequeña, estuvo marcada por las tensiones entre su cultura bereber y las imposiciones del Estado central, una división que la acompañó en cada paso de su vida. Sin embargo, su rumbo cambió por el despertar político que vivió en 2019, cuando se unió al Hirak argelino, el movimiento de protesta que exigía la salida del presidente Abdelaziz Bouteflika, quien llevaba más de dos décadas en el poder hasta abandonar el poder a raíz de las protestas.
Las imágenes de las manifestaciones en Argelia, donde la gente se reunía en masa para exigir cambios, siguen frescas en su memoria. La represión política fue brutal. Céline fue detenida por las autoridades por su activismo y supo tras las rejas que su tiempo en Argelia estaba contado. “Estuve detenida solo unas horas, pero fue suficiente para darme cuenta de que no podía quedarme. Mi vida estaba en peligro. Mis ideas no podían seguir siendo reprimidas”, cuenta con una mezcla de nostalgia y determinación. “Tuve miedo, claro. Pero el miedo se fue cuando vi a tantos otros jóvenes arriesgarse por algo grande. Fue entonces cuando supe que mi futuro no podía estar allí [en Argelia]”.
El relato de Céline no es aislado. Argelia, a pesar de ser uno de los países más ricos de África gracias a sus recursos naturales, como el gas y el petróleo, enfrenta una grave crisis económica que afecta especialmente a los jóvenes. El desempleo juvenil en Argelia es alarmante, rondando el 30%, de acuerdo con el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola. Las oportunidades de futuro, sobre todo en zonas periféricas como Cabilia, son limitadas. Además, la pobreza y la falta de acceso a servicios básicos en regiones alejadas de la capital, como Bijaya, empujan a muchos jóvenes a buscar una salida en el extranjero.
“El problema en Argelia es que las oportunidades son pocas. La gente tiene mucho talento, pero no hay apoyo, ni siquiera en el deporte, que es lo que a mí me apasionaba”, reflexiona Céline. A pesar de que el fútbol es el deporte rey en Argelia, para las mujeres sigue siendo marginal, sin el apoyo necesario para que las jóvenes puedan desarrollarse. En un país donde la política y las libertades individuales están sometidas a un control estricto, el deporte no es más que una distracción para muchos, sin una estructura real para que las mujeres puedan acceder a un futuro en él, explica Céline.
El salto a Alemania: distancias físicas y emocionales
La decisión de irse no fue fácil. Céline lo pensó muchas veces, dudó y temió. Abandonar su tierra natal significaba no solo una distancia física de más de 2,000 kilómetros, sino también una separación emocional con su familia, que temía por su seguridad. “Mi familia me decía que no lo hiciera. Ellos querían que me quedara, que fuera más cautelosa. Pero yo sabía que no podía quedarme, que tenía que buscar algo mejor”, explica.
Su madre jugó un papel muy importante en ese momento. “¿Quieres terminar en la cárcel? Sabemos que tienes ambición, pero no puedes seguir arriesgándote en las protestas”. Las palabras de su madre resuenan en la memoria de Céline. Se encontraba atrapada entre el deseo de luchar por el cambio en Argelia y la preocupación por las consecuencias de sus decisiones.
“Me puse en su lugar. Si tuviera una hija, estaría preocupada por ella, tendría miedo por ella. Y, para ser honesta, [mi madre] no estaba completamente equivocada”, reflexiona, al recordar las conversaciones con su progenitora.
En medio de la creciente incertidumbre, Céline se enfrentó a una decisión crucial: seguir en la lucha o dar un paso atrás. “No volví a ir a una protesta. Me incliné hacia el periodismo deportivo”.
Así, el periodismo deportivo se convirtió en un escape, en un espacio donde pudo combinar su pasión con la necesidad de encontrar estabilidad en un contexto social y político incierto. “Me gustaban los deportes y me gustaba la política. Siempre quise trabajar. No quería dejar el periodismo en absoluto. Y esa fue la mejor solución. El deporte se convirtió en un equilibrio entre mi presente y mi futuro”.
En 2020, Céline dio un paso decisivo al ingresar al Comité Olímpico de Argelia. Fue una oportunidad que llegó casi como un destino, a través de una pasantía de entrenamiento. Para ella, significaba encontrar un espacio donde pudiera desarrollar su carrera sin tener que lidiar con las dificultades políticas que tanto le preocupaban y al mismo tiempo que su historial político pasara desapercibido.
No sabían de su pasado. Tampoco querían que estuviera involucrada en asuntos políticos. “El presidente del Comité Olímpico en ese momento también ocupaba el cargo de ministro de deportes, lo que hacía aún más claro que no había espacio para tomar una postura política contraria al gobierno”. Pero esa oportunidad laboral le sirvió para reunir el dinero de su viaje a Alemania.
De Bijaya a Argel, la capital de Argelia, el viaje es de aproximadamente 250 kilómetros de distancia que, debido a la deficiencia del transporte público, se convierten en una travesía mayor. Desde allí, Céline emprendió su rumbo hasta tomar un vuelo hacia Europa, un paso que, en el contexto de su vida, representaba un giro radical.
“A veces pienso en todo lo que dejé atrás. Mis amigos, mi familia, la gente que conocía. Todo eso era parte de mí, y de alguna manera, me sigue acompañando”, reflexiona. “Pero el miedo de quedarme allí, atrapada en una situación que no podía cambiar, fue lo que me empujó a dar el paso. En Alemania puedo respirar”.
Aterrizó en Alemania con una mezcla de esperanza y miedo. Empezó su vida académica en una universidad en Berlín, donde comenzó a estudiar Ciencias Políticas. “Aquí no hay miedo. Puedo estudiar lo que quiero, puedo hablar de política sin que me arresten. Fue como respirar aire fresco después de estar años bajo el agua”, confiesa Céline.
El fútbol y la gestión deportiva: el destino
Jugó al fútbol a temprana edad en Argelia y con el tiempo se dio cuenta de que el deporte era algo más que una pasión personal: era una herramienta de cambio social. En Alemania, el fútbol femenino tiene un nivel mucho más avanzado que en su país natal. El acceso a recursos y la igualdad de oportunidades para las mujeres es mucho más palpable, según dice. Por eso, decidió combinar sus estudios periodísticos con una nueva pasión: la gestión deportiva.
“En Argelia, el fútbol femenino era solo una fantasía para muchas de nosotras. Aquí, en Alemania, las mujeres juegan al fútbol y son profesionales. Quería estar cerca de ese mundo”, explica con una sonrisa que refleja entusiasmo. Desde su perspectiva, el deporte no solo sirve para entretener, sino para darles a los jóvenes una salida, un propósito y un camino hacia la unidad y el progreso.
“Cuando vi cómo las jóvenes aquí tienen acceso a programas de fútbol, me di cuenta de lo que hace falta en Argelia. Hay tanto talento, tanto potencial, y la mayoría ni siquiera sabe que podría ser profesional. Es mi sueño ayudar a que más chicas en Argelia tengan esa oportunidad. No es solo fútbol, es cambiar la mentalidad. Es darles a las chicas el espacio que necesitan para crecer”.
Céline no olvida de dónde viene. Sus pensamientos siguen regresando a Argelia, a su gente, a las calles de Bijaya, y a la juventud que aún lucha por una vida mejor. “El deporte tiene el poder de cambiar vidas. En Argelia, la gente se siente atrapada, y el fútbol es una manera de darles esperanza, de mostrarles que pueden salir adelante”, afirma, asegurando que, más temprano que tarde, regresará a su tierra.