(Foto de archivo de Ana María Abruña Reyes)
Durante el actual mes de orgullo LGBTTIQ+, franquicias y clubes deportivos alrededor del mundo celebran la diversidad y le recuerdan a sus seguidores que las luchas por la equidad continúan. Equipos y hasta federaciones deportivas presentan logos alternativos con los colores de las banderas alusivas a la diversidad por orientación sexual, identidad de género y expresión de género. En algunos estadios, celebran Noches de orgullo, al tiempo que promueven espacios seguros dentro de estas instalaciones deportivas. Una de las muchas organizaciones que durante junio cambió el logo que adorna su red oficial de Facebook es la Federación de Softbol de los Estados Unidos.
El hecho de que un deporte como el softbol celebre el orgullo fuera de nuestras latitudes caribeñas me hace pensar en el contraste, en la triste historia de discrimen hacia las jugadoras lesbianas puertorriqueñas y en el trabajo que resta por hacerse para que el deporte nacional puertorriqueño sea un espacio de aceptación y libre de intimidaciones. Historias como la de la exsoftbolista Claribel Millán y la exbaloncelista María “Cusa” Rivera, quienes, en el pasado, fueron discriminadas por su orientación sexual, sirven como recordatorio de las ocasiones en que el deporte ha sido utilizado como un instrumento de opresión hacia las mujeres. Pero, también indigna, cuando en pleno 2022, dirigentes de equipos deportivos recurren a la “ley del silencio”, cada vez que le piden a sus jugadoras que no saquen a relucir públicamente en círculos deportivos información sobre su orientación sexual. Específicamente, se dirigen a las jugadoras para pedirles que no promuevan aquellas relaciones fuera de los cánones de la heteronormatividad.
Un ejemplo actual de este tipo de violencia psicológica de entrenadores hacia jugadores fue divulgado recientemente en un reportaje publicado por la Unidad de Investigación de Género, una alianza entre Todas y el Centro de Periodismo Investigativo (CPI). En la investigación periodística, se dio a conocer las denuncias de jugadoras universitarias de softbol, quienes expresaron que su dirigente les ha comunicado su desaprobación hacia el supuesto “estilo de vida” de algunas de ellas. Sin embargo, dicha crítica hacia lo que él describe como un “estilo de vida”, en realidad, constituye un ataque hacia las jugadoras lesbianas que forman parte del equipo. Es una negación al derecho de ser y de amar a quien ellas deseen. Asimismo, estas jugadoras son juzgadas y disciplinadas por un asunto que no tiene que ver con su rendimiento o con las reglas de su deporte, sino por un aspecto que forma parte de sus identidades.
Para la exjugadora de la Selección Nacional de Softbol de Puerto Rico, Elba “Eiffel” Lebrón, es inaceptable que este tipo de intimidaciones continúen ocurriendo en el deporte. Según la actual entrenadora de softbol, se debe crear más conciencia para evitar que las jugadoras jóvenes actuales no experimenten el discrimen por orientación sexual que ella vivió durante su carrera en ese deporte. En ese sentido, Lebrón entiende que el deporte debe ser promovido como una herramienta de formación ciudadana en donde se celebre la diversidad y se le permita a cada atleta expresar sus sentimientos y formas de ser.
“Cuando tú puedes ser tú, cuando tú eres libre, tú vas a dar un rendimiento [deportivo] mucho más, que si tienes que estar diciendo: ‘Quizás, tengo que modificar mi forma de caminar o tengo que estar más pendiente a lo que yo soy’. Te va a dar miedo y no vas a dar a lo mejor, el rendimiento 100%. Así que esta nueva generación que viene, que sabemos que es completamente diferente, que es una generación mucho más libre, a lo mejor no sienten la libertad en su deporte de ser quien son. Yo creo que debemos dar un poco más de libertad para que ellas [las atletas de softbol] puedan rendir el 100% en el deporte”, expresó Lebrón, durante una intervención el pasado 30 de mayo, en el programa radial Agenda propia del CPI.
El deporte siempre ha sido una metáfora de los aspectos culturales y políticos de las sociedades en las cuales se practica. Ha sido igualmente un mecanismo de control sobre aquellos cuerpos juzgados negativamente, ya sea porque “incomodan” o porque socialmente son estigmatizados por supuestamente “valer menos”. Pero, el deporte también puede verse como una valiosa herramienta de desarrollo comunitario o una plataforma de resistencia ante distintas formas de opresión política. Apostemos a un deporte de reivindicación en el cual la prioridad no sea la mera fragmentación de colectivos por logos y equipos, sino la oportunidad de promover una educación liberadora en la cual diversidad de personas puedan ser plenamente integradas a la sana competencia.
Luchemos por erradicar todo tipo de discrimen en el deporte. Luchemos porque no continúe la práctica de entrenadores atacando a sus jugadoras y jugadores por razón de su orientación sexual. Estas conductas violentas y discriminatorias no pueden seguir normalizadas si aspiramos a que el deporte en Puerto Rico sea modelo de inclusión ante el resto del mundo. De nada vale hablar de “soberanía deportiva” si las jugadoras no son libres para ser ellas. La mayor “soberanía” deportiva es aquella que promueve la diversidad, la libertad sexual y que opera desde la empatía.