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«El parto no respetado existe en nuestro país»

Photo by Piron Guillaume on Unsplash

(Foto: Piron Guillaume en Unsplash)

*Nota de las editoras: La autora de este testimonio es Aryannie Dinnette Rodríguez, quien compartió su experiencia en la red social Facebook, y autorizó su publicación en este medio para concienciar sobre la violencia obstétrica que viven miles de mujeres al momento del parto.

A finales de febrero, nos enteramos que íbamos a ser papás. Fuimos a todas nuestras citas con el doctor en el hospital Pavía de Santurce. Él ha sido mi ginecólogo desde los 18 años, pero mi primer embarazo no fue con él ni en Puerto Rico.

Mi embarazo siempre fue saludable y sin ningún tipo de riesgo, gracias a Dios. Si no me equivoco, mi último sonograma fue a las 31 semanas. Cuando mis citas empezaron a ser semanales, y ya estaba por terminar mi embarazo, no dilataba. El doctor me decía que mi cuello estaba supercerrado, situación que se me hacía superrara porque yo caminaba todos los días, hacía squats, me bañaba con agua caliente.

Bueno, ¿qué no hice con tal de que no me hiciera cesárea? Como el instinto de mujer es algo brutal, yo me decía: “Pero, ¿él estará en posición? ¿Por qué el doctor no ha visto eso? Maybe, él se movió, no sé”.

A las 41 semanas de embarazo, me dijo para inducirlo. Nunca se hizo un último sonograma. El 7 de noviembre de 2018, día de la inducción, llegamos al hospital (mi esposo, abuela y yo), a las 5:00 a.m., porque sangré en la madrugada. A eso de las 8:30 a.m, entra el doctor a verificarme y ya estaba en dos centímetros, así que me puso la pastilla para inducir el parto.

El proceso de parto empezó, y los dolores se hacían cada vez más fuertes. Estuve todo mi embarazo preparándome para los dolores. Estuve leyendo y viendo sobre el embarazo, el parto, el dolor, el posparto, todo, y, para mi desdicha, todo fue lo contrario a como esperaba.

Las enfermeras, excluyendo a una o dos, entraban al cuarto con caras de pocas amigas y poco profesionalismo, tratando a uno como si tuviera la culpa de sus problemas personales.

Los dolores se hacían bien fuertes y yo estaba desesperada porque no me dejaban pararme. Una de las enfermeras entró y le pedí que, por favor, me trajeran algo para el dolor y me dijo que sí, con la cabeza, y brilló por su ausencia.

Empecé a gemir y a gritar del dolor, y la misma enfermera, de unos 50 años, entraba y salía gritándome que yo no tenía por qué gritar, que dejara de gritar y de moverme tanto, que después de esto no iba a tener otro hijo.

La bata de papel, sí de papel, que me dieron, se me rompió encima como tres veces, y la enfermera estaba harta de traerme una nueva.

Por tercera vez, pido algo para el dolor y la enfermera me dice: “No, ya estás por parir. Ya tú verás que eso sale rápido”. Cinco horas después, llaman al doctor porque lo que quería era dar a luz ya. Preparan todo, y el doctor entra con cara de mal gusto desde que me chequea. Me dice que, cuando sienta la contracción, puje.

Empecé a hacerlo o, por lo menos, eso pensé que hacía. El doctor empezó a gritarme: “¿Qué estás haciendo? ¿Estás pujando? Así no va a salir nunca. Si no pujas bien, te voy a hacer una cesárea. Dale, que ya tú pariste un bebé de ocho libras. No es para tanto”.

Después de unos 15 minutos pujando, me dice que el bebé no está en posición, que estaba de lado. Sigo pujando, con todas las fuerzas que tengo y las que no sabía que tenía.

Cada vez que paraba a coger aire él me decía: “Pero, ¿por qué paras?”. Llegó un punto que dije: “No voy a parar de pujar hasta que salga, así me muera”. Mientras, tenía a una enfermera trepada encima de mí haciendo fuerzas.

Entonces, salió mi hijo. Me lo pusieron encima. Creo que hasta sin sábana ni nada, porque tenía sangre por los brazos y hasta en la cara. Parecía que había salido de una carnicería y no de un parto. El doctor me cosió y se retiró.

Para completar la “excelente experiencia”, no podíamos saber el peso ni las medidas exactas porque, donde ponen los bebés, no servía. “Eso es superviejo y no sirve”, dijo una de las enfermeras. Mi hijo pesó nueve libras. En la visita del doctor al hospital, al acabar de enterarse del peso de mi hijo, me dijo: “Se supone que yo te hiciera cesárea. Eso fue un riesgo, pero yo no sabía que iba a ser tan grande”. Claro, si nunca me hizo un último sonograma.

A lo que quiero llegar con mi experiencia, es que el parto no respetado existe en nuestro país, y es más común de lo que se cree y se habla. La violencia obstétrica, la falta de empatía y el poco profesionalismo en los hospitales y en las salas de parto existe, pero no se habla. Las mismas enfermeras, mujeres, haciendo sentir a otras como animales. No respetar ese momento de dar a luz, y ver cómo le dan prioridad a sus comodidades, es impresionante.

¿Hay que soportar que un hombre nos diga que “no es para tanto”? Sobre todo, cuando ellos no pasan por ese proceso o uno similar.

Lee aquí: Limitada defensa contra la violencia obstétrica

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