(Ilustración por Gabriella N. Báez)
Camino ligero por el mall. Cuento las losetas como cuando niña. Siguen siendo las mismas. Una mezcla grisácea entre negro y blanco. Si piso las líneas me voy a caer, me decía. Si no brinco un cuadrito completo, tengo las piernas muy cortas, me repetía.
Regreso a la adulta que soy y me encuentro el slogan gigante de unos legos en promoción. Dos niños juegan en la foto. Recuerdo haber jugado con legos, pero no que me tomaran ninguna foto. ¿Las niñas ya no juegan con legos? ¿Se quedaron con las muñecas? ¿O con los bebés que simulan llorar?
Desde afuera, noto que la juguetería se divide en cuatro pasillos, que a su vez se dividen en dos colores, azul y rosa. Recuerdo al quebrado Toys “R” Us y regreso a la niña que contaba losetas.
El primer pasillo rosa nos augura el futuro. El alfa y el omega. Qué bueno que ya puedo practicar con estos bebés, seré una madre desde niña. Al lado, encuentro una curiosa vajilla plástica que de seguro me servirá para jugar a la mamá y a la que prepara la comida y el té.
Miro los bebés. Algunos son bonitos, otros no tanto. Tienen todos los tonos de piel. Bueno, no todos. Ninguno representa el que podría tener con un hombre negro. La cruda lucidez de la adultez me hace leer que las capacidades de estos infantes son cada vez más reales. Unos hasta hacen caca y les puedes comprar pañales. Puede ser que otros tengan un malestar y que “los cólicos” les produzcan vómitos y lloren de tanto dolor. Es la práctica completa. Solo para niñas.
Sigo el orden de los pasillos y, cuando cruzo el segundo rosa, me encuentro con las barbies. Pero estas mujeres no parecen puertorriqueñas, ni siquiera latinas. Todas van a la misma peluquería y siguen la misma rutina de ejercicio. Nunca me pareceré a ellas. Y mi amiga Mercedes, tampoco. Ella tiene el pelo rizo y los labios gruesos. De momento, me compadezco de Mercedes, porque tampoco podrá tener un bebé que se parezca a ella. No hay en la vitrina.
Cruzo al pasillo azul y me esperan las pistolas. De agua, de dardos, de líquidos que te manchan la ropa. Parece que las niñas tampoco disparan. Y olvídate de que puedan mancharse los trajecitos. Los disparos son para los niños. Me enfurezco porque soy una niña que también quiere disparar. Regreso a la adulta y recuerdo que todavía la violencia se relaciona a los varones. Que la masculinidad tóxica comienza su entrenamiento desde el proceso lúdico de la niñez. No me distraigo. Soy una niña que quiere disparar y hace perreta para no limpiarle la caca -de mentiritas- al bebé.
Sigo caminando y, en el último pasillo azul, me encuentro con bolos, bolas de baloncesto y otra foto de dos niños encestando. Parece que las niñas tampoco juegan baloncesto ni manejan un auto. La vitrina de carritos está llena y solo hubo espacio para ponerlos en el pasillo azul. Para las etiquetas tampoco hay otro color. Disparan pistolas, juegan baloncesto y manejan autos, pero ¿una bebé? De acuerdo con este espacio, los niños no juegan con muñecas. En mi análisis infantil, les creo. Creo que solo puedo jugar con muñecas y ser una niña casi parturienta que cuida, que limpia, que sana, que protege. No puedo jugar con carritos, ni puedo disparar con pistolas porque cuidar a mi bebé me tomará mucho tiempo y debo hacerlo bien. Soy una madre estrella y todavía no alcanzo los 10 años.
Regreso a lo inmediato y recorro los pasillos otra vez. Las personas que trabajan en esta tienda me miran raro. Algo anoto, algo busco. Las respuestas a este sistema. La violencia que ejerce el patriarcado sobre la división de géneros y la imposición de roles. No es casualidad que este rosa brillante adorne las vitrinas de bebés y que por los pasillos azules yo no encuentre representaciones de paternidad. Nosotras limpiamos la caca desde niñas mientras los varones dedican sus energías a disparar o a chocar carritos. La violencia de género se escurre por las actividades lúdicas más inocentes, como los juguetes. Desde antes de nacer, ya ejercen poder sobre qué color vestiremos y hasta con qué jugaremos. Todo funciona como un plan maquiavélico que procura la garantía del sistema. Que cada quien se quede en su lugar.
Sigo anotando y pensando, mientras recuerdo que “la compleja maquinaria se echa a andar en la infancia, con la muñeca de trapo, con los enseres domésticos en su versión juguete-de-plástico, con los relatos que enaltecen de manera precoz la procreación. Y la muñeca en brazos no es nada inocente”. Ya la filósofa francesa Elisabeth Badinter me advertía de este fenómeno.
Salgo de la tienda con mis notas a cuestas. Guardo mi libretita y pienso que todo sigue igual. Hemos cambiado un poco el discurso, pero el patriarcado sigue liderando la práctica. Suspiro y recuerdo que las mujeres creamos y cuidamos desde muchos espacios. Los niños y las niñas nos necesitan. Liberarlos del engaño es vital. El sistema se cuela por las fisuras más delgadas y vulnerables de lo cotidiano como un fantasma. Seguiremos destapando el engaño.