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Honrando a las Matriarcas Caribeñas: memoria, resistencia y sanación

El proyecto cultural, que nació dentro de la iniciativas Crossroads del Caribbean Cultural Center African Diaspora Institute, permitió reconectar a mujeres de Puerto Rico y Santa Cruz
Matriarcas Caribeñas. Foto suministrada / Mikey Cordero

Fotos suministradas / Mikey Cordero

La historia del Caribe está hecha de memorias interrumpidas. Fragmentadas por los idiomas, marcadas por el colonialismo y atravesadas por la resistencia. Nuestra región ha tenido que inventarse una y otra vez para sobrevivir. Sin embargo, hay un hilo que nunca se rompe: el de las mujeres que sostienen, sanan y guardan la memoria.

Ese fue el punto de partida de Honrando a las Matriarcas Caribeñas, un proyecto cultural que nació dentro de la iniciativa Crossroads del Caribbean Cultural Center African Diaspora Institute (CCCADI), y que se desplegó entre Puerto Rico y las Islas Vírgenes (Santa Cruz) durante el verano.

Marissel Hernández, gestora cultural y directora del proyecto, lo explicó con claridad: “Who heals the healer? ¿Quién sana al sanador? Y cuando miramos a nuestras comunidades, la respuesta es evidente: son nuestras mujeres y los cuerpos feminizados quienes cargan con esa labor de sanación, de sostener la memoria y de resistir”.

Desde esa pregunta nació la idea de ofrecer un espacio seguro, íntimo y creativo para que mujeres afrodescendientes y cuerpos feminizados del Caribe pudieran reconocerse, compartir y crear juntas.

Matriarcas Caribeñas. Foto suministrada / Mikey Cordero

Tejer memoria y comunidad

El proyecto tuvo dos componentes principales: talleres de escritura creativa y talleres de tejido, realizados en Puerto Rico y Santa Cruz. La elección no fue casual.

La escritura permite organizar ideas, compartir quién eres, narrarte desde tu propia voz. Y el tejido, de forma literal, permitió conectar hilos de memoria e historia entre ambas islas. “Queríamos coser esos vínculos que en algún momento se rompieron y que hoy necesitamos reforzar”, agregó Hernández.

La artista y periodista Ana Castillo Muñoz fue la encargada de facilitar los talleres de escritura. Cuatro sesiones en cada isla bastaron para abrir un caudal de memorias, duelos, afirmaciones y descubrimientos.

“La historia oficial es numérica, eurocéntrica, fría. La literatura, en cambio, nos permite narrarnos en primera persona, con honestidad, con dignidad. Nos permite dejar constancia de nuestras experiencias íntimas”, contó Castillo sobre la experiencia.  

El resultado final fue tangible: dos tapices colectivos, uno por cada isla, unidos por un hilo que simboliza la conexión solidaria entre ambas comunidades.

Matriarcas Caribeñas. Foto suministrada / Mikey Cordero

Tejer como oración: la voz de Theda Sandiford

La artista multidisciplinaria Theda Sandiford, radicada entre Santa Cruz y Jersey City, fue la facilitadora de los talleres de tejido. Su propuesta partió de un vínculo íntimo y matrilineal: el aprendizaje transmitido de abuelas, madres y tías, a veces resistido en la niñez, pero que con el tiempo se transformó en el centro de su práctica artística y de sanación.

“Mi abuela insistía en que debía saber zurcir medias, coser botones, hacer ropa con lo que hubiera. En aquel momento me parecía anticuado, pero con los años entendí que esa inventiva, esa capacidad de transformar lo viejo en nuevo, era un regalo. Hoy son esas mismas habilidades las que sostienen mi práctica artística”.

Sandiford describió el proceso de trabajar con materiales reciclados —sábanas viejas, redes de pescar, ropa donada— como un ritual meditativo: desgarrar, trenzar, entrelazar. Cada movimiento se convirtió en una oración silenciosa.

“Cuando tejo, puedo desaparecer el dolor. Puedo dejar mis ansiedades dentro del tejido y salir más ligera. Es casi como rezar un rosario: los movimientos repetitivos, el diálogo interior, la memoria de los materiales… todo se transforma en un acto de sanación”.

Matriarcas Caribeñas. Foto suministrada / Mikey Cordero

Ese poder, afirmó, es lo que buscó compartir en sus talleres. “Aprendí que a través del tejido podía sanar y decidí enseñar a otras mujeres a hacer lo mismo. Les invito a escuchar lo que llevan dentro, a sostenerse en los momentos dolorosos y a atravesarlos. Me llena escuchar cuando una participante me dice: ‘Llegué cargada, molesta, agotada, pero mientras tejía todo eso desapareció.’ Eso es un regalo inmenso”.

Para Sandiford, cada material tiene memoria: una blusa usada guarda la cercanía del cuerpo, una red recuerda las manos que pescaron con ella, un simple corcho o tapa de botella cuenta la historia de quién lo bebió. Al transformarlos en arte, esa memoria se honra y se resignifica.

“Los materiales me hablan, me dicen qué quieren ser. Yo solo soy el cuerpo que responde a ellos. Y esa es también la práctica de las mujeres: hacemos con lo que tenemos alrededor, tejemos cuidado, familia, resistencia. Por eso este proceso es profundamente meditativo y político”.

Sandiford subrayó que la conexión entre Puerto Rico y Santa Cruz es, sobre todo, cimarrona. Ambos territorios comparten el peso colonial y la pérdida de saberes ancestrales bajo la americanización. Recordar, tejer y crear juntas se convierte entonces en una forma de resistencia cultural.

Matriarcas Caribeñas. Foto suministrada / Mikey Cordero

Romper barreras coloniales y lingüísticas

Los talleres fueron diseñados para mujeres adultas, un grupo muchas veces invisibilizado en las programaciones culturales. “Parece que cuando llegamos a la adultez ya no tenemos necesidades, como si el trabajo de cuidado que llevamos toda la vida fuera suficiente. Nosotras quisimos ofrecer un espacio para el descanso, para el encuentro”, explicó Hernández.

El impacto fue inmediato. Participantes de distintas edades —desde jóvenes de 20 hasta mujeres de 60 años— se encontraron por primera vez con otras que llevaban años viendo de lejos. Muchas nunca habían conversado entre sí, a pesar de compartir barrios, luchas y sueños.

El proyecto también se propuso atender dos obstáculos históricos en la región: la fragmentación colonial y la barrera lingüística.

Santa Cruz y Puerto Rico comparten siglos de intercambio, migraciones y resistencias. Sin embargo, la historia oficial ha borrado esa memoria cimarrona que cruzaba mares y tejía solidaridades.

“Hay una memoria olvidada de los cimarrones marítimos, que conectaban a Puerto Rico y San Croix (Santa Cruz) desde hace siglos. Nosotras quisimos rescatar ese vínculo. Por eso escogimos San Croix, además de su fuerte población migrante puertorriqueña”, explicó Hernandez. Tanto es el vínculo, que en octubre celebran el Día de la Amistad entre Puerto Rico y San Croix.

En cuanto al idioma, el equipo apostó por la justicia lingüística. Se ofreció interpretación consecutiva inglés-español durante los talleres, asegurando que cada participante pudiera expresarse en la lengua que le resultara más cómoda.

“El Caribe es diverso y multilingüe. No podemos seguir aceptando que el inglés sea la única lengua franca. Hay recursos para romper esas barreras, y lo que vimos fue gratitud: la gente agradece poder entenderse, aunque sea con intérprete. Eso también es sanación” expandió.

Matriarcas que se reconocen

Uno de los aprendizajes más significativos fue el acto de reconocerse como matriarcas.

“Tendemos a identificar a la otra como la líder, pero no a nosotras mismas. Reconocerse como matriarca es vital. Muchas mujeres nunca se habían pensado en esos términos” explicó Ana Castillo. Cuando lo hicieron, se celebraron unas a otras. “Fue algo hermoso” expresó.

Ese reconocimiento también permitió sanar heridas. Una participante en Santa Cruz, al reflexionar sobre el origen de su nombre, pudo reconciliarse con su madre. Otra descubrió que su verdadera matriarca había sido una tía. Otra reconoció a su vecina como la mujer que la había formado.

“Las matriarcas no siempre están en la familia directa. A veces es la maestra, la vecina, la líder comunitaria. Esas figuras también nos sostienen y nos permiten crecer” añadió Castillo.

Matriarcas Caribeñas. Foto suministrada / Mikey Cordero

 “Soy matriarca, aunque no lo había pensado”

Entre las voces participantes destacó la de Lisette “Liz” Llanos, nacida y criada en Santa Cruz, séptima generación de crucianas, con raíces familiares en Vieques.

“Mi abuela y sus hermanos llegaron a San Croix desde Vieques en 1927. Así que mi identidad es a la vez cruciana y boricua. Esa conexión siempre ha estado ahí, pero este proyecto me permitió vivirla de manera más profunda”, indicó.

Llanos es madre de tres adolescentes, profesora de inglés en escuela superior, activista comunitaria y responsable de mantener viva la memoria familiar a través de la organización de reuniones que celebran la migración de su linaje desde Puerto Rico. En el taller, llegó convencida de que hablaría de su abuela, Mama Linda. Sin embargo, el proceso la sorprendió.

“Terminé hablando de mí. Nunca me había pensado como matriarca porque mi mamá aún está viva y es la matriarca de nuestra familia. Pero en el taller me reconocí como madre, como guardiana de la memoria, como la que sostiene las reuniones familiares y educa a mis estudiantes desde la conciencia de nuestra historia caribeña”.

La experiencia, afirmó, fue intensa y profundamente sanadora: “Fue empoderador. Fue vital. No hubo barreras con el idioma porque la interpretación fue precisa y amorosa. Todo fluyó de forma auténtica. Nunca imaginé las preguntas que nos hicieron y, por eso mismo, las respuestas me salieron desde adentro, sin preparación. Eso fue lo más poderoso, que me obligó a mirarme y a reconocerme”.

Llanos se emocionó al invocar el nombre de su tía Esther, a quien nunca había mencionado en público como matriarca de su familia materna. Traer su memoria al presente, “fue como devolverle vida”, recordó.

Para ella, honrar a las matriarcas caribeñas es un acto urgente. “En una palabra: empoderador. En una frase: afirmar que sin nosotras no hay nada. Porque nosotras somos la raíz, la memoria y la resistencia”.

Su mensaje a las nuevas generaciones de mujeres que educan, resisten y crean memoria es claro. “Somos suficientes. Somos necesarias. Y tenemos que recordar que la resistencia también requiere descanso. A veces la resistencia es silencio, para poder escucharnos y decidir con claridad. Nuestras palabras son poderosas, pero para que honren el amor y la verdad, primero debemos honrarnos a nosotras mismas”.

El proyecto Honrando a las Matriarcas Caribeñas no solo reunió a mujeres de dos islas separadas por el mar, sino que trenzó memorias intergeneracionales, lenguas y prácticas culturales en un mismo telar. Lo que emergió en Puerto Rico y Santa Cruz fue más que literatura y tejido, fue un ejercicio colectivo de sanación, resistencia y afirmación.

Matriarcas Caribeñas. Foto suministrada / Mikey Cordero

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