(Ilustración por Mya Pagán @myashi)
Recuerdo la última vez que vi vídeos en televisión de restaurantes y barras donde la gente brincaba y gritaba con una emoción que parecía no caberle en el cuerpo. Fue cuando Mónica Puig ganó la primera medalla de oro olímpica para Puerto Rico en el 2016. También recuerdo otras tantas veces en que Tito Trinidad ganaba una de sus tantas peleas por “knockout”, en esos días gloriosos de la década de 1990. Anoche volvió a suceder. Nunca había visto un vídeo en que celebraran hasta en un avión. Esta vez, fue Jasmine Camacho Quinn al ganar la segunda presea de oro para el medallero boricua. Una joven puertorriqueña negra criada en Estados Unidos que, teniendo la opción de representar al país donde creció, escogió correr con el nombre del terruño que vio nacer a su mamá escrito en el pecho.
La representación de nuestra cultura en la diáspora se ha documentado por décadas y también ha generado debates y discusiones sobre la puertorriqueñidad. Esto no es sorpresa, reconociendo también nuestras realidades como sujetas colonizadas. Reconociéndome fuera de las experiencias de la diáspora, ya que nunca he tenido que irme a vivir -y espero nunca tener que irme- fuera de Puerto Rico, tomo las palabras de Juan Flores para describir que la cultura puertorriqueña de la diáspora es el “sentimiento existencial de un pueblo atrapado en un proceso implacable de migración circular, en el cual sus integrantes cargan sus imborrables atavíos culturales de ida y vuelta entre la amada pero problemática patria, y el frío y hostil, pero de cierto modo también muy familiar, escenario urbano de Estados Unidos”.
Esa sensación existencial genera ciertas incomodidades entre quienes nos hemos quedado en el archipiélago que muchas veces rallan en lo insoportable. No son pocas las personas que se han tomado el tiempo para expresar que Jasmine no es puertorriqueña porque ni siquiera entrena aquí. A esta discusión, podríamos traer el reclamo al Comité Olímpico y al gobierno de Puerto Rico para mejorar las condiciones de los y las atletas que sí entrenan aquí y no logran traer medallas, pero ese es otro tema. Los deportes siempre han sido una manera de manifestar nuestra existencia ante el mundo. De nombrarnos como otra cosa y de empeñarnos en reafirmar que no somos estadounidenses, que somos de Puerto Rico.
En estas noches y mañanas, Jasmine nos recordó ese sentimiento existencial del que habla Juan Flores y la migración circular. Una joven negra se para al frente y rompe un récord olímpico para recordarles a las niñas, a las negras, que eso también es posible. La madre de Jasmine emigró y hoy le devuelve a su país una hija con medalla de oro. Lo circular se manifiesta en el regreso a la patria añorada, la mirada compleja de lo que pudo ser en su tierra pero se tiene que trabajar en otro límite geográfico porque las condiciones materiales así lo provocan. Esa también es nuestra vida como puertorriqueños y puertorriqueñas en los márgenes de la identidad, como colonia de un imperio que por más que se ha empeñado, nunca ha podido asimilarnos a su cultura.
No es casualidad que Jasmine haya escogido representar a Puerto Rico teniendo la oportunidad de hacerlo para otro país con muchos más recursos.
Ese empeño del que hablo arriba se manifiesta y es negra, ahora carga una medalla, una flor de maga y unas lágrimas que reafirman la sensibilidad y el abrazo al mirarnos y reconocernos en ellas cuando escuchamos o gritamos: ¡PUERTO RICO!