Fotos por Cris Seda Chabrier
Cuando Nina Margarita Torres Vidal aprendía a sostener el lápiz para escribir, su maestra, una monja estadounidense, le dijo que debía hacerlo bien para cuando fuera secretaria.
“Yo voy a ser profesora”, contestó aquella niña que se convertiría en feminista.
Aunque reconoce que no hay problemas con quien quiera ser secretaria, su sueño siempre fue ser profesora universitaria, pues era lo que veía en la Universidad de Puerto Rico (UPR), donde su padre enseñaba Humanidades.
Entre intelectuales y muchos libros, Nina se crio en Río Piedras con viajes constantes al sur de la isla, de donde eran oriundos sus padres. Reconoce que fue una infancia feliz y centrada en los estudios.
En su adolescencia, estudió en la Escuela Superior de la UPR. Aparte de considerarla la mejor escuela de Puerto Rico, entiende que le dio las herramientas para luchar por la justicia social y respetar las diferencias entre las personas, pues aquel espacio educativo reunía personas de diversas clases sociales, afiliaciones políticas y religiosas.
Se convirtió en profesora y feminista
Ese sueño de niña de dedicarse a la docencia universitaria se convirtió en realidad cuando comenzó a enseñar Literatura en la Universidad del Sagrado Corazón (USC), a finales de la década del 1970, cuando también se comenzó a llamar feminista.
La USC se convirtió, poco a poco, en su trinchera principal de lucha. Mientas enseñaba, iba desmontándose de sus privilegios y aprendía lo que, en aquel momento, se introducía a la academia como “teoría feminista”.
“Llegar a ser profesora me enfrenta a mí a tener que repensar un montón de cosas. Yo ahora pienso las veces que dije cosas muy injustas o poco conscientes”, aseguró quien admite que aún está en su proceso de deconstrucción.
Desde su acercamiento con la literatura comparada, introducía la perspectiva de género en su labor como docente y como miembra de la comunidad universitaria, donde creó, junto a otras compañeras, la Jornada de Estudios en torno a la Violencia de Género.
“Trabajar desde la perspectiva de género es un modelo de vida. Es una manera diferente de mirar la realidad y de cambiar la manera de relacionarte con tu estudiantado”, señaló.
La primera jornada fue ideada para que durara tres días, pero, con el apoyo de la comunidad y el profesorado, se convirtieron en diez días de capacitar sobre cómo combatir la violencia machista. Desde la guardia universitaria hasta los estudiantes, recibieron orientaciones para que conocieran las leyes y los procesos para salvaguardar los derechos humanos.
“Nuestra universidad siempre ha tratado de ser acogedora y sanadora. A pesar de ser una universidad católica, siempre tiene gente pensante”, reflexionó la profesora emérita.
Como académica, también pertenece a la Red Feminista de Investigación y Educación de Género, cuya misión es fomentar la participación inclusiva para articular una agenda de investigación y activismo en asuntos de géneros, feminismos y sus intersecciones.
Asimismo, su acercamiento al feminismo se dio desde un proceso de empatía. Desde sus intersecciones y reconociendo sus privilegios, sintió empatía por las mujeres víctimas de violación, incesto o violencia doméstica, a las que atendía su compañera de lucha, la psicóloga Mercedes Rodríguez.
Actualmente, continúa promoviendo la educación con perspectiva de género como parte del componente de currículo del subcomité de Educación del Comité Prevención, Apoyo, Rescate y Educación de la Violencia de Género (PARE); y rechaza la llamada educación de valores, pues reconoce que, muchas veces, promueve prácticas machistas, racistas y clasistas.
Acercamiento a la teología feminista
A los cinco años, cuando se mudó con su familia a Estados Unidos para que su papá hiciera estudios graduados en la Universidad de Harvard, tuvo el primer acercamiento formal con el catolicismo.
Luego que su madre Margarita, una luchadora por la justicia desde la cotidianidad, falleciera, en 1990, ingresó al Seminario Evangélico de Puerto Rico para tomar el curso de Teología Feminista que ofrecía Sandra Mangual.
“Eso fue un antes y un después porque todo conectó. Yo quería hacer este trabajo (feminista), pero no solamente desde las teorías, las ciencias sociales, la literatura, que me encantaba, sino también desde mi relación con la divinidad”, expresó Nina.
Además, destaca la importancia de encontrarse con mujeres que creyeran en lo mismo que ella. Junto a sus colegas crearon, a principios de la década del 1990, la Comunidad de Mujeres Agrupadas para el Diálogo y Respuestas Ecuménicas (COMMADRES) para releer y resignificar los textos bíblicos, con una conciencia en la equidad, y reconociendo que fueron escritos por hombres.
“Comenzamos a hablar desde la fe, para la iglesia y para la sociedad, en torno al problema del discrimen, el sexismo, la violencia de género; y una relectura de los textos bíblicos y de las prácticas que han sido excluyentes en el cristianismo”, explicó.
No obstante, en espacios cristianos, fue cuestionada por ser feminista y mujer de fe.
“Esa experiencia de decir que soy feminista porque soy una mujer de fe, y soy una mejor cristiana porque soy una mujer feminista, me ha ayudado a ayudar a otras mujeres. Yo puedo tener todas las respuestas legales, sociales, de derechos humanos, pero las mujeres y los hombres de Puerto Rico están atravesados por el discurso religioso y, algunas veces, de la peor manera. A esas personas, no importa lo que uno les dijera, si no tomaba en cuenta eso, independientemente de que fueran o no a la iglesia, tenía que ver con que esa era una voz poderosa”, expuso Torres Vidal.
“La iglesia, la mayor parte de las veces, contribuía a tener a esas personas en posiciones de mucha vulnerabilidad, marginación y un poco paralizadas en situaciones de violencia o sintiéndose mal consigo mismas porque no llegaban a la altura de lo que ‘una buena mujer’ debe ser”, añadió.
Uno de los cuestionamientos más comunes, desde los espacios de fe, es sobre el derecho a la terminación voluntaria del embarazo. Su respuesta, como mujer que acompaña a las personas gestantes a practicarse abortos, es que lo hace desde la misericordia. Ella solo acompaña, no juzga, porque reconocer que las personas tienen la capacidad ética para tomar decisiones sobre sus propios cuerpos.
Además, explicó que una de sus maneras de orar es a través de las prácticas que promuevan justicia y equidad para todas las personas.
“Soy una mujer que conocí la divinidad desde el cristianismo, pero no es la única manera de conocerlo», sostuvo Nina, quien celebra la diversidad en las creencias religiosas.
Es activista desde el colectivo
Nina resaltó que su activismo no se puede contar sin hablar de sus compañeras de lucha. Junto a sus amigas Mercedes Rodríguez y las abogadas Josefina Pantoja Oquendo y María Dolores “Tati” Fernós, luchó por la creación y aprobación de la Ley 54 de violencia doméstica.
Junto a quienes considera sus hermanas, fue una de las miembras fundadoras de la Coordinadora Paz para las Mujeres, coalición que actualmente reúne a 38 organizaciones y 14 integrantes individuales. En aquel momento, trabajó documentando el proceso, coordinando actividades, cabildeando para apoyar el entonces proyecto.
También, pertenece a la Organización Puertorriqueña de la Mujer Trabajadora.
“A mí, me es igual si mi nombre sale o no sale. A mí, me es igual si yo aparezco o no aparezco, lo importante es que estamos empujando para el mismo sitio y que nos apoyamos unas a las otras y eso es un regalo”, soltó Nina emocionada.
Recuerda que le decía a Tati: “Somos eslabones. Unas vinieron antes, nosotras estamos en un momento, otras vendrán después, pero es inquebrantable esa lucha, ese amor, esa solidaridad que nos une para siempre. Esa es nuestra eternidad. No importa dónde estemos, no importan nuestras creencias, nuestra eternidad es esa”.
Dentro de todas las amenazas a las que se enfrentan los logros del activismo feminista, reconoce que la lucha nunca ha sido fácil y que toca defenderlos de las personas que crearon su poder desde la inequidad y el sufrimiento de la mujeres, las personas negras y las clases trabajadoras.
Nina aspira a una sociedad “en movimiento, de gente en crecimiento, donde haya posibilidad de entrar, de que otros entren, que participen. Una sociedad en la que todo el mundo, desde sus diferencias, entiendan que la creación toda, no solo la humanidad, es diversa y esa diversidad tiene un espacio digno y tiene que ser respetado».
A sus 70 años, Nina sigue colaborando con las luchas por la equidad, se interesa por el ecofeminismo y continúa en sus procesos de desaprender para aprender.
“Yo nunca puedo decir que soy una feminista completada, no soy una cristiana completada, es un proceso. Un proceso en el que los ojos se abren y duele. Todavía tengo que trabajar con prejuicios y con cosas que todavía no entiendo. Tengo que abrirme más. Eso es un proceso de vida. Ser feminista no es una moda, no es un título. Ser feminista es una práctica de vida y de compromiso”, concluyó.