Ya se asoma un nuevo año y, casi sin pensarlo, repetimos los mismos rituales: hacemos listas de resoluciones que prometen “mejorarnos”. Y, curiosamente, casi todas giran alrededor de un mismo eje: nuestro cuerpo como problema. Bajar de peso, alcanzar “la figura ideal”, corregir esto, apretar aquello, convertirnos en la versión “más disciplinada” de nosotras mismas. La cultura restrictiva, misógina y gordofóbica nos ha convencido de que el cuerpo es un proyecto eterno en reparación. Pero ¿te has fijado que la sexualidad casi nunca aparece en esas resoluciones?
La ironía es: nos han enseñado a vivir obsesionadas con moldear el cuerpo según estándares violentos, pero rara vez nos preguntamos cómo queremos sentirnos dentro de ese cuerpo. Perseguimos tallas, hábitos y “disciplina”, pero no perseguimos placer, conexión ni libertad. Y, aun así, se espera que la intimidad fluya, que el deseo aparezca, que el placer sea automático, aunque no nos demos espacio en nuestras propias listas.
Lo sé porque lo escucho a diario en mis consultas educativas: comparaciones constantes, “se supones”, culpas heredadas, una autoestima sexual fracturada por discursos que nunca nos pertenecieron. Cada fin de año nos preparamos para “optimizar”, y se reactiva el mandato del castigo: “este año sí rebajo”, “este año sí me arreglo”, “este año sí seré la versión aceptable de mí”. Pero casi nunca escuchamos: “este año me enfocaré en mi placer”, “este año estaré presente para mí”, “este año quiero conectar conmigo sin culpa”. La presión social, los estándares de belleza y el afán por encajar afectan nuestra salud mental, física y sexual.
No hacemos pausas para preguntarnos qué nos mueve, qué nos erotiza, qué queremos soltar porque ya no nos funciona y qué queremos mantener porque se alinea con nuestros valores, porque nos hace sentir plenas, porque lo elegimos nosotras. Hablar de placer sigue siendo un tabú, incluso cuando es una parte integral de nuestras vidas. Y lo es porque el placer no se limita a la genitalidad, y la sexualidad no se reduce a la ausencia de enfermedades ni a cumplir con reglas higienistas. Por eso necesitamos nuevas resoluciones que incluyan nuestros deseos, nuestras decisiones y nuestro bienestar erótico.
Aquí es importante recordar que el placer no es un accesorio: el placer es un componente esencial de la salud, especialmente de la salud sexual, porque contribuye al bienestar físico, emocional y mental. La salud sexual, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), es un estado de bienestar integral que incluye la posibilidad de tener experiencias placenteras y seguras, sin coerción, discriminación ni violencia. El derecho a experimentar placer sexual y a disfrutar de la sexualidad está respaldado por organismos internacionales de derechos humanos.
De hecho, la Declaración sobre el Placer Sexual del 25º Congreso Mundial de Salud Sexual de la Asociación Mundial de Salud Sexual (WAS) afirma con claridad que el placer sexual es parte fundamental del bienestar humano y un derecho humano que debe integrarse en la educación, en los servicios de salud y en las políticas públicas. Esta declaración subraya que el acceso a experiencias sexuales placenteras, seguras y libres de discriminación es esencial para la salud integral de todas las personas. Reconoce la diversidad de experiencias de placer y reafirma el compromiso con los derechos humanos de todas las identidades, destacando que el placer sexual es crucial para la realización personal, el bienestar subjetivo y la salud global. En otras palabras: el placer importa y nos pertenece.
Con eso en mente, la autocompasión se convierte en un acto feminista, porque nos saca del circuito de autocorrección constante. Tu cuerpo no tiene que cumplir con un estándar para ser digno de placer; necesita descanso, presencia y conexión. Pero nuestro cuerpo es político, y se ha vuelto una zona de guerra y discusión en la que muchas veces ni siquiera sentimos derecho a habitar. Por eso integrar la sexualidad como resolución —explorar tu deseo, tu erotismo, tus zonas de placer— no es frivolidad: es reconstrucción emocional y política.
Las resoluciones tradicionales nos imponen un molde. Pero podemos recibir el nuevo año desde otro lugar: desde uno donde recuperemos agencia, donde nuestros derechos humanos y sexuales sean respetados, donde podamos sentirnos dueñas de nuestro cuerpo y de nuestra historia, donde reconozcamos que el placer nos pertenece. Hablar de sexualidad informada, de justicia erótica, de justicia reproductiva, de vínculos diversos y de consentimiento real es abrir espacio para una vida erótica más libre, más amplia y menos colonizada por la culpa.





