En pleno siglo 21, todavía muchas personas se sienten avergonzadas por “no lubricar lo suficiente”. Se nos enseñó a pensar que, si no hay lubricación inmediata durante un encuentro sexual, algo está “mal” en nuestro cuerpo o en nuestro deseo. También se nos enseñó a creer que la lubricación es una prueba automática de excitación, como si fuera un interruptor que debe encenderse al primer roce. Pero ¿qué pasa si te digo que la lubricación no es un botón automático, sino una respuesta compleja a muchas dimensiones de tu vida? ¿Y si te dijera que esta presión por “estar lista” es una forma más de violencia simbólica sobre nuestros cuerpos sexuados?
La lubricación es una manifestación fisiológica de la excitación en cuerpos con vulva: humedad vaginal, vasocongestión y aumento del flujo sanguíneo. Pero no es un “botón” que se activa de manera uniforme en todos los cuerpos, todos los días, con todas las parejas o bajo todas las condiciones. Está influenciada por múltiples dimensiones: factores hormonales (como niveles de estrógeno, menopausia o anticonceptivos), emocionales (estrés, autoestima, deseo consciente), relacionales (confianza, consentimiento, contexto) e incluso ambientales (fatiga, clima emocional, estímulo). Es un sistema vivo, flexible y diverso. En esencia, es una respuesta del cuerpo al deseo y la excitación sexual. En los cuerpos con vulva suele manifestarse como humedad vaginal, pero esa humedad no siempre aparece de la misma forma ni con la misma intensidad. Como todo lo vivo: cambia, se adapta, a veces se retrasa y, en ocasiones, simplemente no llega. No todas lubricamos igual, ni en los mismos tiempos, ni con las mismas personas, ni bajo las mismas circunstancias.
Desmitificando creencias y tabúes
La ausencia de lubricación no equivale a falta de deseo. Punto. Muchas personas pueden sentirse excitadas mental o emocionalmente, pero aun así no presentar suficiente lubricación. Esto puede deberse a la menopausia, al uso de anticonceptivos, a ciertos medicamentos, a condiciones de salud, al estrés, a la falta de sueño… o simplemente porque su cuerpo necesita más tiempo o mayor estimulación. La excitación puede existir sin que el cuerpo lo refleje de inmediato, lo que podemos describir como una “disonancia entre cuerpo y mente sexual”. Esta disonancia es especialmente común en personas con historial de trauma, durante la perimenopausia o en periodos de estrés elevado, entre muchas otras circunstancias.
Incluso, la respuesta genital puede aparecer de forma automática en ausencia de deseo o consentimiento, algo documentado en estudios sobre respuestas involuntarias en contextos coercitivos. Por eso insistir en que la lubricación es una “prueba de deseo” no solo es científicamente incorrecto, sino también profundamente peligroso en términos de consentimiento sexual. Confunde el lenguaje del cuerpo con la voluntad de la persona y abre la puerta a normalizar dinámicas coercitivas.
¿De dónde salen estos mitos sobre la lubricación y el deseo?
Estos mitos no nacen de la nada. Son el resultado de siglos de educación sexual incompleta, coitocentrista, moralista y profundamente patriarcal. Se ha construido la idea de que el sexo “verdadero” es el que involucra penetración, y que la respuesta sexual “correcta” debe girar en torno al pene. Bajo este marco, la lubricación se convierte en la “prueba” de que una mujer desea ser penetrada, como si el cuerpo existiera únicamente para validar el placer heterosexual.
A esto se suma que la educación sexual —incluyendo la de Puerto Rico— ha recaído fuertemente en la pornografía hegemónica. Aunque no todo el contenido para adultos es problemático, el material más consumido muestra cuerpos con vulva que lubrican instantáneamente, sin preámbulo emocional, sin juego previo y sin variabilidad real. Tampoco se enfoca en el consentimiento activo, la exploración del cuerpo o la comunicación. Eso crea expectativas irreales que muchas personas interiorizan sin cuestionar.
Por otra parte, existen factores sociales que obstaculizan la vivencia sexual de las personas con vulva. En sociedades atravesadas por narrativas coloniales y religiosas —especialmente aquellas marcadas por el catolicismo, como Puerto Rico— la sexualidad de las mujeres ha sido vigilada, contenida y controlada. Hablar de deseo, variabilidad corporal o placer ha sido tabú. En ese silencio, los mitos crecen y la desinformación se vuelve norma. Además, solemos centrar la educación sexual en aspectos anatómicos e higienistas, dejando fuera la dimensión emocional, relacional y de derechos. Cuando no se enseñan conceptos básicos sobre la respuesta sexual humana, la fisiología, el consentimiento o la diversidad corporal, las personas llenan los vacíos con creencias populares, mensajes de pareja o información distorsionada.
Repercusiones reales en la vida y en la salud sexual
El problema es que estas creencias no son inofensivas: culpabilizan a las personas con vulva cuando no lubrican “a tiempo”, refuerzan dinámicas de poder desiguales, distorsionan la comunicación en las parejas y, peor aún, pueden llevar a prácticas sexuales no deseadas o dolorosas. Además, insisten en interpretar la lubricación como prueba de deseo, ignorando que la excitación genital no siempre coincide con el deseo emocional, especialmente en personas con historial de trauma, en la perimenopausia o bajo niveles elevados de estrés. Esta confusión entre lubricación y consentimiento es particularmente peligrosa, pues invisibiliza experiencias de coerción y normaliza la idea de que el cuerpo debe responder de cierta forma para validar la experiencia sexual.
En Puerto Rico, esto se manifiesta en el mandato cultural de “ser complaciente”, en el estigma hacia el uso de lubricantes, en la naturalización del sexo rápido sin juego previo y en la idea de que el placer femenino es secundario. Todo esto crea repercusiones profundas: ansiedad sexual, desconexión corporal, dolor no atendido, vergüenza, silencios y relaciones que operan desde la obligación y no desde el deseo. Por eso, desmontar estos mitos es un acto de justicia sexual, uno que implica reconocer que la lubricación no es un examen que hay que pasar, sino una respuesta corporal variable que merece respeto, escucha y cuidado.
Conclusión
Reconocer que la lubricación no es un examen que debemos aprobar, sino una respuesta corporal que cambia con la vida, es un acto profundo de justicia sexual. Nos permite salir del mandato de complacencia, desmontar la idea de que el cuerpo existe para validar el deseo de otra persona y comenzar a relacionarnos con nuestra sexualidad desde un lugar más digno, más consciente y más propio. Cuando dejamos de medir nuestra “normalidad” por la rapidez de una respuesta fisiológica, abrimos espacio para conversaciones más honestas sobre placer, consentimiento y bienestar.
Escuchar tu cuerpo —su ritmo, su tiempo, sus silencios y sus necesidades— es una forma de reclamar soberanía sobre tu vida sexual. La lubricación no define tu deseo, no determina tu valor, no dice nada sobre tu capacidad de amar o disfrutar. Lo que sí importa es tu agencia, tu seguridad y tu derecho a vivir una sexualidad que te haga bien. En un país donde tantas veces se espera que callemos, que cedamos o que actuemos por obligación, elegir escucharte es una revolución íntima y colectiva.






