Foto de Raúl Quiñones Rosado
De niña, recuerdo a aquellas mujeres que vestían de negro. Fueron viudas, madres, hijas, todas en duelos prolongados, hasta perpetuos para algunas que murieron sin nunca anunciar su final. Transitaban necesarias ante el mundo sin esconder su pena y su corazón desgarrado. Aquellas mujeres que vivían en luto se integraban a la vida sin negar su profunda herida. Transmitían su fe en la trascendencia, a la que apostaban al involucrarse en nuestras vidas, pero sin dejar el dolor y el luto atrás. “Hoy sufres, mañana serás feliz”, decía la viuda que fungió como mi abuela. Me ofrecía la perla de reconocimiento: ella indudablemente veía y reconocía mi dolor. Y luego, me ofrecía la perla de “la luz al final del túnel”: la esperanza.
Doler era un derecho, no se escondía para los publicistas del progreso ni para los explotadores que no tenían tiempo para sensibilidades o emociones. Seguir hacia adelante, según nuestras ancestras, suponía reverenciar y recordar a lxs muertxs, darse el espacio para extrañarles y debatirse aceptando la pena de su partida física. Las imágenes de mujeres que públicamente anunciaban e insistían en su duelo es una visión que se me hace necesaria para el calvario de nuestros días.
De mi parte, parecería que recogí el ajuar de duelo, no el mío propio sino el heredado de mujeres que han ido de tormento en tormento por generaciones. Reciclado por generaciones, en hilachas por tanto uso, marchito de lágrimas y sal, dando señales de no dar para más, tocó unirme a esa cofradía y ataviarme de luto por el dolor punzante y desgarrador de mi tiempo. Y acepto el ropaje mientras veo la grieta humana que parece ensancharse en mi generación y en la de mis hijxs y nieto.
Una flotilla de alimentos y pertrechos que no llegó, una niñez indefensa, con hambre y heridas mortales, atomizada por criminales y degenerados, inmorales gobernantes que legislan el odio, supremacistas que se elevan como profetas y santos, dosis de tortura diaria, cristianxs a la usanza del viejo testamento, dominando a un cristianismo que no ha podido enarbolar la bondad como portaestandarte, huestes envalentonadas y deshumanizadas, seducidas por la perversidad y la falsedad, quema de libros y censuras que borran un pasado del que no hemos sanado, una nueva inquisición con sádicos modernos que buscan apropiarse de nuestras cuerpas, juntillas de poderosos y de peleles para controlar la evolución del pensamiento humano, adulteraciones de fe, maltratos hacia tantxs que llevan en su piel el trauma de generaciones, la pobreza extrema mientras los pudientes siguen fabricando bufones como gobernantes… ¿Quién no se uniría a las sollozantes que deambulan como espectros desconsolados?
Seguimos en lucha porque el mal anda suelto y es atrevido, con permiso de exterminio y expectativa de impunidad, es salvaje y suicida, y aunque intuyo la salvación, así como mi abuela la intuyó un día, sé que no podré dejar de doler para seguir en lucha. Lo mío es simultáneo: lucho, aunque duelo destrozada.





