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Redistribuir las tareas en la casa y en la finca también es justicia verde y ecológica

Agroecología_Tania González

Arte por Tania González

Hace unas semanas, conversando con dos familias que tenían une hije cada una, surgió el análisis de lo difícil que es tener dos hijes o más. Los clásicos puntos de racionalización: que solo uno en la pareja trabajaba y ahora, con dos personas trabajando, es imposible criar.

Mi primera observación fue que precisamente era ya un trabajo estar en la casa cuidando y criando. Descartar el trabajo doméstico, familiar o comunitario ante el altar del capital y la supremacía del trabajo remunerado es un retroceso para las mujeres, pero apunta particularmente a invisibilizar aún más el rol céntrico del trabajo histórico no remunerado, así como el impacto del cambio climático y el trabajo de conservación ambiental en la calidad de vida de las mujeres, quienes frecuentemente se ven obligadas a asumirlo.

Mi observación de ese día se queda corta en muchos niveles, particularmente en la agricultura, cuando en los movimientos siguen siendo mujeres la mayoría de las participantes, pero no líderes o quienes toman la decisión final.

La poca información disponible sobre agricultura en Puerto Rico revela unos patrones preocupantes. Casi el 90% de los proyectos agrícolas están liderados por varones, según el Censo Agrícola de 2017.

Haciendo un análisis rápido de los datos disponibles en IPUMS del 10% de mujeres que trabajan la agricultura, las mujeres están sobrerrepresentadas en los renglones de menor ingreso (menos de $2,500 en volumen de ventas al año) y 75% tiene un ingreso de menos de $10,000 al año, comparado con 60% de los proyectos liderados por varones. Esto se suma al efecto compuesto de la pobreza concentrada en municipios rurales y la predominancia del área metro.

Por ejemplo, al calcular daños a vivienda en números totales luego de María y no la proporción de viviendas afectadas y disponibles, se priorizan regiones con mayor disponibilidad de recursos (San Juan = más casas afectadas) en lugar de las regiones donde un número menor de casas se afectaron, pero ese número menor era casi el total de la vivienda disponible.

A esto también se añade la concentración de tierras en manos de la minoría, pues 4% tiene el 40% de los terrenos en producción. Además, sin conocer la titularidad, se pierde el legado histórico del sistema de herencias que muchas veces ata el título de la finca al varón, aunque la que lleve el proyecto sea una mujer.

Podemos añadir a esta lista la concentración de servicios básicos en las áreas metropolitanas, como salud, vivienda asequible, entre otros que son las tareas asignadas por hábito a las mujeres y que aumentan su carga. La falta de recursos y alternativas, de la mano con estresores que se agravan con las variaciones del tiempo, ahora más extremas por el cambio climático, y la volatilidad del mercado, son el combustible perfecto para situaciones de violencia intrafamiliar para las cuales hay aún más limitadas salidas.

¿Por qué es importante entender y reconocer plenamente los roles en la familia y en la comunidad?

En la cultura polinesia, cada parte del trabajo del mar tenía su igual contraparte en la tierra, asociado a la mujer. El primer reconocimiento importante es que ambas tenían el mismo peso, valor y necesidad.

Durante mi investigación doctoral sobre agricultores a pequeña escala en Puerto Rico, identifiqué que las fincas que no tenían una mujer trabajando en el núcleo familiar redistribuyen las responsabilidades del hogar entre sus integrantes: tíos, padres, hijos adultos, y más familiares.

La redistribución de labores apunta a que una vez el rol es reconocido – quien cocina, por ejemplo – este se puede distribuir dentro de la familia. Por lo tanto, debe haber un reconocimiento del trabajo que históricamente se le ha asignado a la mujer como primer paso para evitar que el trabajo remunerado se vuelva una carga más que reduce la sostenibilidad de áreas rurales.

La falta de opciones o alternativas genera un sinnúmero de escenarios que, como individuos, nos llevan a tomar decisiones a corto plazo que afectan nuestro bienestar a largo plazo.

Los agricultores empobrecidos saben que están tomando decisiones que a largo plazo envenenan la tierra y les afectarán su cosecha, pero se ven sin alternativas para el ahora. Jóvenes crean un desdén por la agricultura si solo lo asocian a obligación o castigo, como pasó por décadas para industrializar a Puerto Rico. En el caso de las personas que tienen que buscar agua potable o pesca, por ejemplo, los extremos de cambio climático les obligan a ir cada vez más lejos (mar afuera o fuera de la protección de su comunidad), aumentando la jornada laboral, exponiéndose a mayores peligros y ultimadamente, inclusive, arriesgando su vida. Al ser obligatorias estas modificaciones, se invisibiliza el impacto detrimental de la pobreza y la crisis climática, más aún en aquellas personas que tienen que asumir el riesgo con la posibilidad de dejar una familia desprovista. Además, estas condiciones acrecientan la brecha entre sus necesidades y la posibilidad de generar opciones para la supervivencia y, más aún, para la sostenibilidad.

La agroecología es una vertiente de investigación y acción que se centra en aprender de manera científica y sistemática de la naturaleza (ecosistemas) para manejar nuestros agroecosistemas, acompañada de un movimiento social y la validación de las culturas originarias que han sido desplazadas por el capitalismo.

En Puerto Rico, la agroecología ha tenido un rol central en la revitalización de la agricultura y en crear opciones que han permitido la inserción de mujeres a liderar proyectos agrícolas.

Consistentemente, más del 60% de los proyectos nuevos que asumen la agroecología son mujeres. Los proyectos incorporan aspectos más allá de la imposición gubernamental de una agricultura industrial; integran componentes de la cultura que giran en torno a la siembra y la comida, como juntarnos, compartir comida e historias, tocar música, cuido familiar entre familias y, en resumen, la creación y recreación de la cultura a través de la comida, la siembra, la música y las artes. Los proyectos agroecológicos que he acompañado tienen un componente de siembra, pero en el 40% de las veces incluyen la reeducación de la comunidad en torno a comida regionalmente disponible, temporadas de abundancia, elaboración de productos de valor añadido y la primacía del bienestar comunitario sobre el desarrollo económico, giro que ya la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, en inglés) y la Union of Concerned Scientists identifican.

La agroecología no es una panacea. Muchas decisiones y el liderato de organizaciones están aún dominadas por hombres. Todavía las mujeres asumimos el rol de activistas como una tercera jornada, situación que la agroecología como movimiento puede agravar, y aún prevalece la fijación de separar/clasificar las tareas como femeninas o masculinas cuando conocimiento científico ya ha desmentido creencias de la inferioridad o inclinación natural de la mujer.

Al ser la agroecología parte de un movimiento internacional, este genera mecanismos que van desde documentar y validar todos los posibles roles y tareas necesarias para una comunidad sustentable hasta algo tan básico como que las mujeres puedan heredar o estar presentes en la toma de decisiones.

Reconocer y reaprender las tareas mínimas necesarias para la sostenibilidad permite la distribución de tareas entre familias de manera más justa y hace el trabajo colectivo más factible, distribuyendo las responsabilidades y tareas a veces entre familia extendida o escogida.

Ahora que más colectivos diversos están asumiendo la tierra como vocación, la rigidez del binario de tareas masculinas y femeninas va modificándose también para identificar y validar todas las tareas antes invisibilizadas. Más personas en la agricultura agroecológica van creando otros patrones de conducta y una nueva cultura en la que todas, independientemente de nuestro género, podemos realizar las tareas que más nos llenan de satisfacción contribuyendo al bien común.

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