Cuando llegó el anuncio de que se convertiría en madre, la periodista y socióloga catalana Esther Vivas inició un proceso de búsqueda de información. La acción natural de leer, explorar y analizar artículos sobre maternidades se convirtió en una indignación que la acompañó por los primeros tres años de vida de su hijo, y que sintetizó en el libro Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad.
Por tres años, se formuló y contestó muchas preguntas que la llevaban a la misma conclusión: “el problema no es ser madre; son las condiciones en las cuales maternamos”. Principalmente, las condiciones que se viven desde una maternidad patriarcal.
La escritora se refiere a la experiencia materna que está atravesada por la violencia obstétrica normalizada, la falta de un parto respetado, la lactancia condicionada al mercado, las culpas de la “mala madre”, el espejo irreal de la “buena madre” o de la supermujer y el mercado laboral que provee licencias de maternidad que no están pensadas desde el proceso del posparto y de la lactancia.
“Pensé que era importante mirar a la maternidad desde el feminismo. El elemento diferencial era no negar la maternidad ni rechazarla ni reducirla a la maternidad patriarcal ni tampoco idealizar la experiencia materna. El punto de mirar la maternidad, desde el feminismo, era reivindicarla como una experiencia que debe ser vivida libremente y que se le debe dar el valor social, económico y político que se le ha negado”, expresó la profesora universitaria, desde su residencia en Barcelona, por medio de una conversación virtual.
“La maternidad viene condicionada por un sistema y una sociedad patriarcal que discrimina a las mujeres, que invisibiliza la experiencia materna, que le resta valor a esta experiencia. Al mismo tiempo, viene condicionada por un sistema socioeconómico neoliberal que supedita todo lo que tiene que ver con la reproducción humana, la maternidad, el cuidado y la crianza al mercado. El mercado, aquello que genera negocio, es lo que tiene valor, pero el trabajo de cuidados, como la maternidad y la crianza, es algo gratuito que harán las mujeres por naturaleza. Esto es resultado de una construcción social y cultural”, profundizó al señalar que la maternidad debe pensarse como una responsabilidad colectiva.
En esta reflexión, Vivas señaló que su indignación se alimentó también con la falta de una agenda urgente en el movimiento feminista para abogar por más derechos para las madres. Explicó que el feminismo ha tenido una relación compleja con la maternidad, porque, como el patriarcado se apropió de la experiencia materna, se veía como una obligación en vez de una elección.
“Cuando la feministas de la segunda ola de los años 60 y 70 se rebelaron contra el mandato de la maternidad, se cayó en un discurso antimaternal y reproductivo. Se entiende en este contexto, pero crea un análisis que reducía la maternidad a la maternidad patriarcal, sin diferencias entre la imposición y la experiencia libremente elegida de ser madre y que debe estar dotada de derechos”, explicó.
Hoy, gracias a las luchas de antecesoras feministas, está convencida de que existe una generación que decide libremente ser madre, y que hace frente a los mandatos de la “buena madre”. Es decir, mujeres que se distancian de la madre abnegada y angelical que se promueve en la sociedad patriarcal, en la que el hombre, lo masculino, tiene la supremacía por el simple hecho de serlo.
Este grupo de mujeres que nació a partir de la década de 1970, dijo, desafía los estereotipos de la “buena madre” y de la supermujer que todo lo puede. A esta última la describió como la que trabaja, cría, se encarga de los cuidados y de las tareas domésticas y, además, tiene tiempo para hacer ejercicios y lucir a tono con los estándares de belleza. Verse en este espejo es irreal, subrayó.
Esa apuesta por una madre “desobediente”, lejos de las imposiciones sociales, se percibe en cada una de las portadas de su libro con ediciones en España, Argentina, Uruguay, Bolivia, Colombia, Chile, México, Brasil, Perú y Puerto Rico.
La versión puertorriqueña, de Ediciones del Flamboyán, muestra a una mujer con un puño en alto que deja ver su pañuelo verde, símbolo de la lucha por el derecho al aborto. Aparece con un porte desafiante y acompañada por su criatura. Desde la tapa, se invita a una maternidad elegida, libre, real y con derechos. La ilustración es de Rosenda Álvarez Faro, cofundadora y artista del Taller Malaquita.
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Silencios de la maternidad
Vivas experimentó una reacción en cadena con madres de distintos países que apoyaron su publicación. Esta respuesta, reconoció, se produce porque la maternidad es una experiencia personal que está acompañada de sentimientos y vivencias universales.
En mayor o menor grado, las madres encaran la depresión posparto, soledad, culpa, juicios de la sociedad, violencias, retos para conciliar la vida personal y laboral, discrímenes y desigualdades. Otras tienen dificultades para ejercer a plenitud su lactancia, ya sea por falta de información o por una red de apoyo. Y hay quienes experimentan la violencia obstétrica o procedimientos médicos innecesarios, en algunos casos, como las cesáreas y las episiotomías.
También, según el país de procedencia, algunas licencias de maternidad no proveen el tiempo necesario para una recuperación satisfactoria luego del posparto. En Puerto Rico, la ley provee dos meses de licencia de maternidad, que son insuficientes, además, para tener establecida la lactancia antes de la separación entre madre y bebé. En España, son cuatro meses. Mientras, en Finlandia, la licencia parental es de nueve meses, los primeros tres meses para la madre y el resto pueden ser para el padre o para la madre.
Los contextos son distintos, pero son muchas las similitudes en la experiencia materna.
En su publicación, la escritora habló también de sus propias vivencias al compartir sus dificultades para quedar embarazada y la pérdida gestacional de su hija.
–¿Por qué tantos silencios en la experiencia materna que es tan similar?
–No lo hablamos, porque no se nos está permitido hablar de la maternidad real y de las sombras. Socialmente, se ha secuestrado la experiencia materna y se ha escondido detrás de lo que podríamos llamar la máscara de la maternidad, en la que todo debe ser bonito, fácil, color de rosa. Salirnos de lo socialmente establecido implica que somos malas madres. Para encajar en el ideal de la madre perfecta, no podemos nombrar la experiencia materna real. Esto nos genera mucho dolor, culpa y malestar con la experiencia materna; pensamos que somos las únicas. Es fundamental acabar con el ideal de la madre perfecta. Hay que señalar que ser madre no es fácil, y que la maternidad viene dificultada por la sociedad y por el mercado de trabajo. Y ser conscientes de las dificultades de ser madre para lograr un parto respetado, una lactancia materna satisfactoria y una conciliación real.
–¿Te has liberado de la culpa?
–Hacer una lectura sociopolítica de la experiencia materna me ha ayudado a liberarme de la culpa. La culpa tiene un carácter patriarcal y siempre nos persigue como mujeres y como madres. No es fácil liberarnos de esta culpa porque la hemos asumido desde pequeñas. Tener esa culpa es el resultado de una sociedad que nos discrimina como mujeres, como madres, que rechaza y dificulta nuestras necesidades, que da la espalda a nuestros derechos. Esto nos ayuda a entender las causas de la culpa y a liberarnos.
Cuando se destape la maternidad real, las mujeres se liberarán de las culpas por no tener ese parto deseado y lactancia soñada, añadió. Es muy difícil tener un parto respetado en un sistema sanitario en el que la violencia obstétrica forma parte de su estructura y en el que se recibe maltrato físico y sicológico en el momento de parir, señaló. Mucho menos, tener una lactancia satisfactoria si a los dos meses de dar a la luz tienes que incorporarte al trabajo.
Mirada interseccional
Apuntó, además, que las violencias en el marco de la maternidad se ven agudizadas por las desigualdades de clase y raza. “Cuando desde el feminismo se pone énfasis en defender el derecho al aborto, que es imprescindible, también se debe poner énfasis al derecho a ser madre y los derechos de las madres, porque qué pasa con esas mujeres pobres, migrantes, indígenas que han sufrido esterilizaciones forzadas para que no tuvieran más hijos. El feminismo debe defender el derecho de estas mujeres de tener hijos”, señaló sobre la mirada interseccional de la maternidad.
Por tanto, insistió en que los procesos tienen que estar garantizados como derechos para que no se conviertan en el privilegio de quienes puedan costear un parto en el hogar, el acompañamiento de una doula y una asesora de lactancia.
“Como mujer, debo de tener un parto respetado, libre de violencia y abusos, debo amamantar si así lo deseo, y me debe acompañar el sistema sanitario, la sociedad, el mercado del trabajo, no dificultármelo como sistemáticamente sucede”, recalcó.