Pocas veces, pensamos la literatura como un espacio incómodo, aun cuando el acto de la escritura creativa tiene todo de culpable y nada de inocente. Los autores y autoras saben a quiénes le escriben y para qué. Algunos buscan entretener, otros incomodar, todos representar porque eso es la literatura: una representación. Yo digo que para escribir hay que incomodar. Eso lo aprendí de Marta Sanz, quien siempre que le cuestionan lo político de su obra literaria afirma con una fresca claridad:
“Todos los libros por el hecho de serlo están adaptando un tipo de discurso e ideología y, aunque no quieras, intervienes en lo real y te estás comprometiendo con cosas […] Hablar de las rosas en una época de hambre, de huérfanos y de exilio, también es una manera de comprometerse de una manera deshonesta y con esa supuesta neutralidad que valida el sistema. La literatura debe tener un papel de intervención en la sociedad”.
Pensar la literatura como un espacio de intervención social también implica que mediante su existencia se atraviesan asuntos difíciles, sensibles y traumáticos de su faz. Parte de esta intervención que conlleva representar el mundo como lo conocemos, también se encuentra utilizar las letras como espacio para la incomodidad y para la reflexión. Regreso a Marta en una de sus reflexiones sobre el rol de la literatura:
“Hay textos que parten de la radical convicción de que la literatura ya no le importa a casi nadie y que a la vez pretenden hablar de la literatura desde un lugar que no sea su templo, su jardín vallado, su paraíso perdido”.
Es decir, aboga por una literatura no solo como ese lugar desde donde se aprecia, imagina y valora la belleza, sino también como puente para representar las experiencias y condiciones humanas, no siempre agradables, que surgen a consecuencia de un sistema patriarcal, capitalista y racial. Mientras leía el cuento que reseño en esta nota, retumbaban en mi cabeza una y otra vez esas palabras de Marta sobre la incomodidad de la literatura. La antología de cuentos Sin pasar por go: Narrativa dominicana contemporánea es parte de esa literatura que te trastoca la lectura porque su ficción es tan cruda como real que no hay manera de escaparse.
En esta tremenda selección de la artista y escritora Rita Indiana, los personajes son voces alternas e inesperadas que representan las experiencias de un yo atravesado por realidades muy cercanas y poco comentadas. Como bien lo describe Lorgia García Peña, en el prólogo, el cuento del siglo veintiuno dominicano:
“Es decididamente transnacional y se enfoca en el individuo y sus relaciones con un yo que intenta entenderse dentro de su entorno familiar, social y/o global y en ese entenderse también desmantela las grandes realidades o mentiras que forman lo que conocemos como vida, muerte, amor, desamor, familia y nación” (10).
De estos 14 cuentos, he escogido uno que me parece urgente y necesario para esta nota. El cuento parte desde la voz de una niña que narra las realidades sobre las violencias sexuales que vivimos los cuerpos feminizados desde nuestra niñez. En el cuento Anestesiada, de Aurora Arias, una escritora y periodista dominicana, la voz narrativa da cuenta de su experiencia desde la intimidad de su diario. Desde el inicio, hay una sensación de culpabilidad para el lector o lectora que aparece al leer “Querido diario”, porque estamos leyendo algo que no debemos leer. Estamos leyendo seis momentos en los que la niña escribe en el diario. El doctor Isa es quien va a la casa a chequear a su papá que está enfermo. Sin embargo, es un hombre que le inspira desconfianza a la voz narrativa, como la mayoría de las figuras masculinas que la rodean.
La niña le cuenta a su diario sobre su cotidianidad al lado de su madre en la que también se reconocen complejidades en su relación. Sin embargo, la voz narrativa no se detiene ahí y da cuenta de una visita que hicieron a un almacén de telas para comprar la de sus uniformes escolares. Describe a un hombre que las atiende y que parece muy simpático. Sin embargo, en vez de cortar las telas se concentra en la niña:
“El hombre se puso a mirarme mientras mami manoseaba esos encajes, como distraída. La forma de mirarme de ese hombre se me pareció mucho a la del doctor Isa […] He visto esa mirada en otros hombres, sobre todo desde que me comenzaron a salir los senos […] Esta mañana en esa tienda de telas sentí mucha vergüenza cuando el hombre que nos atendió se acercó y me dijo bajito para que mami no lo oyera: ‘Ya te están creciendo las tetitas, mi amor’” (76).
Hay un denominador común entre los hombres que rodean a la voz narrativa. La mirada de acecho, el reconocimiento de que ya no es una niña porque las figuras masculinas a su alrededor han comenzado a hipersexualizarla con la mirada y también con las palabras. El diario es el espacio seguro para contarlo. La niña continúa alerta.
Más adelante, la narradora le cuestiona a su diario sobre la llegada de la menstruación. Se compara con otras compañeras y expresa su preocupación si fuera la única niña a la que no le ha llegado cuando comience el año escolar. Según escribe en el diario, la madre planifica llevarla al consultorio del doctor Isa para “un chequeo médico porque es posible que tenga anemia y por eso todavía no he tenido mi primera menstruación” (77). Recordemos que la mirada del doctor Isa se parece mucho a la del hombre que la miraba en el almacén de telas. Llegamos a la cuarta entrada del diario y ya están en el consultorio. La voz narrativa cuenta todas las explicaciones que su madre le da al doctor Isa para describir su preocupación por el atraso en la primera menstruación de su hija; aquí nos enteramos que tiene 13 años.
El doctor Isa manda a la madre a salir del consultorio. El tono de la narración cambia. La niña expresa: “Miré a mami pensando que iba a decir que no, pero ella salió del consultorio en silencio y cerró la puerta sin mirar atrás” (78). El doctor le ordena a la voz narrativa que se quite la ropa y se acueste en una camilla, “lo que pasó después me disgustó tanto, que todavía no puedo contárselo a nadie, nisiquiera a ti”. El diario, que es el espacio seguro de la voz narrativa, se convierte en un riesgo para contar la violencia que acaba de sobrevivir.
Las dos entradas restantes del diario son escuetas y poco expresivas. El doctor Isa tiene un diagnóstico que tiene que ver con amígdalas inflamadas. “Yo no entiendo por qué dijo eso si ni siquiera me las examinó” (78), pero va a internarla para sacárselas. En la última entrada del diario, la narradora se encuentra en la víspera de su operación. “Esta noche, antes de acostarme, me moría por decirle a mami lo que él me hizo en su consultorio hace 3 días, pero fue como si se me cerrara la garganta, y casi no podía ni tragar” (79). La operación es inminente y no hay de qué preocuparse, dice su madre. “Mami dijo también que ella estará al otro lado de la puerta de la sala de cirugía esperando que el doctor Isa termine con la operación, y que no sentiré dolor porque el doctor Isa me anestesiará de cuerpo entero, y así estaré durante un rato, que pasará volando y luego ni lo recordaré” (79).
De esta manera, termina el cuento que alude al título Anestesiada. En esta narración, Aurora Arias nos lleva por la cotidianidad de una niña preadolescente que sobrevive a las violencias de las figuras masculinas a su alrededor. Sin embargo, deja abierto el final sobre el riesgo y la vulnerabilidad a la que seguirá expuesta la niña durante la operación. La escritura es el espacio seguro de la voz narrativa que insiste en que algo anda mal a su alrededor, aunque su madre no se dé cuenta. Hay un episodio de violencia que no podemos identificar completamente porque, aunque el diario es un espacio de confesión y encuentro de la primera persona, la narradora sabe que siempre hay un riesgo de que caiga en otras manos y Arias, como escritora, también.
Esta narración es incómoda porque plantea realidades sobre la vida de muchas niñas que comienzan a descubrirse vulnerables y en peligro alrededor de las figuras masculinas que las rodean. No todas somos sobrevivientes de violencia sexual; todas sí hemos sobrevivido al acecho de hombres que nos roban la inocencia hasta con la mirada. De ahí, a que sea precisamente una niña quien nos lo recuerde, una niña que se descubre en peligro frente a las violencias de los hombres y es la escritura su manera de salvarse. Así vamos muchas y ojalá pudiera salvarnos a todas.
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