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El país que dice amar a las madres, pero respeta poco sus derechos y los de sus hijos

madres en RepDominicana

Santo Domingo, República Dominicana.- En las emisoras se escucha una y otra vez: “No te preocupes madre mía, le decía mientras lloraba, nos miramos con sentimiento y le dije que me marchaba”. Las letras de la canción interpretada por el merenguero Sergio Vargas son conocidas por generaciones de dominicanas y dominicanos. Los locutores hablan sobre la belleza de nuestras “nobles y sacrificadas” madres. En miles de casas hay almuerzos, flores y abrazos. Las redes sociales de instituciones públicas y privadas se llenan de felicitaciones para las “reinas del hogar”.  

Y así transcurre cada Día de las Madres en la República Dominicana, donde se celebra el último domingo de mayo. La celebración está marcada por un coro de voces que agradecen, pero también romantizan y estereotipan la maternidad. Hasta el último minuto, las tiendas venden desde electrodomésticos (el patriarcado no toma feriados) hasta perfumes y ropas. Muchas personas que han perdido a sus madres acuden a los cementerios a rendir homenaje a su memoria. ¡La sociedad dominicana ama a las madres!, o dice amarlas. Pero, más allá de los discursos, ni el gobierno, ni las empresas y con frecuencia, ni siquiera las organizaciones sociales garantizan sus derechos.

Del discurso al hecho…  

Suleika Polanco, de 29 años, comunicadora social y asistente de investigación, madre de dos niños de 6 y 2 años, cuenta que tuvo dificultades para alimentar a su primer hijo de manera exclusiva con leche materna durante los primeros meses debido a los obstáculos que encontró para conciliar el trabajo y el cuidado de su bebé, aunque finalmente lo logró. Sus dos pequeños fueron alimentados de forma exclusiva con leche materna.

“Yo me llevaba mi extractor de leche y no tenía espacio seguro para hacer eso. Llegaba a mi casa con el pecho totalmente cargado, cuando se supone que la empresa debe habilitar un espacio, porque es lo que dice la ley, pero en la práctica no es así”, explica la comunicadora, que en ese entonces trabajaba en un centro de llamadas o call center.  

Estas situaciones ocurren en un país donde las autoridades han tenido que idear un plan para llevar la lactancia materna exclusiva de un 16% a un 25%, según una nota publicada por el Instituto Nacional de Atención Integral a la Primera Infancia (INAIPI). 

La maternidad también impactó en su carrera y en su activismo y militancia política.

“Tuve que alejarme de todo eso. Tuve que dedicarme a la crianza. Un poco como que me sacó de mi escenario normal, que era salir, dedicarme a actividades políticas, y de los colectivos de mujeres, porque tenía otra prioridad. Tuve que elegir”, recuerda Suleika Polanco.

Tuvo que elegir, a pesar de que está inscrita en el régimen contributivo de la seguridad social, lo que le permitió tener acceso a una guardería —con un sistema de copago que de todas formas no llenaba todas sus necesidades de apoyo en los cuidados de su hijo.;

Las guarderías no son suficientes para todas las familias, sobre todo si viven fuera de la ciudad; y, en general, funcionan en horario de oficina. No todas las madres trabajadoras, sobre todo si también son estudiantes, o tienen horarios irregulares, pueden controlar su agenda a ese ritmo. De todos modos, Suleika tuvo suerte de ser una trabajadora del sector formal, en un país en el que la mayoría de los empleos se generan en la informalidad, sin acceso a ciertos apoyos mínimos de la seguridad social. En cambio, no tuvo la suerte de contar de cerca con su familia de origen, ni con la familia de su compañero, porque no viven en su mismo municipio. 

Cuando la educación y la salud públicas fallan

En la República Dominicana las familias, sobre todo las mujeres, suplen muchas de las faltas del Estado en materias de derecho y de cuidados. 

A Manuela, de 58 años, residente en un pueblo de la provincia Bahoruco, en el suroeste dominicano, le ha tocado, en distintos momentos, criar niños de otras mujeres de su familia, y también dejar a sus hijos biológicos al cuidado de su madre y sus hermanas para poder mantenerlos. Decidimos omitir su identidad para proteger la privacidad de otras personas de su familia que son parte de su historia. 

Manuela empezó a cuidar niños desde los 15 años, cuando se quedó, junto a su madre, a cargo de la hija de una de sus hermanas, que enfrentaba unan situación económica complicada. Cuidaba la niña, a la que también considera su hija, mientras terminaba la secundaria. A pesar de asumir esa responsabilidad a edad tan temprana, recuerda ese tiempo con ternura. “Le cogí cariño a esa niña, me la llevaba a todas partes”, comenta.

Tres años después, tuvo su primer embarazo, en una relación con un hombre que la insultaba. Tuvo que abandonar sus estudios secundarios y dedicarse a limpiar casas para mantener a sus niños, después de terminar con su marido, para no sufrir maltratos.

Aunque el papá de sus hijos biológicos aportaba dinero para mantenerlos, sus ingresos eran muy pocos. “Pobremente de lo que conseguía me daba. Él trabajaba echando días en los conucos (como jornalero en la agricultura)”, dice. 

Cuando sus hijos empezaron a acercarse a la adolescencia, Manuela emigró a la capital para trabajar como empleada del hogar a tiempo completo, con visitas al pueblo cada semana o cada 15 días. En esa época, su hija de 13 años fue embarazada por un adulto de 23 años, es decir sufrió abuso sexual. Las familias, sin embargo, lo entendieron como un acto “consensuado”, porque ella “quiso” la relación y el hombre no fue sometido a la justicia. 

“Yo, como madre, tuve que irme a la capital para tener mejor salario. La dejé con mi mamá y mis hermanas. Entonces, mi mamá no me decía los pasos que ella daba. Yo ignorantemente no me sentaba a darle orientación, porque cuando uno tiene una niña adolescente uno tiene que hablarle y tenerle confianza. Eso lo aprendí y así crie a mi nieta”, reflexiona.

Su nieta fue madre a los 18 años. Pero, en una región con tantos embarazos de chicas de 13, 14 y 15 años, la posposición de la maternidad de su nieta hasta la mayoría de edad, luego de terminar la educación secundaria, y con una pareja más o menos de su edad, en una relación estable, se considera, hasta cierto punto, un avance.

Manuela entiende que le dio a su nieta la educación sexual de calidad que no le pudo dar a su hija, y la que su madre no le ofreció a ella, y que tampoco se suele impartir en las escuelas públicas, en parte, por la presión de grupos religiosos conservadores.

“Mira, los papás y las mamás de ese tiempo no le hablaban a uno ni de la menstruación ni las relaciones sexuales ni nada. Yo aprendí algo cuando ya estaba en octavo (posiblemente a los 13 años), cuando un profesor nos hablaba así de rampión (no de forma sistemática, como parte de una asignatura, sino rápidamente, con pequeñas charlas)”, dice y recuerda el patrón de embarazos no planificados en adolescentes y mujereres muy jóvenes de su familia.

La República Dominicana tiene la tasa de embarazo en adolescentes más alta de América Latina, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

“La tasa actual de la fecundidad adolescente de 97 nacimientos por cada 1000 mujeres de entre 15 y 19 años sigue siendo la más alta en la región de ALC. Los datos disponibles indican que el 22% de las mujeres entre 12 y 19 años han estado embarazadas, lo que es un 34% más alto que el promedio de ALC”, indica la OPS.

La migración del campo a la ciudad y del país al extranjero también ha marcado su maternidad. Entre sus hijos biológicos, su nieta, su bisnieto y los hijos de sus hermanas y hermanos que ha cuidado por años en distintos momentos, ha sido madre de ocho niños y niñas. 

La nieta que crio como a su hija emigró a España a buscarse la vida. Manuela cuidó a su bisnieto como si fuera un hijo más hasta hace menos de un año. El pequeño tiene ahora unos seis años. Además, cuidó a dos niños de su familia extendida cuyos padres biológicos también tuvieron que dejar el país por motivos económicos.

Manuela, al igual que su hija biológica y su nieta, utilizó los servicios del sistema público y piensa que, en general, recibieron buenas atenciones. Este no siempre es el caso de las madres y de sus hijos que acuden a los hospitales. 

República Dominicana tiene una de las tasas de mortalidad materna más altas de la región, a pesar de que casi todos los partos se producen en hospitales. Esta situación se agravó aún más después de la crisis sanitaria que generó la pandemia. 

“En 2020, la mortalidad materna aumentó a 127 por 100,000 nacidos vivos, muy por encima del promedio para Latinoamérica, que fue de 67 por 100,000 nacidos vivos”, según datos publicados en una información de UNICEF. De acuerdo con la institución, el 80 % de esas muertes se pudo haber evitado.

La ginecóloga Lilliam Fondeur, quien ocupó la Dirección Materno Infantil y Adolescentes del Ministerio de Salud de 2014 a 2016, opina que la principal causa de muertes maternas es la deshumanización de los servicios, y la falta de rendición de cuentas cuando las mujeres mueren. 

Fondeur explica que a las embarazadas “no se les escucha, el médico les da órdenes, tiene que hacer esto o lo otro, no se le presta atención, no se les pregunta”.

A su juicio, la raíz de la deshumanización en la atención a las embarazadas se encuentra no tanto en los médicos como individuos, sino en un sistema que, de cierto modo, los empuja a perder el sentido de humanidad.

“No se considera a la paciente como a una persona que merece un servicio, sino una persona que va a molestar, y eres mejor médico en la medida en la que acabas más temprano. Si prestas más atención vas a consumir más tiempo, y ya no te quieren los jefes. No se ve la paciente como una sujeta de derecho, se ve como una persona que tienes que atender rápido”, analiza la doctora, y cuenta que en ciertos momentos los hospitales públicos operan con deficiencias tan graves como la falta de agua potable, y se atiende a las mujeres que acuden a dar a luz en espacios que dificultan un parto respetuoso, sin unas condiciones mínimas de privacidad.

Todo ese ambiente propicia la violencia obstétrica, que incluye desde la falta de atención de calidad durante el embarazo, hasta maltrato verbal en los partos. Además, la República Dominicana es uno de los países donde se practican más cesáreas sin motivos de salud que lo ameriten, sobre todo en las clínicas privadas, lo que también es un tipo de violencia obstétrica, porque con frecuencia no se informa apropiadamente a las madres sobre sus opciones y sobre las consecuencias de los procedimientos, explica la ginecóloga. 

Para el investigador Matías Bosch, de la Coalición por una Seguridad Social Digna, el problema no se resuelve solo con una formación más integral del personal sanitario. Explica que el tema de fondo es que el sistema público está quebrado y se sacrifica a favor de intereses privados.

“Los que tienen seguro del régimen contributivo, es decir pagado por el trabajador y su empleador, o seguros privados, pueden ir a clínicas privadas, pero el seguro subsidiado sirve principalmente en los centros públicos, que tienen muchas deficiencias”, explica Matías Bosch. El dinero del seguro contributivo va en gran medida a las aseguradoras de riesgo de salud (ARS) privadas.

Organizaciones sociales del país luchan para que se asigne el 4% del PIB a la salud pública, que en este momento no dispone ni del 3%.

“Si la salud es un mercado donde buscas atención para curarte, has perdido la primera de las batallas para cuidar la maternidad, porque cuidar el embarazo tiene que ver con una vida saludable, no solo con atenderlas cuando se sientan mal. Este es un modelo curativo, reactivo, desfinanciado, con el concepto de salud como mercancía para el que pueda pagar”, enfatiza el investigador social.

Agrega que para quien no pueda pagar, hay asistencialismo, no derechos. 

Si eres una madre dominicana y puedes pagar por atención médica relativamente buena para tus hijos, aún enfrentas el reto de generar suficientes ingresos para inscribirlos en colegios privados. A pesar de, al menos en teoría, haber logrado el 4% para la educación pública preuniversitaria, a la sociedad dominicana todavía le falta mucho por recorrer para tener aprendizajes de calidad en la mayoría de centros públicos. 

Suleika Polanco lo tiene muy claro. Le hubiera gustado tener tres niños, pero debido a las dificultades que enfrentó para amamantar, cuidar de sus hijos y seguir con su carrera, y ahora con el reto de garantizarles la mejor educación posible dentro de sus posibilidades económicas, decidió no volver a parir y disfrutar al máximo a sus dos pequeños.

Entre tanto, Manuela recuerda con cariño la crianza de todos sus hijos, aunque lamenta no haber tenido más recursos para darles una educación que les permitiera tener más oportunidades en la vida. También, lamenta que a algunos de sus muchachos solo les quede el camino de la emigración para intentar no vivir siempre en la pobreza, y le entristece que tal vez pasen muchos años antes de volverlos a ver. 

“Madre mía deja de llorar
Que muy pronto quiero, quiero regresar
Voy en busca de mi porvenir
Y una vida digna, digna para ti” dice la canción interpretada por Sergio Vargas una y otra vez.  Aquí la maternidad con frecuencia también significa dolores y desarraigos evitables, si una de las economías que más crece de América Latina y El Caribe también generara mejores servicios públicos y más oportunidades para la gente joven. 

 

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