A solo dos días de que el mundo conmemore el Día Internacional de la Mujer, varias personalidades de Puerto Rico compartieron en las redes sociales el vídeo de una campaña de “servicio público” que pretende condenar la violencia de género que sufrimos a diario las mujeres. Hombres destacados y queridos por muchos puertorriqueños, de diversas generaciones y trayectorias, como el actor Benicio del Toro, el cineasta Jacobo Morales, el pelotero Ángel Pagán, el luchador olímpico Jaime Espinal, el voleibolista Héctor “Picky” Soto y el reportero Julio Rivera Saniel, anuncian cada uno desde un primer plano que el tiempo de las excusas para la violencia contra las mujeres terminó.
Con gestos y ademanes tradicionalmente asociados con la masculinidad, con la “hombría”, otros, como el presentador de televisión Jaime Mayol o el actor Eli Cay, se cuadran ante la cámara para decirles a sus pares, los hombres, que las frases machistas como “ella nunca me dijo que no”, “le pegué para que me respete”, “ella tenía la falda corta”, “ella me provocó” o “es que los hombres somos así” ya no les servirán para justificar ante la sociedad las violaciones, agresiones y hostigamientos sexuales que padecemos las mujeres por solo serlo.
Hasta este punto -sin entrar en pormenores de estética o valores de producción- mis peros eran menores. Desgraciadamente, el sobresalto -y la decepción- me esperaban a 10 segundos del final del vídeo, que dura 45, cuando, en voz del único niño que aparece en el anuncio, nos enteramos del lema de la campaña, auspiciada por el Ejército de Salvación y la Universidad Ana G. Méndez. “De hombre a hombre”, ni más ni menos, es la frase que estas organizaciones acordaron para presentar ante el país sus pinitos contra el machismo. Una frase tan machista como las anteriores, que encierra, al igual que las que la campaña aboga por eliminar, toda la carga del patriarcado y la heteronormatividad que son raíz de la lacra que el año pasado les costó la vida en Puerto Rico a al menos 23 mujeres que fueron asesinadas por sus parejas o exparejas.
Escuché ese “de hombre a hombre” de la boca de un niño y luego lo leí en las gráficas del final del anuncio y mi impulso fue recurrir a la misma plaza pública donde me había topado con el video y denunciar esta incongruencia allí mismo, en las redes sociales -aunque con mi megáfono de muy pequeño alcance-. Quería gritar desde el teclado de mi teléfono cuán dañino y peligroso es que se siga reproduciendo un discurso que se afinca en la supuesta superioridad del hombre y en la naturaleza dizque excepcional de los “pactos entre hombres”, las “promesas de hombre” (pagas con fondos públicos) y las palabras que se dicen “de hombre a hombre”. Pero, presa del prejuicio de la cantaleta, me contuve.
Tanto insisten en que las mujeres feministas nos quejamos de todo que, de repente, una siente el impulso de callarse, de dejarlo estar, de convencerse con un “al menos es algo” o, lo que es lo mismo, de caer en la trampa del consabido “ay bendito”. De pensar, aunque sea por muy poco tiempo, que a lo mejor es cierto, que nada me contenta, que qué mucho me quejo. Pero no. No me voy a callar, y que valga cada nueva queja -que, desgraciadamente, es siempre por lo mismo- por cada silencio que la antecedió. Porque, aunque a veces liberar a la lengua del mordisco de la autocensura parezca más doloroso que la mordida inicial, hay que obligarse a desenterrar los dientes, uno a uno y sin titubeos. La herida, luego, sanará con las palabras.