Ilustración por Mya Pagán
“Tengan cuidado con las plantas eléctricas”, dicen justo después de presentar la noticia de una cafetería en Yabucoa quemada por un fuego que provocó un desperfecto de una de ellas.
“Un incidente desgraciado fortuito por velas”, son las expresiones resaltadas en la cubierta noticiosa del incendio de una casa en Santurce que ha costado una vida y amenazado la de una familia entera.
Esas maneras de contar las historias son también otra forma de decirle al país que, si te pasa algo así, es tu responsabilidad y tu culpa.
Algo debiste haber instalado mal, en algo te equivocaste, no lo viste venir, debiste tomar más precauciones. Piden mayor cautela y cuidado al pueblo con las voces del mismo pueblo que lo asimila y lo comunica con una normalidad que es casi como si se clavaran una estaca en el pecho a sí mismos.
Nos han robado todo. Nos quieren seguir robando el pensamiento crítico y el análisis de la crisis política que ocasiona la mala infraestructura y mal manejo del gobierno y la precaria prestación de servicios esenciales para el sostenimiento de la vida. Siguen a la próxima nota de terror reseñando el paraíso de la crisis que nos es vivir en este país. Se “informa” al país con una aparente objetividad que está sugestionada por el discurso más conveniente para el gobierno y sus malhechores.
La gente anda con el pecho apretado todo el tiempo, con la respiración a media boca, casi jadeando. Hace mucho calor, índices muy altos. Seguimos sin energía eléctrica y sin agua por largos días, como para romper récords en la historia, otra vez. Y algunos poderes, como el que tienen quienes comunican e informan al país, siguen haciéndonos historias de terror insuperables que parecen ser contadas desde la resignación como si esto fuera lo que merecemos.
¿Cómo es posible que después de estas noticias sean esas las últimas palabras? Así nos ganan con formas de narrar que reflejan una victoria para el estado opresor, que parece haber vencido en algunos el ahínco de luchar por nuestras vidas dignas.
A veces, sin plena conciencia, adoptamos el lenguaje del enemigo. Nos convencemos de que lo que nos pasó, lo buscamos o lo provocamos. Nos pasa en muchos sentidos y en muchas direcciones sobreviviendo en Puerto Rico.
Sin embargo, lo que siguen sin contarnos las noticias es que en muchas comunidades y espacios organizados (que se escuchan bajito porque no se les presta atención), los reclamos, propuestas y el hacer hacia la justicia social para el pueblo han sido consistentes y constantes. La urgencia está anunciada y sigue muriendo gente. Queremos una vida que podamos vivir aquí. Aún está anhelante en nuestros corazones un Puerto Rico nuestro y eso es otra manera de decir esperanza. Aún reconocemos que esta es nuestra casa, nuestra isla, nuestra tierra y nos la están arrebatando.
Nos la quitan cada vez que no podemos vivir en paz en ella, cada vez que nos dejan sin luz y sin agua, sin vivienda digna, sin recursos esenciales. Nos exponen y vulnerabilizan a desgracias y muerte. Nos la arrancan de la raíz de nuestro pecho cuando nos hacen creer que el problema es vivir aquí o que el problema es el pueblo. Nos quitan la perspectiva del dolor que nos han causado como pueblo y de quiénes son los verdaderos responsables. Nos devoran la vida posible cuando nos hacen pensar que la única salida está en el aeropuerto, con un pasaje de ida y una esperanza de vuelta al paraíso soñado que es esta isla para algunos.
¿Hasta cuándo van a seguir quitándonos todo? ¿En qué momento va a ser suficiente? ¿Cuándo vamos a poder vivir aquí? Son preguntas que me hago y que comparto. Creo que las cosas pueden cambiar y eso es una ganancia. Sé que la salida es colectiva y que debemos organizarnos para que se sepa y se diga en todos lados que el pueblo, a pesar de que tiene mucho cuidado y demasiado ‘quehacer’ y que resolver, está luchando. Que sabemos que la responsabilidad la tienen ellos, el estado y sus amigos del alma. Que no se nos puede ir la vida sobreviviendo. Que merecemos respirar pausado, caminar lento, contemplar la playa, dormir sin miedo, despertar sabiendo que tenemos casa, suelo, tierra, alimento, vida posible.
Nos han desplazado incluso dentro de esta misma tierra. ¿Cuántas de nosotras nos hemos ido de nuestros pueblos con la esperanza de regresar algún día? ¿Cuántas hemos sido desplazadas de nuestras comunidades y nuestros barrios? A veces, porque no hay trabajo, porque no podemos ‘echar pa lante’, porque no tenemos cómo comprar una casa, porque nos han cerrado las escuelas para nuestras crías, porque no tenemos hospitales, porque no tenemos la posibilidad de quedarnos con nuestra gente. Son muchas las razones y parecen interminables.
Mientras el gobierno da exenciones contributivas a los ricos, contratos billonarios, casas, costas, hospitales privados, leyes convenientes y promesas, ¿cuántas hemos ido perdiendo la esperanza del regreso? Tras cada evento atmosférico se devela la crisis política, y se recrudece el desgaste y la pobreza. Eso quieren, que nos cansemos, que nos rindamos, que pensemos que este país no es para nosotras. Nos quieren quemar las casas, los sueños, el sustento y las esperanzas. Pero desde las comunidades, como dijo Denisse Pilar Otero, residente y organizadora comunitaria de Puerta de Tierra, gritamos alto que “aquí resistiremos hasta que el corazón aguante”. Con rabia organizada es posible. No tenemos que esperar que sean ellos quienes quemen el cielo para quitárnoslo. La responsabilidad es del Estado. Rendición de cuentas, reparación y transparencia exigimos. Tomaremos nuestras cosas, las que nos quedan, las juntaremos y haremos la luz. Es preciso.