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El machismo no protege ni a quienes lo defienden 

En esta columna, la educadora Alejandra Lara Infante recuerda que la violencia machista es estructural: no respeta ideologías políticas ni credos religiosos
Nos queremos vivas

Ser cómplice del machismo no nos libra de la violencia machista y jugarle el juego al patriarcado no nos garantiza inmunidad.

La senadora Joanne Rodríguez Veve, de Proyecto Dignidad, ha dedicado su carrera política a negar la existencia de la violencia de género, a ridiculizar la perspectiva de género, a enfrentar al movimiento feminista y a impulsar leyes contra la comunidad LGBTQ+ y contra las mujeres. Sin embargo, la semana pasada, su nombre apareció en una denuncia anónima como posible víctima de un patrón de maltrato psicológico, físico e intimidación por parte del exdirector de la Administración de Asuntos Federales de Puerto Rico (PRFAA, por sus siglas en inglés) y actual analista político Carlos Mercader. Rodríguez Veve exige que la Policía investigue la filtración de la denuncia de violencia de género y que su caso se maneje con confidencialidad. Es decir, con perspectiva de género.

Ahí, está la paradoja: el mismo sistema al que ella le sirve con cada discurso y proyecto de ley, el mismo machismo que ha defendido, no la protege. Porque el patriarcado no distingue credenciales políticas cuando ejerce violencia; porque la violencia machista alcanza también a quienes han sido sus cómplices.

En ningún momento, la senadora ha negado ni reconocido ser víctima de violencia de género. Las declaraciones públicas se han limitado a señalar, a través de su abogado Jaime Luis Sanabria Montañez, exesposo y padre de sus hijos, que las alegaciones debieron manejarse bajo estricta confidencialidad por las repercusiones que podrían tener en las vidas de las personas involucradas. Aquí, se confirma lo que tanto la teoría feminista ha explicado: cuando una mujer está atrapada en un patrón de abuso, incluso en medio de la violencia, puede sentir preocupación por su agresor. También, porque reconocerlo sería admitir que se equivocó, y hay personas que, aun viviendo la violencia en carne propia, no cuentan con las herramientas necesarias para hacer ese análisis.

Esta situación no es motivo de burla. Es un recordatorio doloroso y urgente: que negar la violencia de género no la hace desaparecer, que alinearse con el machismo no protege a nadie de sus agresiones, que la perspectiva de género no es un capricho ideológico, sino una herramienta para salvar vidas, incluso la suya.

Aunque exista una contradicción evidente, la respuesta no puede ser burlarse ni negarle sus derechos. La perspectiva de género no se otorga como privilegio a quienes la defienden, sino como derecho universal. Y si incluso una senadora que se ha opuesto frontalmente a esta política reclama protección bajo esa misma premisa, aunque no se dé cuenta, lo que se confirma es su necesidad y vigencia. Esto eleva el argumento: lo que ella pide para sí debe defenderse para todas.

Además, figuras públicas como Rodríguez Veve que reducen la perspectiva de género a una “agenda ideológica” no solo expresan su opinión, sino que influyen en la creación de leyes, presupuestos y políticas públicas. Ese discurso erosiona las protecciones que muchas mujeres necesitan para su seguridad, y sigue alimentando la desconfianza hacia la educación con perspectiva de género en las escuelas y refuerza el estigma hacia las sobrevivientes. Mientras ella pide confidencialidad, son precisamente esas herramientas las que se les niegan a miles de mujeres porque se ha legislado contra ellas. Y no hablamos de mujeres con el poder político y económico que ella tiene, sino de mujeres comunes, que enfrentan procesos extremadamente violentos sin los recursos necesarios para sostenerlos.

Con esta situación, no puedo dejar de pensar en El cuento de la criada y en cómo personajes como “Serena Joy” o “Aunt Lydia” encarnaban esa paradoja: mujeres que sostenían la dictadura teocrática y patriarcal de Gilead, al mismo tiempo cómplices y víctimas. Este caso es un recordatorio vivo de esa tensión: el patriarcado utiliza a las mujeres para perpetuarse, pero no las libra de su violencia.

La perspectiva de género no es selectiva, es un marco de justicia. No se trata de elegir a quién proteger según simpatías políticas, sino de garantizar que nadie quede desamparado frente a la violencia.

Este caso nos recuerda que la violencia machista es estructural: no respeta ideologías políticas ni credos religiosos. Por eso, necesitamos educar con perspectiva, legislar con perspectiva y vivir con perspectiva. Porque el silencio, la negación o la complicidad nunca han salvado a nadie. Y porque el patriarcado nunca ha protegido a nadie. La perspectiva de género, en cambio, puede salvarnos a todas. 

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