Arte por Adriana García Soto @agaerstudio
Las distintas civilizaciones y religiones entronizan una visión de inferioridad de las mujeres. Se encuentra esta visión en sus artículos de fe y en sus textos sagrados.
Por siglos, existió una reflexión, desde la religión, que consideraba a las mujeres menos aptas que los varones para hablar sobre la divinidad, lo trascendente, para presidir las ceremonias de culto o para dirigir instituciones religiosas.
Es en el seno de la modernidad y, al mismo tiempo en contra de ella, que ha sido posible, por primera vez en la historia, crear la multiplicidad de espacios en donde se visibilicen las contradicciones entre lo que se supone que somos las mujeres y lo que en realidad cada mujer es o quiere llegar a ser.
La teología feminista surge a finales de la década de 1970 y principios de la de 1980. Es una reflexión que intenta dar razón de la fe liberadora, en el caso del cristianismo en Jesús liberador, dónde las mujeres tienen conciencia de ser sujetos morales y teológicos, así como interlocutoras directas de Dios y portadoras de gracia.
En ese momento, su tarea fue desenmascarar esa exclusión como contraria a la voluntad de Dios y afirmar, en cambio, que Dios creó a las mujeres y a los hombres en igualdad de capacidades e inteligencia, y que espera de ambos que desarrollen al máximo sus talentos y los pongan al servicio del bien común.
La gran tarea de la teología feminista hoy es la valoración de la experiencia de todas las mujeres e identificar aquello que oprime a todo ser humano en la práctica de la teología y su interpretación.
En este contexto, las mujeres se sienten llamadas a transformar la religión desde la teología, a formar parte de una nueva iglesia, o a fomentar otras formas de espiritualidad. Su principio fundamental es la creación de una sociedad más justa para las mujeres y otros grupos excluidos, al igual que para con la naturaleza depredada donde vivimos. De esta manera, ofrece instrumentos importantes de análisis y acciones para identificar expresiones de marginación y proporcionando categorías antropológicas, éticas y políticas para elaborar una forma de convivencia o un paradigma integrador y no excluyente.
Las aportaciones de las mujeres han desplazado de la posición de autoridad a una serie de conceptos y dogmas que impedían una transformación de las mujeres en la religión y que repercutía de forma crucial en los demás aspectos de su vida diaria.
Asimismo, la concepción de la Biblia y su autoridad en calidad de texto sagrado también cambia. Se abre un nuevo campo de interpretación de los textos bíblicos, analizados desde otras perspectivas.
Se elaboran diferentes acercamientos identificando el marco de la cultura patriarcal y las interpretaciones hechas desde presupuestos androcéntricos. Se reconstruyen los orígenes del cristianismo en clave igualitaria como un movimiento de mujeres y hombres en el seguimiento de Jesús. En el ministerio de Jesús, las mujeres ocuparon un rol central y, es ahí, donde recuperan el lugar del que carecían en la sociedad y religión judía.
Al mismo tiempo, esta nueva perspectiva revisa y reescribe esa historia del cristianismo primitivo en el que las mujeres gozaban de los mismos carismas que los varones y los desarrollaban en el seno de las comunidades sin discriminación.
Todo este trabajo da testimonio de la función crítica, contextual, constructiva y creativa de la teología feminista.
Uno de los grandes retos que ocupa a la teología feminista en el presente es la recuperación del cuerpo y revaloración del cuerpo de las mujeres. La misma desarrolla la faceta de la materialidad del cuerpo como un elemento válido a partir del cual reflexionar. El cuerpo y los sentidos se sitúan al frente de una teología de la encarnación que da valor a la realidad material y a los sentidos, explorando su potencial espiritual.
La teología feminista fue en el primer momento exclusivamente cristiana y, por ese motivo, no podía responder a la realidad de otras mujeres pertenecientes a otras religiones, etnias y culturas.
Las mujeres afroamericanas, latinoamericanas y caribeñas, asiáticas, africanas, hacen lo propio reclamando que había que focalizar no solamente en derechos, sino que era necesario un compromiso con erradicar el racismo, colonialismo, sexismo y transformar las injusticias económicas y ecológicas.8
En Puerto Rico, surgen voces de mujeres de fe, pastoras, laicas, profesoras, amas de casa que se organizaron en grupos de apoyo, de reflexión y lucha a favor de la mujer. Se organizaron bajo el nombre de Comunidad de Mujeres Agrupadas para el Diálogo y Respuestas Ecuménicas, para esta praxis de concienciación ecuménica y liberadora.
Hoy día, las Hermanas del Centro El Buen Pastor, la Pastoral de Mujeres y Justicia de Género del Consejo Latinoamericano de Iglesias de Puerto Rico, el Centro Sofía de la Universidad Sagrado Corazón y organizaciones de mujeres dentro de sus denominaciones religiosas trabajan el tema con acciones concretas hacia la transformación.
Es en la literatura donde se encuentra el fuerte de la teología feminista en Puerto Rico. La producción literaria de escritoras como Esmeralda Santiago, Rosario Ferré, Nicholasa Mohr y Judith Ortiz Cofer, que surge de sus experiencias como puertorriqueñas en la diáspora, también es una fuente rica de posibilidades teológicas.
La crisis ecológica global, con todas sus manifestaciones locales, sigue siendo un reto para las religiones, para las espiritualidades, para la ética, y para la teología. De la preocupación por la crisis ecológica y la opresión de las mujeres, surge lo que se conoce como ecofeminismo, que cuestiona las estructuras mentales, sociales, culturales y religiosas que discriminan por igual a la mujer y a la naturaleza, y les toma como objetos de opresión.
La teología ecofeminista construye un discurso liberador que considera la naturaleza basándose en una cosmología unitaria, una epistemología cuyo centro es la interdependencia de todos los seres del universo.
Los sistemas patriarcales cada día encuentran nuevas formas de marginación. Es necesario, hoy y a futuro, una contextualización de las realidades que viven las mujeres de fe en todos los escenarios y una concienciación de cómo se da la interseccionalidad de otras formas de opresión a las minorías raciales y sexuales, migrantes, con funcionalidad diversa, la ancianidad, la niñez, menoscabando la vida plena y en abundancia que es el proyecto de Dios para toda la humanidad.
Para no concluir, porque no concluimos el recorrido de una historia en marcha, el futuro se muestra esperanzador.
Hoy día, en Puerto Rico, hay cuatro mujeres que dirigen cuatro importantes denominaciones protestantes en el archipiélago. Casi todas las denominaciones cristianas ordenan mujeres.
Este año, además, se han celebrado varias actividades desde las instituciones teológicas y denominaciones a favor de la justicia climática. Constantemente, se abordan temas sobre violencia, derechos reproductivos, acoso y agresiones sexuales en talleres y actividades.
Esta realidad es fruto de una educación teológica liberadora en instituciones como el Seminario Evangélico de Puerto Rico, donde se capacita a hombres y a mujeres para servir en nuestras comunidades.
Estas luchas aún están abiertas. Desde las comunidades de fe, es necesario un trabajo más concertado y profético para una concienciación colectiva de mujeres y hombres de esta afirmación de justicia y su coherencia con el testimonio y el seguimiento a Jesús.