«Llegué a Puerto Rico el 29 de diciembre del 2000. Hubiese deseado no venir. Yo tenía dos hijos, que los dejé en Santo Domingo, pero estaba sufriendo con mi pareja, que era un maltratante. Un familiar que tenía en Estados Unidos me ayudó y me pagó el pasaje. Me tomó un día llegar a Santo Domingo desde mi pueblo. En una yola estuvimos un día y medio, y ya el 29 estábamos aquí. Llegamos por Mayagüez. No fue tan mala la travesía, pero fue arriesgando la única vida que uno tiene…
…Veníamos 19 mujeres y como 30 hombres. Unas amistades me recibieron en su casa en Río Piedras y allí me quedé hasta que en enero conseguí un trabajo en casa de familia. La señora estaba embarazada y me llamó para que la ayudara a cuidar el niño. Lo cuidé hasta los cinco años, pero sigo trabajando en esa casa haciendo limpieza. Tengo otros dos trabajos. Plancho en Montehiedra y limpio una oficina. Gracias a Dios, siempre me han tratado bien. A veces trabajo cinco días, a veces, seis y a veces, siete. Depende. Yo me voy temprano para que no me coja la tarde. Me levanto a las 5:00 de la mañana y ya después que la guagua escolar viene a buscar a mi hijo -el que tuve en Puerto Rico-, me voy a trabajar. Es por él, mi hijo de 13 años, la razón por la que no me he regresado. Si fuera por mí, ya me habría ido. Me da pena no estar con mis otros dos hijos. Yo los dejé de cinco y ocho años. Ahora tienen 23 y 26. Los veo por cámara, pero físicamente no los he vuelto a ver».