Se ha convertido en costumbre tratar de humillar a quienes cuestionan determinadas formas de discrimen y violencias. Se les acusa de formar parte de una supuesta “generación de cristal”. Les tildan de no “aguantar presión” o de tener el “cuero suave” a la hora de establecer relaciones interpersonales.
Más aún, se dice que estas personas han dañado el humor por supuestamente no aceptar los chistes que siempre han formado parte de la cultura o el quehacer cotidiano. Aunque cada generación es diversa y quienes la componen tienen diferentes perspectivas y trasfondos, en años recientes, se ha señalado principalmente a personas de las generaciones millennials y Z como quienes forman parte de la denominada “generación de cristal”.
A pesar de estos ataques generalizados, pienso todo lo contrario sobre las personas que se atreven a cuestionar el discrimen, la burla y las diversas formas de violencia que se manifiestan a través del lenguaje y de las ideologías que, en ocasiones, guían las normas de las sociedades.
Pienso, por ejemplo, en aquellas mujeres que, aun reconociendo que podrían ser objeto de insultos dentro de una sociedad patriarcal, no titubean en denunciar aquello que la cultura glorifica como “piropo”, pero que, en realidad, es acoso callejero. Pienso también en quienes tienen la valentía de cuestionar a aquellos comediantes que continúan presentando contenido homofóbico, racista y misógino.
Estas denuncias las hacen a pesar de que muchos de estos comediantes han ganado notoriedad por su labor filantrópica, y, por ende, un sector significativo de la sociedad continuará excusando su contenido discriminatorio, solo porque se trata de “un hombre de bien”.
Pienso, además, en aquellas atletas y otras personas ligadas al deporte que se enfrentan a la cultura patriarcal que permea en las organizaciones deportivas y denuncian aspectos como el hostigamiento y la falta de representatividad en las juntas que rigen a las federaciones o clubes. Mi respeto y admiración hacia todas estas personas que luchan por una mejor sociedad.
Asimismo, hablar de la supuesta “generación de cristal” parte de unos supuestos en los cuales se cree que el éxito de una persona dependerá de su capacidad para aguantar el acoso, el insulto y la burla. Son estos planteamientos sobre la alegada necesidad del “aguante” lo que podría llevar a lacerar la salud mental de una persona. Son ideas contrarias a la aspiración de quienes creemos que la calidad de vida es posible en la medida en que se cuide la salud mental y se promueva una sociedad de respeto y equidad. Utilizar el término “cristal” como referencia a lo “frágil” es igualmente una celebración de las características asociadas a modelos violentos de la masculinidad tradicional. Ante la supuesta incapacidad de las generaciones contemporáneas de “aguantar”, la masculinidad tóxica y violenta continúa siendo promovida como el estándar de lo que debemos aspirar como sociedad.
Propongo continuar denunciando no solo las representaciones y discursos de burla hacia distintos grupos, sino que además invito a cuestionar aquellos referentes culturales que continúan ensalzando nuestra capacidad de aguante [a lo violento y explotador] como la llave para el éxito.
Es necesario también romper con los estigmas o etiquetas que como sociedad utilizamos para simplificar o estereotipar a cada generación. No olvidemos que cada generación tiene sus retos, realidades y luchas. No hay que ser millennial o de la generación Z para denunciar lo que está mal y lo que atenta contra la dignidad de colectivos. Cuestionar aquellos discursos violentos que se escudan o justifican detrás del manto de la cultura es tarea de todes, indistintamente de la generación con la cual nos asocien.
En vez de insistir en mencionar una supuesta “generación de cristal”, mejor hablemos de una “sociedad en resistencia y reinvención”. Insistamos en construir una sociedad que le siga perdiendo el miedo a la autocrítica y al deseo de interrogar aquellas tradiciones que son contrarias al respeto y la equidad. Continuemos tendiendo puentes de cooperación.