domingo, 18 de abril de 2021
A Lola Rodríguez:
Sangermeña, la semana pasada estuve en su pueblo y descubrí dos versos de La borinqueña que me viraron el mundo al revés: “Las mujeres indómitas / también sabrán luchar”. Fue un descubrimiento agridulce, no se lo voy a negar. Toda una vida cantando el himno revolucionario, dando por sentado lo que me enseñaron, y nunca nadie —ningún maestro, ningún líder independentista, ningún familiar, ningún texto leído— resaltó esa undécima estrofa de su poema a la libertad con el que convoca directamente a las mujeres a dar la batalla contra el imperio español. No sé si pueda explicar en esta carta el nivel de coraje que sentí. Hoy, que ya han pasado siete días —y un doloroso asunto de empobrecida salud pública domina nuestro país y mi mente—, le puedo decir que aquel hallazgo solo lo puedo resumir utilizando otra canción: Entre el espanto y la ternura.
Espanto por lo obvio. Uno de los símbolos más importante de lo que en aquel momento se soñó sería la República de Puerto Rico, escrito por una mujer, incluye en sus palabras un llamado explícito a la acción y la organización política de las mujeres, y en más de 150 años ninguna de nosotras escuchó o pensó: “Mírate ahí. Estás incluida. La patriota escribió de ti y te está llamando a actuar”.
También espanto porque cuando pregunté en el museo de su pueblo sobre estos versos desconocidos, nadie me supo explicar quién escogió las partes que se iban a utilizar para ese himno que se cantaría al terminar la batalla y declarar la independencia. ¿Fue usted que decidió hacer una edición impronta para agilizar la distribución de la letra? ¿Fue alguien más quien picó su poema a la mitad y solo resaltó las primeras y las últimas estrofas?
No me quedó claro y espero que esta carta le llegue a alguien que conozca el detalle y me contacte. Son muchos, demasiados, los asuntos de este país que se han quedado así, sin contestar. Olvidados entre la supervivencia de los días precarios y el desdén por la memoria.
De la ternura que sentí, sí le puedo decir un poco más.
Después del primer asombro desconcertante, me senté a fumar bajo la sombra de un roble amarillo en un banco del Paseo Santo Domingo (donde está el busto erigido en honor a usted y dónde aparecen esos benditos versos) y pensé en lo poco que sé de su vida. Una mujer que vio morir cinco de los seis hijos que parió, todavía tenía ilusión y fuerza para luchar por su país. El nombre de una mujer desterrada de su sueño y su nación, es el que firma ese himno revolucionario que todavía trae consigo pique. Lo cantamos, sí. Pero se canta, incluso más que en el 1868, como un símbolo de algo que se supone esté por llegar y es inasible. Se canta con voz alta en Lares, una vez al año, y bajito en los juegos de pelota, las graduaciones de escuela superior, en algunos mítines sindicales.
Me conmoví por usted y también por el país, que a veces parece ser un accidente, un tropiezo.
Ternura sentí, además, por las mujeres indómitas que usted nombra. Porque las conozco. Seguimos siendo así las puertorriqueñas, Lola. Desde su Siglo XIX a mi Siglo XXI, hay un largo legado de lucha y dignidad. En tiempos recientes, por ejemplo, fueron las mujeres quienes comenzaron a jamaquear el sistema que terminó expulsando de su cargo a un alcalde agresor sexual, y a un gobernador negligente y misógino. Son las mujeres las que nos organizan y alimentan desde las comunidades cuando el clima embiste.
Esta tierra bonita y fértil, que padece ahora la ineficiencia del gobierno nacional y el odio de otro imperio decaído, existe porque las mujeres existen. Construyen todos los días en pos de la vida. Sin romantizar la realidad puertorriqueña, que es un eterno pulsear con el difícil (como escribió otra mujer indómita), le digo que esas a quienes usted convocó todavía habitamos este país y no claudicamos.
Indómitas somos.
Con admiración y desde este archipiélago dolido,
Laura Cristina.
P.d. No me dirijo a usted utilizando el apellido de su esposo. Lo hice a propósito y con respeto, armada del atrevimiento que me dan los tiempos actuales donde por fin vamos comprendiendo que las mujeres no somos de nadie más sino de nosotras mismas.