Foto de archivo de Ana Maria Abruña Reyes
A través de la historia de la lucha de las comunidades sexo-género diversas, ha habido personas y organizaciones que han luchado por la “normalización” de las vidas LGBTTIQAP+. Esta narrativa ha sido parte de las estrategias dirigidas a concientizar sobre las necesidades y derechos humanos que merecen las personas de dichas comunidades.
Sin embargo, esta estrategia no siempre ha resultado la más beneficiosa. Esto se debe a que, muchas veces, la narrativa de lo “normal” implica que también habrá aquello que es “anormal”, lo cual usualmente es excluido y discriminado. Para las comunidades LGBTTIQAP+, esto ha significado que se legitimen aquellas identidades que vayan acorde con una normativa homosexual, también conocida como la homonormativa, mientras que se han excluido a otras.
Esto ha desembocado en prácticas de discrimen entre personas de diferentes identidades sexo-género diversas.
Breves datos sobre los orígenes de la homonormativa
Desde los comienzos del patriarcado, ha existido una idea particular sobre cómo deben ser los hombres y las mujeres: los hombres deben ser proveedores, fuertes, propietarios, autoritativos y controlar el ámbito público, mientras que las mujeres deben ser dependientes, frágiles, propiedad, sumisas y encargarse del ámbito privado.
A esto se le añade todas las expectativas sobre las interacciones que deben tener ambos géneros entre sí: los hombres y las mujeres deben casarse, tener hijes, comprar una casa, nunca transgredir sus barreras de género y ser cristianos, entre muchas otras cosas. A esto es a lo que le llamamos la heteronormativa, o sea, la idea que impone cuál debe ser el comportamiento normal para les heterosexuales.
A medida de que fue pasando el tiempo, el concepto de heteronormativa fue evolucionando, tanto así que comenzó a filtrarse bajo el resto de los modelos de familia. Ya desde los años 90, los hombres gays y las mujeres lesbianas blancos estaban adoptando una ideología sobre cuál era el estilo de vida correcto para las personas sexo-género diversas. El modelo, casi idéntico al heteronormativo, comprendía que los hombres gays y mujeres lesbianas podían ser “iguales a les heterosexuales” en cuanto a casarse, tener hijes, comprar una casa, no transgredir la mayoría de los roles de género masculinos o femeninos, así como muchas otras cosas.
La única transgresión a la heteronormativa que se permitían estas parejas era que la pareja no era una heterosexual, sino homosexual, por lo cual se vieron en la obligación de crear un modelo de vida homosexual. Esta nueva ideología, conocida también como la homonormativa, no tan solo excluía a las personas trans, sino que también discriminaba a cualquier persona que transgrediera el género, sin importar su orientación sexual, identidad de género o expresión de género. Vale la pena mencionar que este modelo no es contrario al heteronormativo, pues se desprende directamente del mismo. Para ser aceptade como persona sexo-género diversa respetable, debías evitar llamar la atención y servirle al modelo hetero-homo-normativo.
La peligrosa transnormativa
Ha habido un incremento en activismo trans en los últimos años, siendo una gran parte en respuesta a la exclusión que se nos hizo en la época de los 90 y sus años subsiguientes. Transgredir el género que se nos ha sido asignado al nacer, poder tener acceso a hormonas y a operaciones de afirmación de género, así como tener el derecho a cambiar nuestros nombres asignados al nacer son solo algunas de las luchas que rompen con la homonormativa y la heteronormativa.
No obstante, en nuestros movimientos trans se han adoptado ideas normativas sobre lo que debería ser una persona trans. A través de encerrar la experiencia trans en una cajita donde tu experiencia es únicamente válida si te operas, usas hormonas, cambias tu nombre y te hiperfeminizas o hipermasculinizas, se ha creado una transnormativa. Esta caja no solo excluye a las personas trans no-binarias que no deseen llevar a cabo procesos transicionales quirúrgicos, hormonales o sociales, sino que también afecta al resto de las personas trans binarias que no caigan dentro de una categoría específica.
“¿Deseas ser una mujer trans que disfruta de los deportes? Imposible, las mujeres NO disfrutan de los deportes”. “¿Deseas ser un hombre trans que disfruta del maquillaje? Lo siento, los hombres no se maquillan”.
La transnormativa coloca a las personas trans en una posición incómoda donde deben decidir si validar su identidad a través de seguir la norma o ser cuestionadas sobre la veracidad de su identidad por disfrutar cosas que no están socioculturalmente adheridas a su género asumido. Además, la transnormativa pone una carga innecesaria a las personas trans y no-binarias sobre cómo deben ser sus vidas: casarse, tener hijes, comprar una casa, entre otras cosas. Siendo una de las comunidades más discriminadas socialmente, conseguir cualquiera de estas cosas pudiese ser sumamente difícil para cualquier persona trans que no sea blanca, privilegiada y operada.
Desnormalicemos todo
Desde un principio, se ha estado viendo el problema como uno en donde necesitamos normalizar nuestras identidades, a través de un proceso de lucha y concientización, para que sean aceptadas. Sin embargo, ¿qué es lo normal? ¿No es lo normal otro constructo social para determinar qué será incluido y qué será excluido? Si partimos de que el género es un constructo social, lo normal puede ser subjetivo a nivel mundial y puede variar entre culturas o, incluso, regiones dentro de un mismo país. ¿No sería más fácil desnormalizarlo todo? Desnormalizar no implicaría un proceso donde se excluye todo, sino que sería desligarnos de la idea de “lo normal”.
Nos convendría como sociedad sentir curiosidad, aprecio y celebración cada vez que presenciamos algo diferente a lo nuestro. Una vez logremos entender y concluyamos como humanidad que aquello que observamos es solo una representación más de la existencia humana (la cual sea una que no le haga daño a les demás), verdaderamente creceremos como humanidad.