Foto del archivo de Ana María Abruña Reyes
Esta pasada semana tuve el privilegio de participar en el encuentro Paradigmas críticos de la emancipación en el Caribe y América Latina, celebrado en La Habana, Cuba, auspiciado por CLACSO y otras organizaciones internacionales. Sin duda, ha sido una de las experiencias que más me han movido el alma y que me han puesto de frente con una mirada externa a nuestra realidad colonial. Me reafirmó en algo que hace tiempo sospechaba: necesitamos mirar más hacia el Sur.
Este encuentro, dedicado a Frantz Fanon y Patrice Lumumba —figuras imprescindibles en el pensamiento anticolonial y en la construcción de un Tercer Mundo emancipado, libre y soberano—, nos reunió para pensar desde los márgenes, desde nuestras propias heridas y, sobre todo, desde nuestras futuras posibilidades.
Caminar las calles de La Habana y conversar con mujeres filósofas, activistas y pensadoras del Cono Sur fue como abrir una ventana hacia un horizonte más amplio del que solemos imaginar desde Puerto Rico. Allí comprendí que el Caribe y América Latina están más interconectados de lo que nos han hecho creer, que compartimos una historia de despojo, pero también de resistencia ancestral, creatividad y dignidad colectiva.
El Sur Global nos enseña que la globalización no tiene por qué ser un proyecto de sometimiento, sino una oportunidad para reimaginar las relaciones de poder y las formas de vida. Sin embargo, en nuestra isla seguimos mirando hacia el norte —hacia nuestro verdugo colonizador— como única referencia económica, social y cultural. Hemos sido entrenadas para pensar en inglés, medirnos con estándares ajenos y aspirar a un progreso que no nos incluye. Mientras tanto, seguimos reproduciendo las mismas estructuras que nos mantienen dependientes y fragmentadas.
Las enseñanzas de Fanon y Lumumba son tan actuales para Puerto Rico que duele reconocer su ausencia en nuestra formación académica. En sus textos se revelan las raíces psicológicas y materiales del colonialismo, y se explica cómo la creación del lumpenproletariado —esa masa marginada, despolitizada y empobrecida— sirve para perpetuar un sistema donde la mediocridad y la resignación se convierten en políticas de Estado. Duele y pega fuerte porque no conocemos otra cosa que ser colonizados.
En Puerto Rico, esa realidad se traduce en un pueblo que trabaja sin descanso, pero vive con miedo; que produce belleza y conocimiento, pero carece de poder sobre su destino. Me sostiene la esperanza de que ya estamos hastiadas de tanta mediocridad y de tan malos servicios. Pagar la luz es un suplicio: en Cuba, aunque el servicio sea limitado por la falta de petróleo, el costo mensual ronda los tres dólares, y aun así se les va menos la luz que a nosotras en Puerto Rico.
Me alarma y, a la vez, me moviliza pensar en un Puerto Rico sin puertorriqueños. No como metáfora, sino como un proyecto en marcha —bien pensado y confeccionado—: el desplazamiento silencioso de nuestra gente, la venta indiscriminada de tierras, la privatización de los servicios esenciales y la pérdida sistemática de nuestro sentido de pertenencia. Esa sensación de “vivir prestado” en nuestra propia isla es el síntoma más cruel de un colonialismo que se ha sofisticado.
Pero si algo me enseñó Cuba —y las voces del sur que allí escuché— es que la posibilidad de liderarnos no es un sueño abstracto, sino una práctica cotidiana. Se construye desde la solidaridad, la organización colectiva, la educación liberadora y el pensamiento crítico. Fanon y Lumumba no escribieron para las bibliotecas, sino para los pueblos que deciden levantarse. Les invito a buscar el discurso de Patrice Lumumba, primer ministro congoleño, a conocer su historia o a leer el libro de Fanon Los condenados de la tierra y sorprenderse tanto como yo. Ese texto, escrito para el 1960, nos describe con una precisión inquietante a las y los habitantes de este archipiélago.
Puerto Rico tiene todo para hacerlo: capital humano, recursos naturales, historia, cultura y una conciencia que, aunque dormida, sigue latiendo. Solo necesitamos atrevernos a mirar más allá del espejo del norte y reconocernos, por fin, en el reflejo del Sur.






