Fui criada dentro de un sistema educativo que, lejos de acompañarnos en el entendimiento de nuestros cuerpos, nos enseñó a temerlos. Recuerdo con claridad aquellas clases de maternidad y paternidad responsable, diseñadas para provocar más pánico que para educar. Era un país que buscaba controlar los embarazos en adolescentes y la respuesta institucional fue mostrarnos videos de partos como si fueran escenas de terror. La maternidad y la paternidad no se presentaban como experiencias complejas y diversas, sino como una condena ante la cual debíamos protegernos. Así crecimos muchas, aprendiendo a temer la posibilidad de gestar, como si el nacimiento fuera una tragedia que marcaba el fin de la vida de cualquier persona gestante. Mi experiencia fue precisamente esa, temerle a la maternidad, entenderla como lo peor que podía sucederle a cualquier persona que pudiera gestar.
Con el tiempo entendí que ese discurso no fue casualidad, sino una forma más de violencia. Una violencia pedagógica, cultural y profundamente machista que, disfrazada de prevención, sembraba miedo y culpa. Nos formaron desde el terror, no desde el conocimiento. Nos enseñaron a asociar la reproducción con vergüenza y fracaso.
Hoy, al mirar hacia atrás, reconozco cuán dañina fue esa narrativa. Parir de manera deseada es uno de los actos de amor más profundos y poderosos que puede vivir una persona gestante. No es el final, es una transformación. Lo que destruye carreras, cuerpos o proyectos de vida no es el embarazo, sino el sistema precario al que estamos sujetas. Es la falta de un sistema educativo óptimo. Es el sistema que nos enseñó miedo en vez de autonomía. Y es desde ese mismo marco que hoy se impulsan proyectos como el PS 504, que pretende reconocer personalidad jurídica desde el momento en que un óvulo es fertilizado. Este tipo de medidas, otra vez, buscan controlar la vida de mujeres y personas gestantes bajo discursos moralistas que aparentan protección, pero que en realidad limitan derechos.
Entonces, hablar de vida siempre debe incluir hablar de condiciones de vida. Debe incluir enseñarnos que traer vida al mundo es una decisión que requiere deseo, apoyo y sostén. Debe incluir un Estado capaz de garantizar una vida digna y políticas que realmente acompañen la vida que dicen defender. Sin eso, la discusión se queda en moralismos vacíos. Sin eso, lo que tenemos es control de los cuerpos. Lo que el sistema educativo debió mostrarnos es cómo funcionan nuestros cuerpos y cómo podemos habitarlos con autonomía, conocimiento y cuidado. También debió enseñarnos sobre la responsabilidad de las paternidades y la distribución equitativa de las tareas, para que la maternidad no recaiga exclusivamente en una sola persona gestante ni se convierta en una carga desigual.





