Arte por Pedro Camacho Sepúlveda / Pansy Arts (él/elle)
El Día Internacional de las Personas Afrodescendientes, que se conmemora este 31 de agosto, es una fecha que nos invita a pensar con honestidad sobre cómo nos contamos como pueblo. En Puerto Rico, una de las narrativas más repetidas es la del mestizaje a partir de las llamadas “tres razas”: taína, africana y europea. A simple vista, esta idea parece celebrar la diversidad y la mezcla cultural que caracteriza a la isla. Sin embargo, como estratega de comunicaciones y neuromercadóloga, reconozco que los relatos que repetimos no son neutros. Moldean percepciones, emociones colectivas y, en consecuencia, nuestras decisiones como sociedad.
El discurso de las “tres razas” ha sido utilizado, muchas veces, como un mecanismo de evasión: “Aquí no hay racismo porque todos somos mezcla”. Esta frase, tan común como peligrosa, invisibiliza realidades tangibles: comunidades negras enfrentando mayores niveles de pobreza, discriminación laboral, ausencia de representación política y disparidades en salud. Desde la lógica del neuromarketing, se trata de un “anclaje” narrativo: una idea sencilla y emocionalmente atractiva que nos hace sentir orgullosos del mestizaje, pero que, al mismo tiempo, nos distrae de enfrentar los problemas estructurales del racismo.
También ocurre que la mezcla se presenta como un fin en sí misma. Sí, somos un pueblo mestizo, pero la mezcla no elimina las jerarquías raciales ni las huellas de la esclavitud y la colonización. Cuando el mestizaje se usa como excusa para decir que el racismo no existe, se convierte en un obstáculo para la justicia social. En la práctica, el relato funciona como un “espejismo narrativo”: nos muestra una imagen de armonía que no corresponde con las experiencias cotidianas de miles de afrodescendientes.
En este marco, la afrodescendencia queda reducida o folclorizada, mientras la herencia taína es romantizada como un pasado heroico que no siempre conecta con el presente de las comunidades que aún reclaman su vigencia. Reconocer la importancia de nuestras raíces no puede ser un ejercicio de nostalgia; debe ser una práctica viva que conlleve apoyo, visibilidad y políticas públicas que fortalezcan a quienes hoy encarnan esas identidades.
El verdadero reto está en desmontar la ilusión de que basta con reconocernos como mezcla. El racismo en Puerto Rico no es un problema individual, sino estructural. Se manifiesta en desigualdades sistémicas que impactan la vivienda, la educación, la justicia y la salud. Como comunicadora, entiendo que los marcos narrativos son poderosos, pero también sé que podemos transformarlos. Necesitamos un discurso colectivo que no se conforme con celebrar el mestizaje, sino que reconozca y confronte la exclusión racial.
Este 31 de agosto, la invitación es clara: repensar nuestras historias, cuestionar los mitos y atrevernos a nombrar las desigualdades. Honrar de verdad la herencia africana y taína significa acompañar a las comunidades vivas que luchan contra el racismo y la marginación. Puerto Rico merece una narrativa que, más que repetir la fórmula de las “tres razas”, abrace la dignidad, la diversidad y la justicia racial como el corazón de nuestra identidad colectiva.





