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Palabras que sanan paso a paso

La Casa Protegida Julia de Burgos, en alianza con Proyecto Mujeres del Reggaetón, juntó a algunas pioneras del reguetón que compartieron sus historias con sobrevivientes de violencia de género
Reguetoneras en Casa Julia

Fotos por Ana María Abruña Reyes

Sentada frente a una mesa con mantel violeta, esbozando una sonrisa de esas que afloran en medio de la curiosidad y la timidez, Angélica (nombre ficticio) anota en una pequeña libreta, tipo agenda de mano, diversas palabras y frases que va escuchando.

“Lo hago para que no se me olviden. Para repasarlas…”, comenta con la mirada enfocada en el diario improvisado, pero sin perder esa media luna en el rostro. Allí, anotadas en tinta azul, se va revelando una nueva ruta con pensamientos y frases que lleva escuchando desde que pudo salir del ciclo de la violencia de género.

“Escribí estas para mí y para ellas”, dice en otro momento, mientras muestra un “post it” (notita) rosado con tres palabras: “segura”, “alta autoestima” y “bendecida”. Cuando dice “ellas” se refiere a sus compañeras de la Casa Protegida Julia de Burgos, mujeres de diversas edades y trasfondos sociales que le han acompañado en su proceso de sanación. Juntas tejen una red de solidaridades y afectos que no siempre es perfecta, pero que ayuda a reconstruirse de adentro hacia afuera.  

Varias de ellas —algunas con sus hijos e hijas— están esta mañana en un luminoso y acogedor salón compartiendo piscolabis y hablando de temas cotidianos en lo que empieza Paso a paso: reggaetón de sobrevivientes, una actividad especial en la que participarán algunas de las pioneras del reguetón. 

El evento es organizado por Proyecto Mujeres del Reggaetón —primera iniciativa de investigación académica y archivo histórico especializado en las mujeres del género—, en alianza con Casa Julia. Esto como parte de las actividades del Mes de la prevención contra la violencia doméstica, que se conmemora en octubre. 

Hablan las pioneras

En la misma mesa donde escribe Angélica, se aprecian algunos cedés de las artistas que se abrieron paso en el género desde la década del ochenta: Lisa M, Glory, Valerie y La Nana. Cada una de ellas, de una forma u otra, enfrentó diversas violencias en sus vidas, empezando por la violencia de estado, que en la década del noventa criminalizó el reguetón —entonces llamado underground— haciendo redadas en residenciales públicos y tratando de legislar para prohibir la difusión y distribución de este género musical, que actualmente es uno de los más populares a nivel global. De igual forma, enfrentaron la misoginia de una industria musical que, aún hoy, sigue siendo dominada por hombres. 

Pero nada detuvo el empeño de estas mujeres que encontraron en el palpitante género un medio para expresarse y empoderarse. Aunque hoy muchas de ellas ya no están activas en la música o han tomado otros rumbos—algunas en comunidades de fe—, quedan sus historias, sus palabras, que resuenan esta mañana en este salón. 

Nailyn Collazo, conocida popularmente como La Nana, es la primera en tomar el micrófono. Ya no es aquella joven de 15 años que se dio a conocer en la década del noventa a través de varios cassettes caseros en donde se le escuchaba improvisando líricas. Pero basta que suene una pista en su celular, para que reaparezca disparando líneas: “Nana ya llegó no cometas el error…”. Su voz retumba todavía con fuerza para sorpresa de las participantes. 

Durante media hora, La Nana narra su historia, su transformación personal y espiritual, y cómo logró salir a flote luego de recibir un diagnóstico de epilepsia, siendo madre soltera de tres hijos pequeños. “Ahora que han pasado 16 años puedo contarte todo esto, pero en ese momento yo me sentía en una bola de tormenta”, comparte para enseguida cantar, en el mismo estilo urbano que la dio a conocer, su nuevo tema espiritual He decidido dejar de llorar

Angélica, la joven del diario, ahora está de pie y aplaude con sus compañeras siguiendo el ritmo de la música. Algunas se emocionan, pero disimulan secándose rápidamente el borde de los ojos con la yema de los dedos. 

Zaida Morales, una veterana de la industria que fundó la disquera WFH Records y manejó artistas como Rubén DJ cuando se dio a conocer con La Escuela, también se para a conversar y narrar cómo pasó de ser una enfermera graduada que trabajaba en sala de operaciones a empresaria y manejadora de artistas. El miedo nunca la detuvo, dice. Aprendió viendo, haciendo, tocando puertas y siendo osada. Entre las múltiples anécdotas que hace, cuenta la primera vez que logró vender un tema de un artista, que resultó ser una canción de su entonces esposo, a quien animó para que grabara un demo que fue el que pegó en la radio y finalmente vendió a una disquera. 

“Cuando llego a casa, le hago con el cheque así en la cara y le digo, ‘te acabo de vende-er’”, relata, provocando la risa de las participantes. Morales, quien lleva 30 años en la industria musical, afirma que sigue trabajando porque “hay que sobrevivir”, pero que lo más que le satisface en la actualidad es servir. Hace tres décadas es capellana y sirve a la población de personas privadas de su libertad. La música, sin embargo, sigue acompañándola a modo de inspiración y motor de vida.

La última en compartir con ellas es Valerie Morales, quien debutó en el género en una producción de The Noise, con un tema producido por Noriega. Tan pronto toma el micrófono hace una pregunta que provoca el silencio del salón: ¿Cuál es la cara (de la violencia doméstica)?

Entonces, comparte su testimonio. Las múltiples agresiones que vivió en su infancia y en su adultez, y cómo sobrevivió una relación violenta. “Una de las preguntas que me hacían era, ¿es que tú no pareces que has pasado por eso? Y mi respuesta era ‘¿qué se supone que yo parezca?’ Yo no soy víctima de nadie, ni tú, ni tú, ni tú… Yo no le voy a dar el gusto a nadie que ha tratado de hacerme daño que me dañe. No te pueden dañar a ti. Mírate en el espejo y repítelo”, es la invitación que hace a las participantes. 

Valerie también habla de la música, de cómo le ha servido de herramienta para sanar. A modo de muestra y de cierre, les canta Sigo de pie, un merengue que se ha convertido en su himno de vida. 

Angélica y sus compañeras la escuchan y la acompañan con “las palmas”. Se observan sonrisas elocuentes. Detrás de Valerie, escrito en la pared se lee la frase, “tiempos de felicidad”, como una reafirmación de lo posible. 

Vivir libremente

Han pasado casi dos horas desde que inició la actividad, pero se siente menos tiempo. En ese momento, toma la palabra Wilmary Ríos, psicóloga clínica del Movimiento me permito sanar, para una serie de dinámicas que las participantes reciben con agradecimiento. 

Ahora la palabra la toman ellas para expresar sus sentimientos, escribir, respirar, reflexionar y cuidarse mutuamente. Ríos las invita a practicar el entre cuidado, a través de ejercicios de escritura en la que se comparten diversos mensajes. Entonces, afloran esas rutas que van construyendo en comunidad. 

“La palabra que escribí fue resiliencia porque es la capacidad de salir a flote de las situaciones”, afirma una. “Yo escribí valiente porque hay que ser valiente para salir de la situación”, agrega otra. 

Siguen los adjetivos poderosos: fuerte, segura… hasta que una de ellas comparte la palabra libélula. “Me identifico con la libélula porque vuela libremente, sin miedo a lo que pueda encontrar en el camino”, dice. Y agrega, “ya no quiero sobrevivir, quiero vivir”. 

Angélica vuelve a sonreír, pero esta vez es diferente. Aparece en su rostro una sonrisa amplia. Entonces, como si algo interno se hubiera encendido, toma su bolígrafo azul y escribe en su diario: “libélula”. 

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