Seré honesta, me pone iracunda ver cómo todavía hay personas que defienden al gobierno estatal y federal. Mientras que es obvio que “no todos son malos”, también es torcidamente obvio que tanto sufrimiento no es accidentado. Aunque siempre logre identificar esperanza realista, esta columna es sobre cómo nos matan y nos dejan morir, y la importancia de decirlo tal cual, porque nos sobra la evidencia.
Las palabras importan, y mucho. Es un cliché, lo sé. Porque es cierto. Como nos enseñaron, “no es lo que se dice, sino cómo se dice”. Con las palabras, se honra lo lindo de la vida, y también se elevan y visibilizan dolencias e injusticia. Las palabras sanan porque verbalizan una realidad sentida y vivida.
Por eso, hoy encuentro urgente apalabrar nuestro sufrimiento diciendo lo siguiente: en Puerto Rico nos matan y nos dejan morir. No es una u otra, son las dos.
Nos matan
Nos matan de tantas formas que escribir esta columna se siente como un acto violento hacia mí misma y, a la vez, una liberación. Nos matan los feminicidas, nos matan las cárceles y la policía, nos mata la pobreza, nos mata la contaminación, nos mata la falta de transparencia. Nos mata el gobierno local por su incompetencia y complicidad, y nos mata el gobierno estadounidense con su imperialismo, negligencia colonial y estratégica opresión.
Nos matan cuando no dejan de otra, y tantas personas, incluyendo especialistas médicos, tienen que buscar refugio en otras latitudes, dejándonos en desamparo social y sin poder atender -ni bien ni a tiempo- nuestros padecimientos.
Y, cuando no nos matan de forma violenta y súbita, apuestan a que tengamos una muerte lenta pero segura. Cuando, por ejemplo, no se atienden los planes de manejo y mitigación del impacto del cambio climático, que ha hecho peor los huracanes y las tormentas. Quedó probado con María, y ahora con Fiona, que impactó al Caribe sin piedad.
Nos dejan morir
Nos dejan morir cuando, como pasa ahora, tardan en reenergizar nuestros hospitales, supermercados y hogares. También, nos dejan morir cuando la asistencia obligatoria de FEMA tarda en llegar, y no por accidente. Se probó que FEMA discrimina contra Puerto Rico.
Pasamos de posiblemente caer en teorías de conspiración, a tener que darle la cara a la realidad de que aquí ni se vive ni se muere con dignidad, y que no es por accidente, es por diseño. Si solo nos dejamos llevar por lo que hemos visto del gobierno, en las semanas después de Fiona, podemos concluir que ni nos quieren aquí, ni nos quieren con vida. Porque podemos estar respirando, ¡pero quién vive así!
Nos dejan morir por COVID-19, al, por ejemplo, quitar el requisito de mascarillas en espacios públicos y educativos como las escuelas, sabiendo que protegen y que el Covid Largo no es ningún chiste, que también afecta a la niñez. Están comprometiendo aún más nuestro futuro, y reafirmando una muerte lenta, enferman nuestra niñez.
Nos dejan morir cuando anuncian el paso de un fenómeno, y personas en el archipiélago tienen que moverse a refugios y, cuando lo hacen, se topan con que, como destapó el Centro de Periodismo Investigativo (CPI), los refugios no tienen agua ni luz, incluso antes de que llegue el mal tiempo. Nos dejan morir cuando politiquean, precisamente, con la asignación de brigadas para reenergizar, como se evidenció después de que pasó María. A aquellos con afiliaciones con el Partido Nuevo Progresista les llegó la luz más rápido.
Y ahora nos dejan morir a manos de una compañía como LUMA Energy, que dejó claro que privatizar los servicios beneficia solamente los bolsillos de los políticos. Y todo lo hacen bajo la sombra del cuerpo que suplanta sus responsabilidades, la Junta de Control Fiscal, compuesta por personas que no elegimos e impuesta por el gobierno de los EE.UU., y quienes apoyan el contrato de LUMA.
Jamás pensé que las cosas se podrían poner peor, ni que la crueldad de personas como Pedro Pierluisi y Carlos Mellado llegase a tanto. Pero María nos enseñó que, más allá de la diáspora solidaria, estamos desamparados. Y Fiona, un huracán tres veces menos fuerte que el anterior, hizo implosionar la colonia.
Aparentemente, tenemos dos grandes y poderosos enemigos: uno que duerme a nuestro lado, y otro que visita de vez en cuando con grandes PROMESAS vacías, así como un amante engañoso.
He leído varias veces: “qué desconectados están de nuestra realidad”. Y entiendo por qué quisiéramos pensar eso, pero no es cierto. Nuestro gobierno, especialmente la Rama Ejecutiva, sabe muy bien lo que está sucediendo aquí. Y el Congreso también.
¿El pueblo salva al pueblo?
El pueblo siempre responde por el pueblo, y siempre lo hará, pero necesitamos de la transformación de nuestras estructuras de gobernanza y resolución a nuestro estatus. El problema es la colonia. Lo que nos mata y nos deja morir es la colonia. Porque sí está funcionando para muchos, lo que no funciona son las condiciones de vida a las que nos somete, donde simplemente no hay respiro.
Estoy harta, furiosa, exhausta, triste, ansiosa, estresada, y algo deprimida, como sé que tú también. Y, aunque sé que estaremos bien, porque veo la lucha, la tenacidad y el aumento de fiscalización, hoy solo me queda la rabia.
Hoy solo me queda el luto de todo lo perdido y de todo lo que pudo ser. Me deshago ante el dolor y la impotencia al escuchar a tantas personas clamar por agua y comida. Y doy cara a lo inhumano, esperando que el mañana traiga respiro y reflexividad. Hasta entonces, nos deseo revolución, más solidaridad, más rebeldía y más complicidad, y agallas a quien todavía defienda lo indefendible.