Es difícil defenderse en una situación de acoso callejero. Demasiadas mujeres deben enfrentarse a estas situaciones en sus vidas, y muchas no saben cómo actuar. Cada vez que sucede, las personas las llaman exageradas o mentirosas y llega al punto que ocurre tantas veces que las voces de los demás se plantan en sus pensamientos. Incrustan sus raíces en sus sentimientos más profundos, hasta que ellas mismas comienzan a dudar de sus experiencias.
La sociedad nos ha enseñado que el acoso callejero nunca es suficientemente grave para reportar y, si lo es, nos hacen creer que fue nuestra culpa. Cómo estábamos vestidas, a la hora que salimos, si de alguna forma insinuamos que estábamos interesadas. Nunca fue culpa de él: aquel que nos hierve la sangre y nos cambia para siempre, pero nunca es castigado. Aquel hombre que nos causó una rabia inconmensurable y nos quitó la poca paz que nos quedaba.
Lo peor es ver cómo nosotras mismas destruimos nuestra identidad hasta que ya no queda nada. Nos tapamos, nos quedamos calladas, sonreímos cuando alguien nos silba para no causar problemas y nos convencemos de que es normal, que no vale la pena tratar de cambiar el mundo en el que hemos nacido. Nos quitan todas las fuerzas y, muchas veces, sucumbimos ante aquellas expectativas que una vez intentamos luchar.
¿Por qué debemos hacer silencio para que nos escuchen? Parece que la única forma en la que todos nos escuchan es cuando perdemos a una de las nuestras. Cuando una voz es silenciada para siempre, cuando ya es muy tarde para esa mujer, todos la observan de lejos. Algunos la apoyan y en unos días se olvidan de la injusticia. Otros la juzgan e intentan arruinar su legado hasta que la mayoría decida que no hay que actuar, porque de una forma u otra fue su culpa. A casi nadie le parece importar la mujer que fue asesinada por su expareja, la adolescente que fue acosada sexualmente, ni la niña que fue robada de su inocencia y juventud.
Me siento inútil. Incapaz de ayudar a mi familia, a las mujeres que me defenderían hasta el final si me ocurriera una tragedia como a la de muchas mujeres en este país. Nos ven morir, nos ven silenciadas, nos ven atemorizadas de salir a las calles, y se ríen: el gobierno, el país, los hombres. Se ríen en nuestras caras y nos dicen que no hay solución y que debemos aprender a vivir con estas injusticias, pero no. Yo me niego a vivir con miedo, me niego a dejarlos ganar. Lo único que me trae esperanza son las mujeres luchadoras que nos apoyamos e intentamos ampliar nuestra voz. Porque sí, en estos momentos, somos un colectivo, una sola voz que busca justicia. Yo creo en mis compañeras. Yo creo que, en el futuro, no tendremos miedo de salir a las calles y que el mundo nos reconocerá como personas, no objetos.