(Ilustración por la autora)
¿De qué color es la violencia machista? De todos. Y, a la vez, de ninguno.
La violencia machista es una expresión de desigualdad sumamente versátil: puede ser visible o invisible. Sutil o explícita. No obstante, ninguna de sus variantes y ninguno de sus disfraces son un pretexto para que esta se minimice porque, en todos los casos, la violencia machista es inaceptable y deshumanizante.
Esta expresión de desigualdad es consecuencia del patriarcado, que es el mismo que ha construido esa pirámide androcentrista que garantiza que se siga repitiendo y que no se tomen la represalias.
En su posición, la violencia machista está tan bien protegida que nos desprotege a todas y a cada una de nosotras, las mujeres. Entonces ¿cómo la combatimos?
La respuesta inmediata a esta pregunta (y la que me gustaría poder dar) sería: “derrumbando al patriarcado”. Pero, el proceso de acabar con una opresión sistemática y tan antigua es muy largo. No digo que sea algo utópico. Para nada.
Siempre me gusta recordar cómo, a través de los años, las mujeres han logrado cosas que ante los ojos de su generación parecían imposibles.
Simplemente, tenemos que tomar en cuenta que es algo que toma mucho tiempo y, claro está, las mujeres no podemos seguir siendo asesinadas, violadas ni agredidas. ¡Basta ya!
Es por eso, por lo que hoy quiero hablar sobre el poder que tiene la educación fundamentada en la equidad ante esta (y prácticamente cualquier) situación.
Plan de país para educar contra la violencia machista
Primero que nada, es importante reconocer que no se puede hablar de educación sin hablar de la cultura. Estos dos campos van de la mano, y no se puede pretender cambiar una sin modificar a la otra. Como consecuencia, debemos entender que, a erradicar la violencia machista, se comienza desde la crianza, en casa. No en la escuela, cuando ya hay desigualdad en el trato entre varones y niñas. No en el trabajo, cuando nos damos cuenta de que ya nuestra compañera llegó con moretones. No en la calle, cuando ya nos pitan como si fuésemos un perro. Esos solo son lugares en donde se debe de reforzar lo que hemos aprendido en casa. Por eso, es sumamente importante que día tras día, a través de la educación, desmontemos los roles de género y los estereotipos sexistas frente a nuestres niñes.
Comoquiera, es necesario un proyecto educativo con perspectiva de género que brinde las herramientas a les estudiantes para facilitar esa deconstrucción, pues no siempre habrá en casa la disposición ni los recursos. Asimismo, los centros de trabajo, necesitan contar con políticas contra el discrimen, que garanticen la protección de los derechos de las mujeres y que continúen la educación por la equidad
La educación equitativa debe de convertirse en esa herramienta que les enseñe a nuestres niñes a rechazar la violencia y el discrimen para que se conviertan en adultes conscientes y responsables sobre el problema de género que nos arropa. Y, cuando digo “educación”, no me refiero a un todo estricto, incapaz de moldearse a las necesidades de los aprendices. La educación debe ser siempre esa arcilla que se adapta a la edad, el nivel y el razonamiento de quienes la necesitan.
La educación equitativa se debe trabajar desde un lienzo en blanco, en el que las tradiciones culturales no fomenten los tratos desiguales, porque es ese trato desigual, tan sutil, tan silencioso e imperceptible es el que crea la idea de superioridad masculina, que en esencia es la raíz compartida entre el machismo y la violencia machista.
Para poner un ejemplo, si utilizamos la frase “los hombres son así” para referirnos a las actitudes machistas de un individuo en particular, justificamos cierto tipo de comportamiento bajo la tradición cultural. Es ahí que les estamos enseñando a nuestres niñes a validar ese comportamiento. Entonces, pueden pasar dos cosas y, realmente, no se cuál es peor. La primera es que el menor puede adoptar esas actitudes machistas patriarcales y se justificará con que “su género es así” para seguir perpetuando dicha conducta. La segunda, es que acepte el comportamiento, lo normalice y, como consecuencia, le aborrezca el hecho de tener que cuestionárselo, lo que lo convierte en un cómplice de la violencia machista. Cualquiera de las dos vertientes es pésima.
En cambio, si desde un principio, educamos desde la equidad y rechazamos los comportamientos machistas, el menor crecerá de manera consciente y se convertirá en un agente de la equidad capaz de erradicar la violencia machista.
Ahora bien, ¿qué puedo hacer para educar en la equidad? Sencillo: escuchar, (de)construir, y (des)aprender.
Escuchar es una parte fundamental para la educación equitativa. Nos permite entender las preocupaciones del aprendiz y nos ayuda a enfrentarlas de una manera respetuosa y comprensiva. Una vez hayamos escuchado, debemos (de)construir esos viejos paradigmas que perpetúan en nosotros, para poder romper con estereotipos sexistas y darle el ejemplo a quien lo necesita. Si se eliminan los estereotipos sexistas, se fundamenta la equidad. Entonces, la supremacía machista, que es la raíz de la violencia machista disminuirá. Durante este proceso es importante que de ser necesario (des)aprendamos, ya que para educar necesitamos empezar por nosotros mismes.
Todo esto con el propósito de formar valores, instruir y establecer reglas dirigidas hacia la equidad. Para que nuestros jóvenes sean capaces de enfrentar los retos de la época, para que se conviertan en ese a(r)ma que lucha por una sociedad más justa, más inclusiva y activista, para que sean capaces de salvar vidas…
La educación basada en la equidad es importante.
Mi educación salva vidas. ¿Y la tuya?
Angélica Caldero es la creadora de La puerta violeta, un proyecto para (des)aprender. Este escrito es una colaboración de su parte para la campaña ¡Cambia ya!, contra la violencia machista.