Se sabe, se ha discutido y se ha luchado por utilizar la herramienta de la educación con perspectiva de género para deconstruir el patriarcado y desaprender sobre la violencia machista; sobre todo, en Puerto Rico, dado al sistema machista, agresivo y amarrado a tradiciones y a una cultura política que consume al país día tras día. Eso no es secreto. Durante marzo y principios de abril de 2020, cuando se expuso un patrón de acoso por parte del dueño de la línea de traje de baños Pauwii Swimwear, Julius Ortiz, y el propietario de la marca de transporte marítimo Yatea PR, Javier Marrero, reviví muchos momentos de mi infancia y pude entenderlos un poquito mejor.
Recordé una que otra cosa que me dijeron en escuela elemental, y me enfureció porque me percaté que no es solo mi experiencia. No dudo que muches otres pasaron por eventos similares o más violentos sin obtener justicia alguna.
La primera ocasión en la que sentí la ineficacia ante el manejo de una situación violenta en una escuela fue cuando tenía 5 años. Un chico me pegó. Cuando la maestra le llamó la atención, dijo: “Las niñas son de cristal y los niños son de piedra. Si les das, se rompen. No lo vuelvas a hacer”. El niño, obviamente, paró de pegarme, pero justo después del comentario de la maestra, algo no me cuadró. La premisa no está del todo incorrecta. Agredir físicamente a alguien no está bien, pero me cuestioné rápidamente: «¿Cómo que soy de cristal? ¿Quién dijo que no puedo ser ‘de piedra’? ¿Puedo ser de ‘de piedra’?». Más de diez años después, puedo entender verdaderamente de lo que estoy hecha y que de cristal no soy.
Son pequeños discursos así, en instituciones educativas, los que también forman parte de un problema gigante y sistémico. De todas formas, hay que comprender que la maestra, como muches otres miembres de facultades escolares, se formó bajo circunstancias patriarcales a nivel social, político y cultural. Es importante validarlo y no atacar o culpar ciegamente. Ella es parte de esta cadena de dinámicas que culminan aceptando y promulgando las expresiones machistas dentro de la educación en Puerto Rico.
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El segundo evento ocurrió a mis 11 años. Otro niño, esta vez de unos 8 o 9 años, me acosaba verbalmente por meses. Entre todos sus comentarios, mencionaba que quería tener relaciones sexuales conmigo, verme desnuda, que le bailara en un tubo y más. No es normal que un niño de esa edad se dirija así hacia niñas de 11 años. Repito, no es normal. Comenzó a hacer lo mismo con otras compañeras de mi clase. Era evidente que había un patrón y un problema. Un grupo de padres tomó acción y coordinó una reunión con la directora de la escuela de aquel momento para expresar el sentir de coraje, incomodidad y cansancio sobre este niño. Era más que válido tener la expectativa de que la figura con máxima autoridad dentro de la escuela le pusiera un alto de una vez y por todas.
Cuando las estudiantes y yo fuimos a la reunión para expresar a la directora el comportamiento inaceptable que presentaba el estudiante, su respuesta me pareció inusual. Respondió algo así: “Ay, pero no se preocupen por eso. Eso solo son cosas de niños. Ignórenlo y ya. Sabrá Dios si de aquí a muchos años el nene será un futuro Ricky Martin y sea un hombre bello y musculoso. Se van a acordar de él, van a estar contentas porque les haya tratado así y se van a reír por esto, ja ja ja”.
En otras palabras, si el nene te molesta es porque le gustas y, en un par de añitos, vas a borrar esta situación de tu sistema porque es normal que les trate así. Nos despacharon de su oficina. Desconozco las emociones de las otras chicas al salir de allí, pero, en mi caso, tuve una sensación de insatisfacción extrema y muchas preguntas. ¿Qué hay de la solución al problema? ¿Qué seguirá comentando ese niño sobre los cuerpos de otras niñas? ¿Esperé mucho de la figura de más autoridad en mi escuela? ¿No se supone que me sienta segura aquí? ¿Qué será de él cuando sea un adolescente? ¿Les sucede a otras chicas? Interrogaciones muy válidas para la yo de 11 años, diría yo. Si la directora supiera que, más de diez años después, risa es lo menos que me da.
Al igual que no se nace racista, xenófobo u homofóbico, no se nace machista. Todas estas formas de odio se enseñan. En este caso, se me enseñó sutilmente que era “frágil”, que es una broma cuando mi cuerpo es un objeto de deseo y de expresiones sexuales no consentidas, y que mis sentimientos de incomodidad no son válidos dentro de mi ambiente escolar elemental. Y sé que no soy la única. Ahora, más que nunca, entiendo y me enfurezco, precisamente, porque sé que entenderlo es un privilegio.
En momentos en que se discute sobre la importancia de establecer un currículo con perspectiva de género, estas dinámicas son aún más pertinentes porque reflejan la falta de conciencia sobre la presencia de la violencia machista en las instituciones académicas del país. Resulta urgente señalarlo, además, porque hablo del sector estudiantil en Puerto Rico menor de 12 años. A esa edad es cuando se supone que la única preocupación como niñe sea escoger el jueguito de DS después de hacer tareas a las 3:00 de la tarde; no preocuparse por quién le acosa verbal o físicamente en el colegio. Esto también es un llamado a revaluar situaciones similares en las que las escuelas tomaron consciente o inconscientemente el lado del machismo.
La ineficiencia para atender la violencia de género es real y alarmante. Nos consume, nos hiere, nos viola y nos mata. No es una bobería. La educación con los lentes de la perspectiva de género salva vidas y es capaz de corregir poco a poco los mensajes dirigidos a la sociedad y cultura de les puertorriqueñes. Combatir el machismo, externo e interno, se trabaja con la educación, no con el silencio, sino con corregir, deconstruir, reconstruir, desaprender e informar desde lo más pequeño. Saber es poder, y es un proceso largo, pero no imposible.