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La línea abismal y las vidas que no importan

Foto del 8 de marzo de 2019 Puerto Rico, Ana María Abruña Reyes

(Foto de archivo de Ana María Abruña Reyes)

A lo largo de los pasados meses, varias noticias han levantado la indignación de ciudadanos y ciudadanas en distintas partes del mundo.

Por un lado, un perverso discurso conservador sobre la vida se vuelve cada vez más hegemónico y compartido a escala global, y Puerto Rico no está exento de este. En Estados Unidos, las legislaturas de varios estados aprobaron proyectos de ley basados en la idea del “latido fetal” que de entrar en vigor implicarían prácticamente la prohibición del aborto a partir de la sexta semana de gestación, limitando, además, los supuestos a partir de los cuales una mujer puede decidir terminar un embarazo. Aquí, en Puerto Rico, estuvo a punto de materializarse el Proyecto de Ley 950 que pretendía, entre otras cosas, limitar el acceso a un aborto seguro a menores de edad al exigirles una autorización de sus padres, así como someter a una evidente tortura psicológica a las mujeres que decidieran abortar. No conformes con esto, los portavoces locales de esta ola conservadora, también buscaron aprobar el proyecto de ley sobre “libertad religiosa” que tendría como resultado normalizar y normativizar el discrimen, particularmente por orientación sexual.

Por otro lado, la perversión del actual discurso sobre la vida, pero también sobre la nación, la frontera, la ciudadanía, y la humanidad misma, se recentra ante el contexto actual de la migración centroamericana a Estados Unidos y norteafricana a diversos países europeos. La crisis humanitaria generada por el fortalecimiento de la política de fronteras estadounidense ha tenido como consecuencia el aumento de niños separados de sus padres, enjaulados, desaparecidos y fallecidos bajo la supervisión del gobierno federal.

En Europa, por su parte, gobiernos de variados espectros ideológicos, desde la ultraderecha del Ministro de Interior italiano, Matteo Salvini, hasta la socialdemocracia de Pedro Sánchez en España, amenazan a activistas y ONG con multas y cárcel si rescatan a migrantes a la deriva en el Mar Mediterráneo y los llevan a las costas europeas para que puedan solicitar estatus de refugiado.

No es casual que en un tiempo en el que las fuerzas políticas de derecha extrema promueven una agenda conservadora que busca controlar y regular los cuerpos de las mujeres alzando etiquetas como “provida”, paralelamente, se articulen discursos y políticas racistas, clasistas y nacionalistas que criminalizan y deshumanizan a aquellos cuerpos no deseados para la reproducción de la vida, la vida que sí importa al poder. Por tanto, merece la pena preguntarse, ¿qué tienen en común estos perversos discursos sobre la vida y la humanidad de unos y la no-vida e inhumanidad de otros? ¿Cómo el orden global articula la relación entre las vidas que importan y las vidas que no? ¿Cómo la raza y el género se instrumentalizan en estas políticas sobre la vida, la seguridad y la identidad?

Si atendemos al contexto global actual, dominado por un imaginario supremacista blanco y misógino, es posible notar la conjunción entre la deshumanización de la mujer y la deshumanización de los y las migrantes. La primera, es deshumanizada al perder la soberanía sobre su cuerpo y al ser condenada a parir; a reproducir la vida que importa al poder, y también la que no. Ya sabemos que si nace en pobreza o racializado, el feto antes protegido deviene un “no ser”. Los y las migrantes, por su parte, son deshumanizados al ser construidos como figuras disruptivas del orden blanco y occidental, y al ser proyectados como una amenaza a la seguridad del “ser”.

Esta conjunción, y su implicación para el orden global, ha sido planteada desde el pensamiento crítico decolonial como parte del sistema mundo moderno/colonial que articula las relaciones de poder entre sujetos a través de diversos dispositivos de poder, algunos de estos construidos socialmente como lo son la raza y el género. Este sistema, y las subjetividades e instancias en disputa dentro del mismo, están divididas por lo que el académico portugués Boaventura de Sousa Santos ha llamado la “línea abismal”.

Por encima de la línea, se encuentra la dialéctica del “Yo” y el “Otro”, planteada por Frantz Fanon como la “zona del ser”, en la que la política se articula en torno a la “regulación” y “emancipación” de los sujetos que ostentan el reconocimiento de derechos civiles y derechos humanos. Estos sujetos representan las vidas que importan al poder y que ocupan lugares diversos (incluso de explotación) en el orden capitalista/racista/patriarcal. Por debajo de la línea, en la “zona del no ser”, la violencia y la negación de la humanidad son la norma, produciendo con ello sujetos y vidas que no importan al poder, y que en contextos como el actual, incluso, representan el exceso. Es decir, aquellos que desbordan el sistema y, por tanto, no son deseados ni siquiera para incorporarlos al sistema de explotación capitalista dentro de los países occidentales.

Desde luego, esta línea no está fijada ni es inamovible. Por el contrario, esta responde a contextualizaciones espacio-temporales complejas y atraviesa de diversas formas a las subjetividades, posicionándolas de un lado u otro de la línea según las circunstancias y las relaciones de poder en cuestión. No obstante, las implicaciones que tiene esta separación entre el “ser” y el “no ser” se ven reflejadas en las supuestas contradicciones del discurso “provida”. No son contradicciones. Para los defensores de la supremacía blanca, no todas las vidas importan y estos no procuran esconderlo. Por el contrario, lo racionalizan, lo constituyen como discurso dominante, y lo implementan a través de sus políticas de seguridad de fronteras y sus políticas de seguridad identitaria. Son conscientes y ejecutores de la lógica del “dejar morir” para “hacer vivir” que desde hace unas décadas planteó Michel Foucault.

La diferenciación en las lógicas de regulación de unos y de exterminio de otros puede notarse, incluso, entre el trato dado a los y las activistas vis-à-vis los y las migrantes. Si bien las acciones llevadas a cabo por activistas del Norte Global, como fue el caso de Scott Warren, en Estados Unidos, y de la alemana Carola Rackete, en Italia, demuestran las líneas de fuga por las que se gesta la resistencia al orden actual, es necesario problematizar acerca de cómo sobre sus cuerpos se ejerce la “regulación” resultado del reconocimiento de su humanidad, mientras que los y las migrantes siguen siendo relegados a los márgenes del proceso histórico-político del que son, paradójicamente, protagonistas.

Entre medio de las historias de Warren y Rackete, se encuentra la foto de los cuerpos del salvadoreño Óscar Alberto Martínez Ramírez y su hija Valeria de apenas dos años, ahogados en el río Bravo entre México y Estados Unidos. Entre medio de estas historias de victoria ante el orden global hegemónico, se encuentran también las historias de aquellos migrantes desprendidos de sus subjetividades y devenidos en la cifra de 42 refugiados que Rackete, con su acto de valentía y solidaridad, consiguió entrar a Europa. Estos, ahora en proceso de dispersión por distintos países europeos en donde se les concederá el estatus de refugiado, no obstante, continuarán enfrentando en su día a día la violencia racista ejercida no solo por el estado, sino también por los ciudadanos y ciudadanas que en el día a día reproducen la xenofobia y la exclusión sobre aquellos que consideran inferiores. La complicidad de la ciudadanía, pasiva y activa, es siempre fundamental para el exterminio del otro. Fue fundamental en la decisión de los agentes de la guardia costera italiana que en 2013 decidieron no auxiliar a 480 migrantes provenientes de Libia y de los cuales 268 murieron ahogados a orillas de Lampedusa.

El horror del drama migratorio y la obsesión por el control sobre el cuerpo femenino se nutren de las violencias y complicidades que millones de personas ejercen en el día a día. Es por esto que la línea abismal no se superará a través de actos individuales de humanismo exclusivamente, ni a través de conquistas legales, que si bien son de suma relevancia se tornan vulnerables ante los vaivenes sociopolíticos, sino a través de transformaciones sistémicas y colectivas que replanteen el entendimiento y la relación con el “otro” desde fórmulas no predatorias; que supongan otro tipo de relacionalidades no jerárquicas, no dicotómicas y no asimétricas.

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