Hay quienes dicen que gestar es un acto de resistencia. Para mí, es decidir trascender una realidad que se nos vende bajo un velo de romantización. Sí, es bello —que no quede duda—, pero, ¿qué sucede cuando gestamos en un sistema patriarcal y capitalista donde las leyes, la ciudad, la economía y la planificación están diseñadas sin intención real de sostener a la persona gestante?
Comencemos con lo más básico: vivimos bajo constantes amenazas al derecho de decidir si queremos maternar o no. Este mismo sistema, tan obsesionado con vernos parir de manera obligatoria, nos abandona en términos de infraestructura, salud y políticas públicas que no garantizan condiciones dignas.
Siempre imaginé un parto desde lo más natural, pero ahí aparece uno de los primeros límites impuestos: un parto en el hogar no es una posibilidad accesible para todas las personas gestantes.
Quedas limitada a las restricciones del hospital y a cruzar dedos para no verte obligada a una inducción solo porque el personal médico tiene unas vacaciones o una fiesta que atender. Más allá de ese momento, se suman las pequeñas y grandes violencias cotidianas, la falta de empatía en cada gestión, la ausencia de apoyos reales en la planificación urbana, crisis de vivienda digna, la prioridad dada al consumo por encima de la vida —como los estacionamientos reservados para plataformas de entrega de comida, mientras apenas existen espacios diseñados para la movilidad de embarazadas o familias con bebés— solo por mencionar algunos.
Entonces, ¿no deberíamos cuestionarle a este sistema “profamilia” cuáles son sus políticas reales? ¿Dónde está la inversión en infraestructura inclusiva, en una planificación urbana que sostenga la vida, en una economía que apoye a quienes gestan y crían en vez de precarizarlas?
Gestar no debería ser un acto heroico frente a un muro de indiferencia, debería ser un proceso acompañado, protegido y digno. Sin embargo, lo que vemos es lo contrario, ciudades hostiles, servicios de salud cada vez más privatizados, licencias de maternidad y paternidad mínimas, ausencia de redes de cuido accesibles, un sistema de energía ineficiente y salarios que no alcanzan para sostener la crianza.
Se nos pide parir, pero se nos niega el derecho a una vivienda segura, a un transporte público confiable, a un sistema de salud mental accesible o a comunidades que realmente sostengan la vida.
El gesto de gestar se vuelve entonces un espejo de todas las contradicciones de este sistema. Por eso, cuando digo que gestar es trascender, no lo digo en un sentido romántico. Lo digo porque en cada decisión de maternar hay una tensión con un sistema que no quiere sostenernos. Lo digo porque reconocer esas grietas nos obliga a exigir otra forma de organizarnos, políticas públicas con perspectiva de género, una economía que priorice la vida sobre la ganancia, un urbanismo que coloque al cuidado en el centro, y un sistema de salud que respete la autonomía de las personas gestantes.





