En marzo pasado recibí una llamada invitándome a participar de un evento en la biblioteca municipal e infantil Mariana Suárez de Longo en Ponce. La comunicación se hizo efectiva gracias a que dos compañeras poetas muy admiradas —Ana Portnoy Bammer y Nicole Cecilia Delgado— pusieran mi nombre sobre la mesa. Acepté por varias razones: porque aunque no me gusta manejar me encantan los viajes por carretera y respirar aire lejos de la urbe; porque ir al sur es una excusa perfecta para abrazar a mi amiga Marlette y a su cría; porque la última vez que estuve en la ciudad señorial el atardecer y la compañía se transformaron en dos poemas por sí solos, y porque hablar, propiamente, de poesía, el Caribe, el café y Juan Luis Guerra son temas que ameritan soportar el sofocón.
Salir del verdor cayeyano, encontrarte con la resequedad en el suelo y con el Mar Caribe de frente, le resta presencia a la ansiedad que me producen las carreteras de este país. La actividad era parte de un ciclo de actividades culturales de la biblioteca, con el apoyo del Centro para el Libro en alianza con Library of America, enmarcados en la semana de la biblioteca y con la publicación de la antología Latino Poetry: The Library of America Anthology, editada por Rigoberto González. Además de las bibliotecarias y bibliotecarios que había allí, nos acompañó un grupo de estudiantes de escuela intermedia. Mientras escribía la ponencia, y como persona que trabajó en un salón de clases con jóvenes, me preguntaba cómo integrar y vincular estos públicos tan distintos. Así que más que leer una ponencia, decidí invitar a les jóvenes a ser parte de la misma. Colamos café puertorriqueño y dominicano para les presentes. Muchos de elles, evidentemente entusiasmades, deseoses de experimentar con colar café en media, para algunos por primera vez, pusieron las manos en la borra.
Al mes siguiente de celebrarse la ponencia, estaba bailando bajo la lluvia un merengue de uno de los artistas que más admiro y quien inspiró aquel encuentro. La ponencia comenzaba diciendo: “Caribe tengo la voz, como dijo el compositor y músico dominicano Luis ‘Terror’ Días en la canción El Guardia del Arsenal”. La canción narra la historia de un sujeto, en este caso un guardia correccional, que desde su nacimiento vive en movimiento, de traslado en traslado… como todo caribeño.
El Caribe es una región llena de diversidad, no solo geográfica, sino también cultural, lingüística e histórica. En el Caribe somos un centenar de islas y cayos pertenecientes a distintos territorios e imperios que históricamente nos han oprimido, explotado nuestras tierras y saqueado. A pesar de que cada isla tiene identidad propia compartimos elementos que nos recuerdan que somos un entero: nuestra comida, las memorias de desplazamiento y colonización, las playas, el calor, el sentimiento de añoranza de volver cuando toca migrar, las montañas, los atardeceres chinitas, la música, el café y su gente. Pero bajo el cielo azul, y frente al mar, en este Caribe de ustedes y nosotros, enfrentamos desafíos económicos y sociales que muchas veces no nos permiten gozar del paraíso: las fluctuaciones en los precios de la canasta básica, la desigualdad, la gentrificación, la pobreza, la migración forzada.
Pero es nuestra música, entre tantas cosas, lo que nos salva. Es el reflejo del alma sonora. La salsa, la bachata, el reggae, el reggaetón, el dembow y el merengue, más que géneros musicales, son nuestras herramientas para comunicar, crear conciencia, resistir, bailar y celebrarnos. La canción, la poesía, la poesía hecha canción, tiene una función más allá de entretener: denuncia, retrata la realidad y nos permite enfrenta a una nueva forma de narrarnos y presentarnos al mundo en nuestros propios términos. Si te pregunto, cómo representarías el Caribe en una canción, en una poesía, en un texto creativo, ¿qué dirías de nosotros? Piénsalo.
Recientemente, en la historia del archipiélago puertorriqueño, Bad Bunny desempolvó el álbum de los recuerdos. Tirar más fotos era la encomienda. En el álbum, Benito Antonio Martínez hace un recuento de lo que pasó en Hawái y lo que ocurre en la isla. Nos lleva al campo y se niega a salir de él, nos pone a tomar pitorro de coco y, por la mañana, como de costumbre, café. Café elixir y la razón por la que el Caribe despierta mañana tras mañana. En 1989 pasaron muchas cosas. Dalai Lama ganó el Premio Nobel de la Paz, tumbaron el muro de Berlín, el ojo del huracán Hugo tocó tierra, nací, el Caribe se convirtió en mi casa y Juan Luis Guerra, compositor y músico dominicano, lanzó el tema Ojalá que llueva café en el campo.
“Ojalá que llueva café en el campo”, una frase compuesta por siete palabras, es llamado a la abundancia y al bienestar que nuestra gente sueña. Un ojalá es un deseo. La lluvia, el baño fresco de la naturaleza. El café en el campo, la imagen que nos ha acompañado a muchos de los que aquí respiramos. La lluvia de café es el sueño que todo campesino, jíbaro, caribeño añora. Una lluvia es limpieza. En los años ’80, muchos países del Caribe enfrentaron crisis económicas, inflación y una fuerte desigualdad social. La canción fue un reflejo de esos problemas, pero también se convirtió en un símbolo de esperanza y justicia social para muchos.
Ojalá que llueva café en el campo es uno de los mayores éxitos de Juan Luis Guerra y su banda 4.40. La canción habla sobre la esperanza de un futuro mejor para las zonas rurales, que en ese entonces, y aún hoy, enfrentan grandes retos económicos. El café llegó al Caribe primero por Jamaica en el 1728, y a Puerto Rico en 1736, cuando los gobernantes-colonizadores españoles se dieron cuenta de que aquí teníamos las condiciones climatológicas idóneas para su cosecha. El café, producto agrícola fundamental en nuestras familias, en nuestros ancestros, fue el medio que tuvieron para traer alivio en los campos y su forma de luchar para sobrevivir. La poesía también es ese medio.
La poesía, canción, comienza:
Ojalá que llueva café en el campo
Que caiga un aguacero de yuca y té
Del cielo una jarina de queso blanco
Y al sur una montaña de berro y miel
ojalá que llueva café
Haciendo una súplica a la abundancia y a la tenencia para abastecer a una comunidad, esta imagen poética no solamente se queda en el imaginario dominicano campestre, sino que trasciende y se replica a lo largo y ancho del Caribe. Aunque el poema tiene un tono optimista, también es una crítica a la situación de los campesinos y las personas de los sectores más empobrecidos de la sociedad. El hecho de que se “implore” que llueva café refleja el contraste entre la realidad de pobreza y la esperanza de que algo externo (la lluvia, en este caso) pueda traer un cambio radical. Una nueva posibilidad. Desde una mirada macro, este poema expresa un deseo, una utopía, pero lo hace de forma simple y sencilla. Es una forma de visualizar lo que la gente sueña para el futuro: un mundo mejor, más justo y próspero.
Más adelante, el poema expresa:
Para que en el conuco no se sufra tanto, ay hombre
Ojalá que llueva café en el campo
Tanto Puerto Rico como República Dominicana y en otras partes el Caribe han experimentado altos niveles de pobreza en sus zonas rurales. Los campesinos han enfrentado la falta de recursos, acceso limitado a servicios de salud y educación, incluso a las tierras que antes les daban de comer. Pero este poema, no solamente refleja los anhelos del campo, también es el anclaje para muchas personas, y puede apreciarse como un grito de aquellos que aún se quedan en sus territorios, trabajando la tierra, arando el país, viviendo el Caribe desde el amor puro por el terruño y de los deseos de verlo germinar en un futuro mejor para sus habitantes. Es muy complejo irse para extrañar.
Los caribeños somos un pueblo tenaz.
Aunque la canción fue escrita por Guerra en el contexto dominicano, su mensaje universal resuena con el contexto puertorriqueño, y también muy bien relata parte de nuestra identidad, al tiempo que ha sido interpretada como un llamado a la prosperidad y a la mejora de las condiciones de vida en las comunidades rurales. Ojalá que llueva café es un llamado al cambio caribeño, a redirigir la mirada a nuestras tierras, es la búsqueda por la vida isleña, insular y decolonial, para que disfrutemos de una mejor distribución de los recursos, abundante agricultura, alimentos y oportunidades que sostenga la vida de todas, todes y todos.
Sin tener que irnos.






